Los mercaderes son llamados indistintamente ismaelitas (37:25, 27, 28b), madianitas (37:28a) y medanitas (37:36, en el texto hebreo). ¿Cómo explicar los diferentes nombres, que aparecen también en Jueces 8:24?35 Los tres clanes en cuestión son los descendientes de tres de los hijos de Abraham: Ismael, a través de Agar (16:1-16); y Madián y Medán, a través de Cetura (25:2).36 Existen diferentes explicaciones posibles: (1) que los descendientes de los tres hermanos vivieran y trabajaran juntos; (2) que la palabra ismaelita hubiera llegado a significar sencillamente mercader; o (3) que el nombre ismaelita era aplicado por los judíos a todos los otros descendientes de Abraham.
Es posible que se emplee aquí una alternancia de designaciones con el fin de enfatizar que José fue vendido por sus hermanos a gente que, aunque tenían un parentesco con los hijos de Jacob, no eran “hijos de la promesa”. El pecado, pues, fue doble: los hermanos no solamente hicieron violencia contra su propia carne y sangre, sino que también demostraron no tener respeto alguno por los valores del pacto. Con razón dice Pablo que no todos los de Israel son Israel (Romanos 9:6).
Y Judá dijo a sus hermanos: ¿Qué provecho hay en que matemos a nuestro hermano y ocultemos su sangre? Vendámoslo a los ismaelitas y no sea nuestra mano contra él, pues es hermano nuestro y carne nuestra. Y sus hermanos obedecieron (37:26-27).
No hicieron caso al clamor de intercesión de José, pero sí a la posibilidad de lucro (la pregunta traducida como ¿qué provecho hay? no se refiere a un beneficio moral, sino a una transacción crudamente monetaria).37 El fratricidio de José, lejos de proporcionarles alguna ganancia, podría perjudicar la herencia de los hermanos si Jacob llegase a enterarse del asunto. Pero esto se evitaría vendiendo a José como esclavo.
En medio de la motivación pecuniaria de la sugerencia de Judá, parece que también este compartía con Rubén cierta compunción en cuanto a matar a José: pues es hermano nuestro y carne muestra. Es curioso observar que estos dos hermanos, los que menos culpa parecen haber tenido en el complot contra José, serán los dos protagonistas y portavoces de los hermanos en el momento de su arrepentimiento en Egipto (42:37; 43:8-9; 44:18-34).38
Por otro lado, llama la atención que estos dos, de entre todos los hermanos, son los que destacan en la narración de Génesis por su sensualidad desenfrenada (35:22; 38:12-18), pero ahora aparecen como los más nobles y sensibles. Sin embargo, ocurre con frecuencia que los que son moralmente fuertes en un área de la vida, no lo son en otras; mientras que los que son débiles en algún punto, no necesariamente lo son en todos. Así, ha habido rameras conocidas por su buena disposición de corazón y generosidad de espíritu. Por otra parte, la rectitud de los fariseos no solía ir acompañada por grandes manifestaciones de humanidad.
Desafortunadamente, hay personas que dicen ser creyentes, que se apresurarían a tirar piedras a una mujer adúltera y, no obstante, no vacilarían en el momento de aceptar veinte piezas de plata por algún asunto turbio. A veces, el comportamiento noble de los incrédulos avergüenza la mezquindad de espíritu de algunos cristianos.
Y cuando pasaron los mercaderes madianitas, sacaron a José de la cisterna, lo subieron y lo vendieron a los ismaelitas por veinte piezas de plata. Y llevaron a José a Egipto (37:28).
Los sujetos y verbos de este versículo podrían prestarse a cierta confusión, pero está bastante claro por el contexto ¡que quienes sacaron a José de la cisterna fueron los hermanos, no los ismaelitas, y que los que llevaron a José a Egipto fueron los ismaelitas y no los hermanos!
Las veinte piezas de plata (que nos recuerdan las treinta dadas por las autoridades judías a Judas; Mateo 26:15) representaban, a principios del segundo milenio, el precio de valor de un varón entre cinco y veinte años de edad (ver Levítico 27:5), en contraste con treinta piezas en el caso de un esclavo con edad de plenas facultades (Éxodo 21:32).
Por supuesto, la venta traidora de José nos recuerda inevitablemente aquella otra venta vergonzosa al precio de treinta piezas de plata (Mateo 26:14-16).
Lo que los hermanos no podían saber ni siquiera imaginarse era que la entrega culpable de José a los madianitas iba a hacer avanzar los planes divinos para toda la familia, para el pueblo de Egipto y para el linaje del Mesías. Sin embargo, los lectores hemos tomado nota de una cadena de circunstancias providenciales detrás de las cuales no podemos dejar de ver la mano soberana de Dios: la decisión imprudente de Jacob de enviar a José a Siquem; su encuentro “casual” con el hombre que pudo dirigirlo a dónde estaban los hermanos; las intervenciones de Rubén y Judá, quizás interesadas, pero oportunas en los designios de Dios; y la aparición de los madianitas justo en el momento crítico:
A menudo, los pasos de la providencia parecen contradecir a los designios de Dios, incluso cuando más están sirviendo a su cumplimiento.39
Todo se combinó para entregar a José en manos de sus hermanos. Sin embargo, resultaría que Dios, aunque oculto, había estado tan vigilante como en cualquier milagro.40
La providencia divina obra maravillas, pero nunca nos exculpa de nuestros errores y pecados.41
CAPÍTULO 5 - Jacob, devastado
GÉNESIS 37:29-36
La consternación de Rubén (37:29-30)
Volvió Rubén a la cisterna y, al no ver a José en la cisterna, rasgó sus vestidos, se volvió a sus hermanos, y dijo: ¡El muchacho no está! ¿Y ahora qué voy a hacer? (37:29-30).
Rubén, evidentemente, estuvo ausente cuando aparecieron los mercaderes madianitas, lo cual no debe sorprendernos, porque el cuidado de grandes rebaños suponía el constante ir y venir de los hermanos. Él mismo, al hacer sus planes (37:21-22), podía haber pensado en rescatar a José solamente si contaba con la frecuente ausencia de los demás hermanos.
Al ver que José no estaba en la cisterna, temió lo peor: que, durante su ausencia, sus hermanos lo habían matado. Por eso, rasgó sus vestiduras, la manera habitual en aquel entonces de expresar el sumo dolor, la profunda perturbación o la frustración extrema.
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Aunque Rubén deseaba genuinamente rescatar a su hermano menor, llegado el momento de la verdad, podía pensar únicamente en las consecuencias para él mismo, no para José. Si bien no tuvo parte en la venta, entendía que, como el hermano mayor, Jacob lo consideraría responsable. Sabía perfectamente que los hijos mayores tenían cierta responsabilidad por sus hermanos menores y que Jacob le pediría cuentas. Esto explica su grito de angustia: ¿Adónde iré yo? (así, literalmente). ¿Cómo puedo volver a casa y presentarme ante mi padre?
Seguramente, la angustia de Rubén es lo que hizo que los hermanos volvieran a la segunda parte del plan inicial: el de contar a Jacob que José había sido devorado por fieras: Matémoslo y digamos que una mala bestia lo devoró (37:20).
La desolación de Jacob (37:31-35)
Y tomaron la túnica de José y, degollando un chivo de las cabras, empaparon la túnica con su sangre. Luego enviaron la túnica de rayas de colores y la hicieron llegar a su padre, y dijeron: Hemos hallado esto: Reconoce si es la túnica de tu hijo o no (37:31-32).
A los miembros de la familia de Jacob, nunca les faltaban recursos de astucia y engaño. ¡De tal palo, tales astillas! El primer pecado de los hermanos engendró un segundo: después de vender a su hermano, ahora mentían a su padre, si no con palabras al menos con hechos.42 La túnica, que había causado tantos celos, se convirtió en el medio del engaño.
La frialdad del discurso de los hermanos y, especialmente, el distanciamiento implícito en la frase tu hijo (no mencionaban el nombre de José, ni le llamaban nuestro hermano) evidenciaron una terrible falta de compasión ante la angustia de su padre, y un intento por encubrir su mala conciencia. Nos recuerdan las amargas palabras del hermano del Hijo Pródigo: He aquí,