Él la reconoció, y exclamó: ¡Es la túnica de mi hijo! Alguna mala bestia lo habrá devorado. ¡Sin duda José fue despedazado! (37:33).
Los hermanos engañaron al engañador. Aquí se manifestó la justicia divina. Jacob había engañado a Isaac y así robó la bendición que pertenecía a Esaú; los hermanos le engañaron para que pensara que había perecido aquel al que quería dar la bendición. Él lo había hecho cubriéndose de pieles de cabrito; ellos lo hacen manchando la túnica con sangre de macho cabrío.43
Y Jacob rasgó sus ropas, puso saco en sus lomos y endechaba por su hijo durante muchos días (37:34).
Como acabamos de sugerir, rasgar las vestiduras, como vestir cilicio (o “saco”), eran maneras habituales de exteriorizar el dolor por la pérdida de un ser querido. Pero, en realidad, la profundidad de la angustia de Jacob se verá menos en estos gestos convencionales que en el hecho de que todavía añoraría a su hijo más de veinte años después (42:36, 38; 43:14).
Y fueron reunidos todos sus hijos e hijas a consolarlo, pero él rehusaba ser consolado, pues decía: ¡Con llanto bajaré hasta el Seol junto a mi hijo! Y su padre lloraba por él (37:35).
Este texto quizás indique que Jacob tuvo más hijas aparte de Dina, pero no necesariamente: podría tratarse de las esposas de los hijos, porque, en aquel entonces, las nueras eran llamadas hijas (ver Rut 1:11).
Ni siquiera la presencia ni las atenciones de todos sus hijos podían proporcionarle a Jacob consuelo alguno. Estaba convencido de que su dolor le acompañaría hasta el día de su muerte, lo cual, sin duda, habría ocurrido si no hubiera sido por la gracia de Dios. Pero estas palabras debieron significar una nueva bofetada para los hermanos: Jacob amaba tanto a José que, para él, es como si los demás hermanos no contaran para nada, ni pudieran proporcionarle ningún consuelo.
¿Cuáles habrán sido los auténticos sentimientos de los hermanos cuando intentaban consolar a su padre? ¿Y cuáles habrán sido los de Jacob ante sus intentos? ¿Habrá percibido que en realidad ellos no echaban a faltar a su hermano? ¿Habrá sospechado que, como frecuentemente ocurre, intentaban consolarle más que nada porque sus lágrimas les molestaban y no por ninguna consideración altruista? ¿Y cómo habrán sentido los hermanos en su interior al proferir palabras de consuelo aun a sabiendas de que todo era un engaño?44
Posiblemente, los hermanos salieran de este triste episodio sintiéndose satisfechos consigo mismos. Se habían desembarazado de aquel joven arrogante que pretendía alzarse con la primogenitura y mandar sobre ellos. Además, lo hicieron sin tener su sangre sobre su conciencia, pues “solamente” lo habían vendido como esclavo. Cada uno de ellos tenía dos piezas de plata en el bolsillo, y sin mentir a Jacob, porque le habían enseñado la túnica sangrienta de José y él sacó sus propias conclusiones. Y luego, ellos y sus esposas hicieron lo posible por intentar consolar a su padre. ¿Qué más se podía exigirles?
Dios les pedirá mucho más y no descansará hasta tenerlos arrinconados. Durante un tiempo quizás logren calmar y adormecer su mala conciencia, pero, finalmente, Dios la despertará y entonces tendrán que afrontarla y humillarse delante de aquel a quien han ultrajado.45
¿Y qué de Jacob? La aparente muerte de su hijo amado tiene que haberle causado una agonía indecible: Despierto o dormido, se imagina ver a la fiera arrojándose sobre José, despedazándolo miembro a miembro hasta no dejar de él otra cosa que la túnica.5 Verdaderamente, la disciplina divina puede llegar a ser muy dura. Sin embargo, la terrible pérdida de Jacob constituía un paso sumamente importante en su camino de fe. La muerte de un ser querido altera notablemente nuestra visión de las cosas y nuestras prioridades en la vida.
José vendido a Potifar (37:36)
Mientras tanto, los madianitas lo habían vendido en Egipto a Potifar, capitán de la guardia de Faraón (37:36).
Mientras tanto, el Señor estaba guiando los eventos en la vida de José, preparando el terreno para su futura grandeza. Llegó a Egipto, donde fue vendido a Potifar, un importante militar del país.
Puesto que este texto se repite al principio del capítulo 39, dejaremos su exposición hasta entonces. Mientras tanto, debemos volver a Canaán para enterarnos de un triste episodio que ocurrió en la vida de uno de los hermanos.
Sin embargo, antes de dejar este versículo, notemos la habilidad del autor. Nos comunica el destino inmediato de José, pero luego cambia de tema, dejándonos en vilo en cuanto a su futuro. La interrupción, como veremos, no es solamente un eficaz golpe literario, sino que presenta un episodio turbio que servirá de contraste con la rectitud de nuestro héroe.
Aplicaciones
Al llegar al final del capítulo 37, nos encontramos con una situación desgarradora: José es esclavo en Egipto; su padre está desolado, creyendo que su hijo amado ha muerto; los demás hijos de Israel tienen que vivir con la agonía de una mala conciencia a causa del terrible recuerdo de lo que han hecho con su hermano pequeño. La familia está hundida en una miseria y una desesperación que parecen no tener solución alguna. El futuro de José parece especialmente negro.
Mientras tanto, la mano de Dios está obrando.46 Los hijos de Israel, la familia del Mesías, no habrían prosperado en Gosén si José no hubiera llegado a ser el brazo derecho del faraón; José jamás habría llegado a ser una eminencia en Egipto si no hubiera interpretado los sueños del faraón; no los habría interpretado si se no hubiera encontrado con el copero en la cárcel; no habría estado en la cárcel si no hubiera sido vendido a Potifar; y no habría sido vendido si los madianitas no hubieran aparecido en el momento oportuno. La historia del pueblo de Dios está llena de estas pequeñas “casualidades y coincidencias”. Pero, de hecho, no se trataba de situaciones gobernadas por el azar y la suerte, sino por la buena providencia de Dios.
En realidad, José estaba viviendo una experiencia que marcaría un patrón en la vida de todos los creyentes: un triste proceso de humillación sirve como la puerta de entrada a la vindicación y los gloriosos propósitos de Dios:
Aunque no podía saberlo, José estaba pasando por una experiencia que se convertiría en un tema central de la Biblia. El Siervo santo era despreciado y rechazado, pero luego se convertiría en el rescatador de quienes le habían ofendido (Isaías 53:3-6); el pastor del Señor fue menospreciado (Zacarías 11:12-13), fue herido y su rebaño esparcido, pero las “ovejas” halladas fueron el pueblo del Señor (Zacarías 13:7-9); el camino de la cruz supuso para Jesús que un amigo le traicionase, además de sufrir la agonía y la muerte, pero era el camino de la vida para todos los creyentes.47
Sin duda, la realidad de la providencia divina, más allá de las acciones culpables de los hombres y de las circunstancias fortuitas de la vida, constituye la enseñanza principal de la historia de José. Sabemos que Dios hace que todas las cosas ayuden para bien a los que le aman (Romanos 8:28). Esta será la conclusión que José mismo sacará al final de la historia: Aunque vosotros [los hermanos] pensasteis mal contra mí, Elohim lo encaminó para bien, para hacer como hoy y hacer vivir a un pueblo numeroso (50:20). Sin embargo, este pasaje tiene además otras muchas lecciones:
1 De los diez hermanos aprendemos lo terrible que es la envidia: si otro creyente recibe honores cuando consideramos que nosotros mismos somos más merecedores de ellos que él, los celos que sentimos evolucionan rápidamente y se convierten en odio; este, a su vez, nos hace dar vueltas en la cabeza, indignándonos a causa de lo que percibimos como una injusticia; entonces, el odio bien asentado nos lleva a cometer atropellos y a decir calumnias, a buscar la humillación y la vergüenza del otro. En principio, no somos mejores
que los diez hermanos. Si no nos damos cuenta de lo que está pasando en nuestro interior y si no le ponemos freno, es posible que incluso lleguemos a reaccionar, como ellos, de manera violenta.
1 En