Ahora pues, vamos, matémoslo y arrojémoslo en una de las cisternas, y digamos que una mala bestia lo devoró. Veremos entonces qué serán sus sueños (37:20).
El plan de los hermanos tiene varias partes: (1) asesinarlo, (2) echar su cuerpo a un pozo profundo y (3) inventarse una explicación convincente para hacer creer a Jacob que José murió antes de poder reunirse con ellos. Harían desaparecer el cadáver arrojándolo en una de las muchas cisternas que existían en Palestina para recoger el agua de la lluvia del invierno y atribuirían la muerte a una fiera salvaje.
La última frase, veremos entonces que serán sus sueños, indica que el atentado pretende eliminar no solamente a su hermano, sino también toda posibilidad de que se cumplan sus “ilusiones”. Su violencia va dirigida no únicamente contra el propio José, sino también contra sus sueños e, implícitamente, contra aquel que se los dio. La repetición de estas palabras (soñador, sueños) indica claramente que los hermanos todavía estaban resentidos por los dos sueños que indicaban la posición superior de José. Pero, al luchar contra el soñador, repudiaban la revelación de Dios y despreciaban su palabra. Estaban a punto de cometer un serio sacrilegio, sumado a un acto terrible de violencia contra su propia carne. Además de pecar contra José, pecaban contra Dios. En su arrebato de furia contra su hermano, estaban intentando impedir que los propósitos de Dios en la historia de la salvación llegaran a su culminación.
¿Acaso pensaba Jesús en las palabras de los hermanos cuando contó la historia de los labradores malvados? Desde luego, la parábola se hace eco del lenguaje de nuestro texto: Finalmente, les envió a su hijo, pensando: Respetarán a mi hijo. Pero los labradores, viendo al hijo, dijeron entre sí: Este es el heredero; ¡venid, matémoslo y poseamos su herencia! Y apresándolo, lo echaron fuera de la viña, y lo asesinaron (Mateo 21:37-38).
Pero cuando Rubén lo oyó, intentando librarlo de mano de ellos, dijo: ¡No le quitemos la vida! Y añadió Rubén: No derraméis sangre. Arrojadlo en esta cisterna que está en el desierto, pero no extendáis la mano contra él. Esto dijo a fin de librarlo de sus manos para hacerlo volver a su padre (37:21-22).
Como ya hemos sugerido, el versículo 21 es un breve resumen de la iniciativa de Rubén, explicada con más detalle en los versículos 22 y 23.30
Es evidente que Rubén no participó en la conversación inicial. Cuando se enteró de lo que los demás estaban tramando, se interpuso y logró persuadir a los hermanos a que echaran a José a una cisterna para que muriera allí sin que ellos tuvieran que mancharse las manos derramando su sangre. En realidad, como el texto explica, utilizó esta alternativa como medio para posponer la muerte de José, pensando rescatarlo en algún momento oportuno.31
Es curioso que, de entre todos los hermanos, Rubén fuera quien intentó salvarle la vida a José, a pesar de ser él el más perjudicado por su exaltación y tener más motivo para envidiarle. Seguramente, varios factores se unieron para conducirle a intentar salvarle la vida:
1 Como ya hemos visto, Rubén tenía edad para poder ser el padre de José, mientras que otros de los hermanos solamente eran unos cuantos años mayores que él. Rubén le había visto nacer y crecer. Es posible que el niño José haya sido compañero de juegos de los hijos de Rubén. Es natural pensar, pues, que su recelo hacia su hermano menor fue matizado por unos sentimientos casi paternales.
1 Aunque había perdido la primogenitura, es posible que un sentimiento patriarcal de solidaridad familiar siguiera más vivo en él que en los demás hermanos.
1 También, como el mayor de la familia, tendría una especial sensibilidad en cuanto a los vínculos fraternales y el carácter sagrado de la sangre de un hermano (cf. 4:10; 9:5b).
1 Por otro lado, como hijo mayor, él tendría que dar cuentas a Jacob y, si este descubriera la verdad, Rubén sería considerado el máximo responsable.
1 También, por supuesto, es posible que Rubén tuviera un corazón más generoso y compasivo que sus hermanos.
Sea como fuera, aunque es cierto que las buenas intenciones de Rubén fueron frustradas por los demás hermanos, también lo es que José salvó la vida gracias a su intervención.
Y cuando José llegó a sus hermanos, sucedió que despojaron a José de su túnica, la túnica de rayas de colores que llevaba puesta... (37:23).
Más adelante, constataremos nuevos detalles: que Rubén intercedió por José ante sus hermanos, pero que estos no quisieron escucharle (42:22).
Es interesante observar dónde cae el énfasis de este versículo. El texto no se centra en José, sino en la odiada túnica. Los hermanos, al desnudar a José, le están despojando del símbolo de su estatus de prestigio y quizás de su primogenitura.32 Con ello, pretenden quitarle no solamente la libertad, sino también toda posibilidad de ejercer autoridad sobre ellos. En todo caso, están obrando en contra de la voluntad expresa de su padre y también de la voluntad de Dios revelada en los sueños.
Nuevamente, el lenguaje nos recuerda la humillación y el despojo de la ropa de otro hijo amado:
Los soldados del procurador... reunieron a toda la compañía alrededor de Jesús, y lo desnudaron (Mateo 27:27-28).
... y lo tomaron, y lo arrojaron en la cisterna. Pero la cisterna estaba vacía; no tenía agua (37:24).
Con esta acción, parecía que, efectivamente, los hermanos habían acabado con los sueños de José y que el glorioso futuro profetizado en los sueños se había convertido en una terrible pesadilla. Esta experiencia devastadora parece haber disipado todas las ilusiones del joven. En realidad, sin embargo, en la providencia de Dios, este es el primer paso en el camino que le conducirá al segundo puesto en el gobierno de Egipto.
El aljibe estaba seco, seguramente porque se trataba no del pozo de agua de una fuente, ni de un pozo de agua profunda y viva, sino de una cisterna para guardar el agua de la lluvia.9 Como consecuencia, José no se ahogó, sino que la cisterna, a causa de su forma de botella y de su profundidad, le sirvió de prisión. Con todo, es probable que los nueve hermanos esperasen que, allí y sin agua, José muriera de hambre y sed:
Cruel es la furia, e impetuosa la ira, pero ¿quién resistirá a los celos? (Proverbios 27:4).
José vendido como esclavo (37:25-28)
Luego se sentaron a comer pan... (37:25).
Comer en tales circunstancias es señal de una especial dureza de corazón, un toque final de insensibilidad.33 Nos recuerda la actitud de los soldados que echaban suertes al pie de la cruz (Mateo 27:3536). Otro ejemplo bíblico de la dureza de la persona que puede comer en medio de situaciones de flagrante pecado es la descripción de la mujer inmoral de Proverbios 30:20: Así procede la adúltera: come, se limpia la boca y dice: No he hecho nada malo.
En el caso de los hermanos, podemos imaginar que su endurecimiento moral fue tal que podían comer su almuerzo habitual sin hacer caso de los gritos desgarradores que salían de la cisterna (42:21). No sentían ningún remordimiento a causa de lo que hacían. ¿Hay esperanza para hombres tan endurecidos? Gracias a Dios, sí. Pero quizás aquel corazón se ablande solamente después de largos años de aprendizaje y corrección por medio de la fuerte disciplina de Dios.
... y alzando sus ojos vieron una caravana de ismaelitas que venía de Galaad, llevando en sus camellos especias, bálsamo y mirra para hacerlos bajar a Egipto (37:25).
La aparición en este momento de la caravana de ismaelitas puede haberles parecido providencial a los hermanos. Y, de hecho, ¡lo fue!, aunque no de la manera que ellos podían suponer. Cuando Dios quiere trasladar a sus siervos de un lugar a otro, ¡él suple el medio de transporte, y muchas veces gratis!
La caravana seguía un camino transitado desde tiempos inmemoriales, la gran ruta comercial entre Damasco y Egipto que pasaba a través