La sociología, la educación y la política pueden realizar ciertas reparaciones a la vida social, la medicina puede reparar provisionalmente nuestra vida física, y la psicología puede reparar nuestra vida emocional; pero solo Dios salva, y lo hace por medio del evangelio. Todas estas disciplinas humanas tienen su lugar, pero ninguna puede sustituir al evangelio y a la realidad de Dios en nuestras vidas.
Insisto en ello, porque me temo que muchos cristianos en la actualidad han perdido su confianza en el poder del evangelio (Romanos 1:16) y están buscando pobres sucedáneos en cisternas rotas (Jeremías 2:13). Sus intenciones son buenas, pero corren el peligro de llevar a la iglesia cada vez más lejos de la única fuente verdadera de sanidad profunda. José fue protegido del daño potencial de su hogar no por medio de visitas semanales al psicólogo, no por unas píldoras recetadas por el psiquiatra; no porque lo enviaran a un colegio especial donde recibiera una enseñanza según las últimas teorías educativas; no debido a que un partido político determinado llegó al poder en Canaán; no por las visitas y los buenos consejos del asistente social, sino porque tuvo ojos para ver a Dios y su providencia, y creyó la palabra de Dios, el pacto y las promesas. En este contexto debemos situar aquellos sueños que tuvo. Para él eran revelación divina. Como consecuencia, le causaron un impacto tal que no pudo por menos que compartirlos con su familia. Lo hizo, no por arrogancia, sino por fe. Y esa confianza en las promesas de Dios reveladas en los sueños le sostuvo hasta el día de su cumplimiento, aun cuando tuvo que pagar el precio de la persecución a causa de su fidelidad a la palabra de Dios (Salmo 105:17-19).
Nuestro Dios es poderoso para tomar vidas seriamente dañadas por el pecado y transformarlas a la imagen de su Hijo amado. Lo hace por medio de los efectos sanadores del evangelio, por el perdón de la Cruz y por la regeneración y renovación en el Espíritu Santo. Estos efectos, aplicados en medio de las diversas circunstancias que, en su sabia providencia, nos hace pasar, son plenamente eficaces. ¿Lo creemos realmente?
Si no, consideremos la eficacia de la providencia aun antes de la obra redentora de Cristo. En estos capítulos veremos cómo Dios…
1 Toma a un viejo gruñón como Jacob, engañador, quejoso y antipático, y lo transforma en un anciano apacible con una fe radiante.
1 Toma a un hombre carnal y materialista como Judá y lo convierte en un intercesor humilde.
1 Toma a un joven como José, que tenía todo en su contra, y lo fortalece en el hombre interior para que llegue a ser, contra todo pronóstico, un gran hombre de fe y salvador de su pueblo.
Lo que Dios hizo ayer, lo puede hacer hoy; lo que hizo en otros, lo puede hacer en nosotros.
Cualquier lector siente… una gran compasión por el muchacho a quien sus celosos hermanos venden a unos completos desconocidos. La injusticia le pisa siempre los talones, pero, aun así, José siempre elude caer en el victimismo y soporta con paciencia un largo encarcelamiento, hasta que, de repente, su vindicación le lleva de lo más bajo a lo más alto. Hay pocas referencias explícitas a su fe, pero, sin embargo, a lo largo de sus pruebas su carácter madura y su confianza en Dios crece. La prosperidad no le vuelve engreído y, cuando habla con sus hermanos, les revela que ha meditado sobre el curso de su vida y ha llegado a percibir la mano de Dios que controlaba cada dolorosa cadena de acontecimientos nacida de la intención maliciosa de sus hermanos cuando lo vendieron. Su fe ha sido lo que lo ha hecho crecer. Aquí debe existir alguna pauta que nos permita aceptar hoy día la injusticia y el sufrimiento propios de la vida, de tal modo que evitemos el resentimiento y convirtamos el mal en bien.12
CAPÍTULO 3 - La envidia de los diez hermanos
GÉNESIS 37:2B-11
Las causa de su envidia
1. El informe de José (37:2)
José era de diecisiete años y apacentaba las ovejas con sus hermanos. El joven estaba con los hijos de Bilha y Zilpa, mujeres de su padre, y José informaba a su padre la mala fama de ellos (37:2).
En los once primeros versículos del capítulo 37 de Génesis, se nos explican las razones que llevaron a los hermanos de José a tenerle envidia. Se mencionan tres: los informes negativos que José dio a Jacob acerca de los hijos de Bilha y de Zilpa (37:2), el claro favoritismo de Jacob (37:3-4) y los sueños de José (37:5-11). Cada una de estas razones se presta a una lectura que deja en mal lugar a José. Es posible ver en él a un joven chivato (a causa de sus informes), mimado (debido a la predilección de Jacob) y arrogante (por su relato de los sueños). Sin duda, los hermanos, para justificar su antagonismo, hablaron de él en estos términos.
Sin embargo, esta lectura negativa nunca llega a ser explícita en el texto bíblico. Al contrario, las Escrituras suelen contemplar a José como un miembro especialmente escogido de su familia,13 esperan que nos solidaricemos con él en su lealtad a su padre y a la herencia familiar, y que consideremos su narración de los sueños como un acto de fidelidad a la revelación de Dios (ver Salmo 105:19). Por eso, haremos bien en concentrar nuestra atención en la clara culpabilidad de los demás hermanos y los injustos padecimientos de José, no en la posible inmadurez de este.
Los hermanos, José incluido, habían seguido en el oficio de su padre: ellos, como Jacob, eran pastores. Viviendo como nómadas, no se dedicaban a la agricultura, sino que, a cambio de sus productos ganaderos, comprarían a los vecinos de la tierra el grano, las hortalizas y los demás productos agrícolas. En aquel entonces, los cananeos habitaban las ciudades mencionadas en estos relatos (Siquem, Dotán, etc.), pero había escasa población en la campiña, lo cual hizo posible que los pastores trashumantes errasen sin impedimento por las colinas centrales de Palestina.2
A estas alturas, podemos suponer que el rebaño familiar era muy grande. Ya lo había sido cuando Jacob salió de casa de Labán, pues 30:43 dice que tuvo grandes rebaños (cf. 31:18; 32:4-5). De hecho, eran suficientes como para dividirlos en dos campamentos (32:7). Según 32:13-15, el regalo que le hizo a Esaú incluía 200 cabras, 20 machos cabríos, 200 ovejas y 20 carneros. Desde entonces, la familia había conocido más años de prosperidad. Además, es posible que, cuando Isaac murió (35:27-29), una parte de sus rebaños se incorporaran a los de Jacob y es seguro que la familia se apropió los de Siquem (34:28). Todo hace pensar que, para manejar bien estos rebaños tan grandes y para encontrarles adecuados pastos, tenían que colaborar todos los hermanos (37:12). Solían dividir los rebaños entre ellos y se encontraban todos juntos solamente en momentos determinados (por ejemplo, 37:12-17). Jacob, por supuesto, se quedaba en casa (es decir, en Hebrón; cf. 35:27, 37:1 y 37:14), tanto a causa de su vejez como de su cojera. En esta ocasión, José se encontraba con aquella parte del rebaño que estaba bajo el cuidado de los hijos de Bilha y Zilpa; es decir, se encontraba con Dan y Neftalí, y con Gad y Aser. Estos eran los hijos de menor rango dentro de la jerarquía familiar, a los que hemos llamado hermanos “de tercera y cuarta categoría”. Habían sido expuestos a mayor peligro en el encuentro con Esaú (33:2), tratados como si a Jacob le diera igual que fueran matados o secuestrados. Nos imaginamos que eran hombres con un gran complejo de inferioridad, llenos de resentimiento contra su padre y, probablemente, contra el mimado de su padre. También es posible que este resentimiento los impulsara a llevar a cabo sus tareas de manera mediocre y con desgana.
De todo esto, José informó puntualmente a su padre. Cuando el texto dice: José informaba a su padre la mala fama de ellos, no debemos apresurarnos a entender esta frase como si fuera la denuncia de un chismoso. Sería un error juzgar esta historia conforme a los criterios del siglo XXI, que conceden más importancia a la solidaridad del grupo que a la lealtad a los padres. Nuestra generación se caracteriza por su poco respeto a la autoridad, ya sea la de los gobernantes en la sociedad, de los padres en la familia o de los pastores en la iglesia. Para nosotros, el joven dispuesto a sufrir perjuicios antes de delatar a un compañero es quien muestra un comportamiento ejemplar y loable. En cambio, para el pensamiento judío, era reprensible callar cuando uno tenía la obligación de hablar. Sirva como botón de muestra de ello el veredicto