La vida de José. David Burt. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: David Burt
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Религия: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788412243543
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      José va en busca de los hermanos (37:12-17)

      Encaminados, pues, sus hermanos a apacentar el rebaño de su padre en Siquem... (37:12).

      Aunque 37:1 no nos dice explícitamente en qué lugar de Canaán moraba Jacob, sabemos por 37:14 que seguía viviendo en Hebrón aun después de la muerte de Isaac (35:27-29).

      Ahora, seguramente porque se habían agotado los pastos en las cercanías de Hebrón, los hermanos deciden hacer el largo viaje con sus rebaños hasta Siquem, una distancia de unos ochenta kilómetros. Quizás podamos apreciar aquí otro factor que indique que emprendieron este gran traslado solamente por causas apremiantes: recordemos que Siquem era un lugar bien conocido por ellos (33:18-20), pero también un lugar peligroso; allí, habían matado a los habitantes varones en venganza por la violación de su hermana Dina (capítulo 34) y, por tanto (como ya había dicho el mismo Jacob), la familia había llegado a ser detestable ante los habitantes de esta tierra (34:30). Además, algunos de los criados, concubinas y rebaños de los hermanos eran el botín de guerra después del saqueo de Siquem (34:28-29) y el retorno de los hermanos ofrecía a los supervivientes de la ciudad la posibilidad de recuperar sus posesiones. Únicamente la necesidad urgente de hallar nuevos pastos puede explicar el desplazamiento de los hermanos a ese lugar.

      ... dijo Israel a José: ¿No están tus hermanos pastoreando en Siquem? Ven, te envío a ellos. Y él dijo: Heme aquí (37:13).

      La gran distancia desde Hebrón a Siquem (unos ochenta kilómetros) significaba que los hermanos habían de pasar una larga ausencia del hogar paterno. Naturalmente, con el paso del tiempo, Jacob llegó a estar preocupado por sus hijos: quizás temiera que, estando en tierra de Siquem, los hombres de la ciudad intentaran vengarse de la matanza causada por Simeón y Leví; o tal vez temiera que sus hijos trapichearan a sus espaldas.26 Finalmente, no pudo soportar más estar sin noticias suyas y decidió enviar a José para enterarse de cómo estaban.

      Aparentemente, a pesar de haber visto la violencia de sus hijos (34:26-30) y de conocer la envidia que han manifestado contra José, a Jacob no le pasó siquiera por la cabeza que podría existir peligro alguno en enviar a José a los hermanos. Y José, por su parte, no dudaba en aceptar el encargo a pesar de saber que sus hermanos no le miraban con buenos ojos.2

      El lenguaje empleado en el texto nos recuerda el llamamiento del profeta Isaías: Entonces oí la voz de Yahweh que decía: ¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros? Y dije: ¡Heme aquí, envíame a mí! (Isaías 6:8). Y, aún más, recordamos a otro Padre que decidió enviar a su Hijo a sus hermanos, y el Hijo contestó con palabras muy similares a las de José: Entonces dije: He aquí vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad (Hebreos 10:7).

      Y él le dijo: Ve, mira cómo están tus hermanos27 y cómo se encuentra el rebaño, y tráeme un informe. Así lo envió desde el valle de Hebrón, y llegó a Siquem (37:14).

      Como acabamos de decir, ahora se nos confirma lo que hasta aquí solamente deducíamos: que el lugar habitual de residencia de Jacob era Hebrón,

      Nuevamente, se le pide a José que informe sobre sus hermanos. La manera de hablar de Jacob nos hace sospechar que su informe anterior (37:2) no había sido una iniciativa de José, sino una exigencia de Jacob, quien había puesto a José con los hijos de Bilha y Zilpa expresamente para darle informes sobre su comportamiento.

      Y un hombre lo halló deambulando por el campo, y el hombre le preguntó: ¿Qué buscas? (37:15).

      José llega a la zona, pero no sabe ya hacia dónde dirigirse en busca de sus hermanos: Encontrar a sus hermanos en un territorio desconocido le obligaría a emprender una agotadora búsqueda en todas direcciones.28 El encuentro “casual” con este desconocido y el hecho de que supiera dónde ellos se encontraban sugieren que José está siendo llevado por la providencia divina hacia su destino.

      Y dijo: Busco a mis hermanos. Muéstrame dónde pastorean. Respondió el hombre: Partieron de aquí, pues los oí decir: Vamos a Dotán. Y encaminado José tras sus hermanos, los halló en Dotán (37:16-17).

      José se ve en la obligación de ir alejándose cada vez más de su hogar y de la seguridad protectora de Jacob. Dotán, a unos veinticinco kilómetros más al norte de Siquem, sería el lugar del comienzo de sus aflicciones. Allí iba a clamar en vano (42:21). Sus hermanos no le mostrarían piedad y, aparentemente, el Señor no intervendría para salvarlo.

      Curiosamente, con el paso de los siglos, Dotán sería el escenario de otras aflicciones en las cuales Dios sí revelaría su poder salvador:

      Cuando el criado de Eliseo madrugó para salir, he aquí un ejército [del rey de Aram] con caballos y carros rodeando la ciudad [de Dotán]. Y el siervo le dijo: ¡Ay, señor mío! ¡Cómo haremos? Pero él respondió: No tengas temor, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos. Y oró Eliseo diciendo: ¡Oh Yahweh, abre sus ojos para que vea! Y Yahweh abrió los ojos del siervo, y miró, y he aquí el monte estaba repleto de caballos y carros de fuego alrededor de Eliseo (2 Reyes 6:15-17).

      Dios actuó para impedir la persecución de Eliseo por parte de los arameos. En cambio, observamos que, en el caso de José, Dios no intervino para impedir la crueldad de los hermanos. Pero podemos suponer que las huestes celestiales le rodeaban a este al igual que al profeta. La única diferencia consiste en los designios de Dios en cada caso: quiso liberar a Eliseo, cegando a los arameos, pero no quiso liberar a José, porque sus sufrimientos y su esclavitud en Egipto formaban parte de los planes de Dios para su vida.

      El complot contra José (37:18-24)

      Cuando lo vieron de lejos, antes que se acercara a ellos, se confabularon para darle muerte (37:18).

      Probablemente (aunque el texto guarda silencio al respecto), lo que exasperó a los hermanos al ver acercarse a José fueron dos cosas: pensar que su visita no se debía a la natural preocupación paterna de Jacob, sino a su utilización de José para supervisarlos, incluso para espiarlos (cf. 37:2), y el hecho de que el joven llegara vistiendo la odiada túnica, símbolo de su posición privilegiada en la familia. Algunos de los hermanos dirían: Aquí está el quisquilloso para espiar nuestras actividades e informar a papá; mientras que otros añadirían: Aquí viene el impertinente, vestido de heredero, para ver como nosotros, sus siervos, estamos tratando su herencia.

      Los hermanos ya están adiestrados en actos violentos (capítulo 34), pero esta vez carecen de la excusa de la indignación justa. En realidad, saben perfectamente que no tienen justificación alguna; por eso reconocen la necesidad de mentir a Jacob (37:31-35):

      No fue en el calor de un altercado o de una súbita provocación cuando pensaron ellos en matarlo, sino con premeditación malvada y a sangre fría. Malo es cometer el mal, pero es peor tramarlo y proyectarlo; la malicia aumenta en la medida de la programación del mal.29

      Y se decían entre sí: ¡Aquí viene el señor de los sueños! (37:19).

      Desafortunadamente, el apodo “el soñador” ha quedado asociado al nombre de José como si él fuera una persona que vivía con la cabeza en las nubes. Pero ni siquiera sus hermanos pensaban eso. Naturalmente, sus palabras pretenden ser irónicas, una forma de desprecio y descalificación. Pero no quieren decir que José no toca con los pies en el suelo, sino que aquí viene aquel odioso listillo que se considera mejor que nosotros únicamente porque ha tenido un par de sueños. La palabra soñador significa experto en sueños. Las Escrituras mencionan solamente estas dos ocasiones en que José tuvo sueños, y estos le fueron concedidos por Dios y se cumplieron. No evidencian en absoluto ninguna falta de realismo ni mucho menos un trastorno psicológico.

      En cambio, Dios, incuestionablemente, iba a conceder a José la capacidad de interpretar los sueños de otros y de reconocer la voluntad de Dios expresada en ellos (una capacidad, por supuesto, que los hermanos aún no habían podido constatar); en este sentido, y solamente en este sentido, el apodo le sienta bien.