Todo esto cuando Azucena tenía 21 años y era empleada de la metalúrgica Siam, la misma empresa en donde este tío se había ganado el puchero algunos meses, pocos años antes.
Azucena fue, a su modo, otra protagonista de aquellos días. Más pasiva, es cierto, pero todo lo fue viendo, lo fue escuchando y palpando día a día, hecho a hecho. Nadie se lo contó porque sus ojos fueron penetrados directamente por los acontecimientos que la historia argentina guardaría en sus páginas, por más que decretos gubernamentales y libros de historiadores oficiales lo trataran —y aún tratan— de borrar de la memoria del pueblo argentino.
Y Aníbal Villaflor, su tío, fue inmediatamente después de estas jornadas que cambiaron la orientación de la historia nacional, y durante casi un año, intendente de Avellaneda —Comisionado Obrero, como se denominó esa responsabilidad en aquella coyuntura— haciéndose respetar en dominios antiguos, exclusivos e indiscutibles de los conservadores; en la ciudad más industrial de Sudamérica. Avellaneda era un municipio que tenía apenas cincuenta y un kilómetros cuadrados —incluidos quince o veinte de características rurales— y que reunía más fábricas y más puestos de trabajo que varias provincias argentinas juntas.
Un tío que por ponerse a la cabeza de un reclamo salarial de los empleados municipales que dependían de él, tuvo que dejar el cargo y volver al puerto, a hombrear bolsas a cambio de un jornal insuficiente. Un tío que tuvo que soportar los secuestros y la desaparición de dos de sus hijos, Raimundo y Josefina —primos de Azucena— hacia fines de 1979 y al que sus amigos de andanzas, de gremios y de la política, olvidaron hasta el límite de dejar de visitarlo.
Desde 1947 hasta 1993 vivió en su primera —y única— casa propia, comprada gracias al esfuerzo ahorrativo de su esposa Josefina. Una casita de madera y chapa, la que a pesar de su enorme humildad recibió dignamente a altos personajes de la política, como por ejemplo al capitán Russo, al delegado personal de Perón durante parte de su exilio, John William Cooke, y a su esposa Alicia Eguren. Era una casita muy pobre sobre la calle Pasteur, también en Sarandí, a unas doce o trece cuadras de la casa de Azucena.
A pesar de la cercanía, tío y sobrina —ya casada— se visitaban poco.
Aníbal, longevo como muchos Villaflor, murió cuando cumplía 89 años y dos meses, viviendo en la casa de su hija Clotilde. Pero poco antes la ciudad de Avellaneda reconoció formalmente, a través de su Concejo Deliberante, que tenía un Ciudadano Ilustre, nombrándolo como tal en una sesión especial realizada a fines de 1990.
Este tío, junto a sus cuatro hermanos, entre ellos Florentino, padre de Azucena, y Magdalena, su tía y madre de crianza, eran nietos de Francisco Villaflor y Magdalena Olguín por vía paterna, y de Clemente Ojeda y Cristina Contreras por vía materna.
Los bisabuelos del tronco Villaflor
Francisco Villaflor tiene que haber nacido en la tercera o en la cuarta década del siglo XIX. De pibe tiene que haber escuchado el nombre de Juan Manuel de Rosas como contemporáneo suyo y tiene que haber vivido —ya adulto— las presidencias de Roca, de Sarmiento, de Avellaneda, de Mitre y ni soñaría con la posibilidad de guerras mundiales. Este hombre —al que algunos recuerdos muy borrosos le insinúan el sobrenombre de “El portugués”— se casó con una señora llamada Amara Hidalgo. Con ella tuvo un hijo al que llamaron —para no romper con los hábitos dominantes— también Francisco. Años después, y ya grande, se casó por segunda vez, con Magdalena Olguín. Con ella tuvo, por lo menos, un hijo varón al que llamaron Francisco Bernardino. Es muy probable que de esta unión haya nacido también una mujercita, que se habría llamado Celestina.
Magdalena Olguín dio a luz a Bernardino a los veintitrés o veinticuatro años. Por lo tanto deducimos que su marido Francisco tuvo que haber fallecido poco tiempo después de ese nacimiento, ya que Magdalena Olguín tuvo tiempo para llorar la tragedia, para estar de luto, para noviar y casarse de nuevo y para tener por lo menos otros cuatro hijos antes de llegar a la edad infértil.
Al primero de los descendientes mencionados, la generación que le siguió lo llamaba tío Pancho, al siguiente los familiares lo llamaron siempre Bernardino. Los hijos de éste último sólo supieron el otro nombre cuando el padre era un hombre viejo.
Pocos años después de su matrimonio con Magdalena —que era argentina, nacida en 1846 y que llevaba sangre chilena, por su padre Francisco Olguín, y también española, por su madre Carmen Arroyo— el viejo Francisco falleció. Entonces, Magdalena reorganizó su vida y se casó con Mariano Mayol, con quien tuvo a Mariano, Alfredo, Rafael y Josefa. Todos hermanastros de los Villaflor, con quienes se mantuvieron relacionados por décadas, a veces estrechamente y otras más distanciados por los complicados avatares de la vida.
Clemente Ojeda era viejo en 1910 y murió poco después. Para 1865 era soldado activo, de esos que van al frente de batalla, sable en mano; y para 1870 era flamante padre. Con estos datos absolutamente seguros y con el expediente militar en nuestras manos, podemos reconstruir, brevemente, algunos aspectos claves de su larga y agitada vida.
El rastro certero más antiguo de este bisabuelo de Azucena lo ubicamos cuando se incorpora al Ejército en junio de 1865. Si seguimos con algún cuidado su reducido expediente militar, nos encontramos con que la incorporación se produce en el Batallón San Juan —en la provincia homónima— y que su primer destino fue el de la ciudad de Río Cuarto, al sur de la provincia de Córdoba. Aquí comienza un itinerario largo y duro como un hombre más de las tropas argentinas que —aliadas a las brasileñas— combatirán a muerte contra el gobierno de la República de Paraguay, encabezado por el general Francisco Solano López.
Desde el sur cordobés va a Rosario —que era un centro de concentración de tropas, armamentos, suministros y equipos en general— con destino al norte, a la frontera con el país hermano. En pocos días forma parte de las tropas que, a bordo del vapor Chacabuco, recorrerán lentamente el río Paraná hasta desembarcar en la ciudad de Corrientes el 10 de enero de 1866. Inmediatamente se sucede un período de instrucción hasta abril, en la localidad de Ensenada, frente a territorio guaraní, y al mes siguiente está en Itapirú, fortaleza paraguaya que es bombardeada y tomada por las tropas aliadas. Luego forma parte de los sorprendidos en la localidad de Estero Bellaco por fuerzas paraguayas. Mil cuerpos quedan sin vida pero no el suyo, que inmediatamente marchará a Tuyutí. En octubre, Clemente entrará triunfante en Curuzú, otra fortaleza paraguaya bombardeada días antes por los brasileños y tomada por las tropas argentinas, pero al costo de otro millar de vidas. Otros tres meses los pasa en Tuyutí otra vez, y ya estamos en enero de 1867. En este período se produce un acuerdo entre ambos bandos para concretar un alto al fuego, ya que la fiebre amarrilla estaba arrasando los dos ejércitos. Esto le permite al presidente argentino Bartolomé Mitre retirar parte de las tropas que tiene en el norte, y entre ellas al bisabuelo de Azucena, para destinarlos a otro frente de batalla, el interno, contra el gauchaje sublevado contra el gobierno porteño, en las provincias de Cuyo, al centro-oeste del país. En febrero del 67 Clemente está otra vez al sur de Córdoba, en la localidad de Fraile Muerto (ahora, Bell Ville), de allí a Membrillos y luego a San Ignacio. Es ascendido a Cabo Segundo en junio del 67 y en diciembre del mismo año recibe otro ascenso. Ahora pasaba a ser Cabo Primero. Recorre las localidades de Valle Fértil, Jáchal, Saujil y Vinchina y regresa a San Juan.
Repentinamente, su legajo sorprende. Porque a pesar de los ascensos recientes, con fecha del 25 de mayo del 68, dice lacónicamente que se lo “destituye de su empleo”. Destitución extraña porque sigue como hombre del ejército en San Juan. Recién en enero de 1869 su legajo afirma secamente “baja”, y es el punto final, aparentemente, de su historia como militar.
Sarmiento ya tenía tres meses y dieciocho días como Presidente de la Nación.
Pocos meses después, en 1870, nace su hija Clotilde Ojeda. Sale de la panza de Cristina Contreras, aquella mujer que se decía nacida en Las Achiras, San Luis.
Decimos que aparentemente allí terminó la carrera militar del soldado Clemente