Er, Onán y Sela (38:6-11)
Y tomó Judá una mujer para Er su primogénito, cuyo nombre era Tamar. Pero Er, el primogénito de Judá, era perverso ante Adonai, y Adonai hizo que muriera. Y Judá dijo a Onán: Llégate a la mujer de tu hermano, despósate con ella y levanta descendencia a tu hermano. Pero Onán, sabiendo que la descendencia no sería suya, sucedía que cuando se llegaba a la mujer de su hermano, eyaculaba en tierra para no dar descendencia a su hermano. Y lo que hacía pareció mal a Elohim, y también a él lo hizo morir. Dijo entonces Judá a su nuera Tamar: Vive como viuda en casa de tu padre hasta que crezca mi hijo Sela. Pues temía que muriera también él como sus hermanos. Así que Tamar fue y permaneció en casa de su padre.
Judá, pues, ha tenido tres hijos con Súa (o la hija de Súa). Han pasado los años. El primogénito, Er, es ya un hombre y Judá le busca esposa. “Tamar” significa “palmera”, nombre que sugiere que era una mujer muy hermosa (cf. Cantares 7:7: Tu talle se asemeja a la palmera, y tus pechos, a sus racimos).
Después de poco tiempo de matrimonio, Tamar enviudó. El Señor se llevó a Er a causa de su perversidad, pero no sabemos en qué exactamente consistía esta. Sin embargo, Tamar no se encontraba completamente abandonada y desamparada. Existía en aquel entonces la idea de que era impensable que una mujer quedara sola, sin el amparo de un hombre. Esta idea choca con la mentalidad del siglo XXI, pero en realidad era una medida social para la protección de la mujer: el varón no solamente ejercía autoridad sobre ella, sino que tenía la obligación de proveer para ella y cuidarla. Antes de casarse, ella vivía bajo la tutela de su padre o, si hubiese muerto, de sus hermanos varones. Después de casarse, su marido ejercía esa tutela. Y, si enviudaba, existía una norma social llamada el “levirato” (del latín levir, “cuñado”), según la cual uno de los hermanos del difunto tenía la obligación de casarse con ella, proporcionarle un hogar e intentar tener hijos con ella que serían considerados herederos del hermano difunto. Posteriormente, esta obligación social iba a ser incorporada en las leyes del Antiguo Testamento:
Cuando unos hermanos vivan juntos, y uno de ellos muera sin tener hijos, la mujer del difunto no se casará fuera con un hombre extraño. Su cuñado se unirá a ella y la tomará por mujer cumpliendo con ella el deber del levirato. Y será que el primogénito que ella dé a luz sucederá en el nombre del difunto, para que no sea borrado de Israel su nombre (Deuteronomio 25:5-6).
Por supuesto, en tiempos de Judá, Dios no había revelado todavía su ley. Sin embargo, el levirato era considerado una obligación, no meramente una opción. Por tanto, Judá insistió con su segundo hijo, Onán, que asumiera la responsabilidad del levirato en el caso de Tamar. Pero Onán fue infiel en esta responsabilidad: aunque recibió a Tamar en su hogar, no quiso “levantar descendencia” a su hermano.53 El tiempo imperfecto de la frase cuando se llegaba indica que repitió esta ofensa en más de una ocasión: “cada vez que se llegaba”.54 Su negligencia hizo que el castigo de Dios cayera sobre él y él también murió. El catolicismo romano ha identificado el pecado de Onán con la masturbación (onanismo), pero en realidad se trataba de un coitus interruptus, y, en todo caso, Onán no fue castigado por él, sino por no cumplir con el levirato.55
Tamar había enviudado por segunda vez, pero aún tenía esperanza: le quedaba el tercer hijo de Judá, Sela. Sin embargo, parece que todavía no tenía edad para casarse y Tamar tendría que esperar a que creciera. Pero Judá era un hombre supersticioso. Pensó: “Tamar tiene que ser una mujer aciaga [hoy le llamaríamos ‘gafe’], una nuera de mal augurio que trae mala suerte a mi casa. Ya ha sido la causa de la muerte de dos de mis hijos. No quiero que lo sea también del tercero”. Por tanto, decidió emplear el arma característica de la familia de Jacob: el engaño. Dijo a Tamar que era mejor que ella esperara el crecimiento de Sela en casa de su propio padre,56 pero en realidad no tenía ninguna intención de casarla con el tercer hijo.57 Onán no fue el único que descuidó la ley del levirato. Si acaso, Judá fue más culpable que él.
El plan de Tamar (38:12-16a)
Pasaron muchos días, y murió Súa, mujer de Judá. Terminado el luto, Judá subió con su asociado, Hira, el adulamita, a Timná, donde estaban los trasquiladores de sus ovejas. Y fue dado aviso a Tamar, diciendo: Mira, tu suegro sube a Timná a trasquilar sus ovejas. Viendo ella que Sela había crecido y no había sido dada a él por mujer, se quitó las ropas de su viudez, se cubrió con un velo, y, disfrazada, se sentó en la puerta de Enáyim, que está junto al camino de Timná. Cuando Judá la vio, la tuvo por ramera, pues ella tenía cubierto su rostro. Y se desvió del camino hacia ella…
Unos años después, Tamar llegó a comprender que había sido engañado por su suegro, y que este nunca iba a entregarla a Sela. Entonces decidió vengarse. Si Judá había empleado astucia y engaño contra ella, ella utilizaría lo mismo contra él. Es evidente que Judá tenía reputación de mujeriego, de un hombre que caía con facilidad en las redes de las prostitutas. Ella actuaría por esa vía. Así pues, al enterarse de que Judá subía a Timná para asistir a los festejos de la trasquiladura,58 ella se disfrazó de prostituta, cubriendo su rostro con un velo con el fin de perder su identidad y no ser reconocida, y se fue a la ciudad de Enáyim, en el camino de Adulam a Timná, y se sentó en la puerta a la espera de su suegro.
Judá tiene relaciones con Tamar (38:16b-23)
… y le dijo: ¡Deja que me llegue a ti! (pues no sabía que era su nuera). Y dijo: ¿Qué me darás por llegarte a mí? Y él dijo: Yo mismo te enviaré un cabrito del rebaño. Y ella dijo: ¿Me das alguna prenda hasta que lo envíes? Él dijo: ¿Cuál prenda te he de dar? Y ella respondió: Tu sello, tu cordón y la vara que tienes en tu mano. Y él se los dio y se llegó a ella, y ella concibió de él. Tamar se levantó, se fue, se quitó el velo y vistió las ropas de su viudez. Y envió Judá el cabrito de las cabras por medio de su amigo el adulamita, para tomar la prenda de mano de la mujer, pero este no la halló. Y preguntó a los hombres de su lugar: ¿Dónde está la prostituta de Enáyim, que estaba junto al camino? Y ellos le dijeron: Ninguna prostituta ha estado por aquí. Y vuelto a Judá, le dijo: No la he encontrado. Además, unos varones del lugar dijeron: Ninguna prostituta ha estado por aquí. Y Judá dijo: Que se quede con ellas para que no seamos menospreciados. Ya ves que envié este cabrito y tú mismo no la encontraste.
Judá no tardó en presentarse. No sabemos si ella le hizo señales de invitación o si su suegro, recién enviudado, tenía la libido tan subida que no necesitaba invitación alguna. En todo caso, él entró en negociaciones para poder tener relaciones sexuales con ella. El trato acordado era que él le entregaría un cabrito y, como garantía de esa entrega, le dio varias prendas suyas: su sello personal,59 que llevaría colgado de su cuello por medio de un cordel,60 y su bastón, que sin duda tenía una forma distintiva.
Tan pronto como se hubo consumado la relación sexual, Judá prosiguió su camino a Timná y Tamar volvió a su casa quitándose el disfraz de prostituta. Al menos, Judá no engañó a Tamar en cuanto al acuerdo negociado, sino que envió fielmente a Hira con el cabrito, pero no había manera de encontrar a la prostituta. Había desaparecido. Además, los hombres de Enáyim le aseguraron que no habían visto a prostituta alguna por allí. ¡Todo un misterio! No hay nada que hacer. Judá ha cumplido con su parte. Si la prostituta no aparece para recibir su pago, él no tiene la culpa. Decide olvidarse del tema y dar por zanjado el asunto.
Tamar, vindicada (38:24-26)
Y sucedió como a los tres meses, que se le dio aviso a Judá, diciendo: Tamar, tu nuera, se ha prostituido, y he aquí, ha quedado encinta por su prostitución. Y Judá dijo: ¡Sacadla