Por tanto, mi mamá decía que la lucha no es para tener «poder blanco en caras negras», sino para recuperar la conciencia africana en dos etapas: de la liberación psicológica y la de la liberación física. Aunque recitaba al Dr. King, nunca fue partidaria de sus técnicas, pero sí de su estrategia. Tuve la suerte de ser descendiente de dos de estas heroínas. Es un orgullo haber trabajado, militado, aprendido y formado a algunas de estas mujeres que hicieron muchos sacrificios, dando un valor y compromiso absoluto. A lo mejor no tenían una gran formación intelectual pero sí tenían un espíritu imbatible, y a través de este valor y compromiso el panafricanismo encontró su única oportunidad para organizar a la comunidad negra, lo que resultó crucial para apoyar sus posteriores argumentos sobre la necesidad del activismo frente al secuestro mental de intelectuales glamurosas cuya práctica es tan habitual, como los quinientos pares de zapatos de Guillermina Mokuy.16
La obra es un recorrido sobre una forma no hegemónica de feminismo, contemporánea. Sin pretensiones de ser exhaustivo, pero desde la convicción de que la confrontación de posiciones y experiencias nos puede ayudar a comprender críticamente la historia de ese movimiento negro que nunca sale en los medios debido a sus formas, ideas, interpretaciones y usos radicales. Una versión disidente de la historia de España que se ha fraguado en las bases. En cierto modo, con la inocencia de aquellas que ven y buscan qué hacer con lo que ven y escuchan, sin miedo. Utilizamos la experiencia del movimiento panafricanista porque queremos trasladar al lector ese espíritu disidente de esas mujeres negras que aman a sus hijos y odian al amo. Frente a ese negro de la casa tan presente en la opinión pública y los medios online cuya dialéctica y oratoria busca seducir al opresor.
Aquí nos diferenciamos un poco, ya que no analizamos las vivencias de las mujeres afro como plasmación literaria de un fenómeno que crece al calor de las redes sociales, sino de las líderes más combativas con una base social real, subordinadas a una estrategia comunitaria y que posibilitan a esta nueva generación a abandonar el campo del no-ser.17 El libro tampoco está escrito solo para que los blancos de clase media, seducidos por la progresía de los internautas con pelo natural «entiendan», sino para un público general cuyo tránsito kemítico, sentido de penitencia y cohesión representa una peligrosa actitud. Virtud que Lourdes Antuán esbozó la noche que se fue Mohammed Alí, y que expresa el derecho a permanecer negra, estúpida e ignorante y finalmente a la acción en el proceso de construcción de la identidad política.
Cabe añadir una breve nota sobre las críticas al feminismo desde el proceso decolonial. La crítica del feminismo desde el pensamiento anticolonial constituye una mirada en torno al problema del racismo, lo que la feminista, académica y activista mexicana, Karina Ochoa Muñoz llama feminismos decoloniales en los sures globales.18 Supone aceptar que no existe la poscolonialidad, sino que el problema colonial todavía existe, es uno, aunque las experiencias de transformación son múltiples. La batalla por la representación y la creación de referentes femeninos en los distintos ámbitos culturales es de gran importancia para la socialización de las nuevas generaciones. Toda esta política de la representación tiene su contraparte. La promoción de un feminismo despolitizado es algo inevitable cuando un movimiento coge tanta fuerza y toca tantos ámbitos distintos. También existen las contradicciones y posiciones dispares. Igual sucede con la cuestión racial. Las vivencias, experiencias y necesidades de las mujeres migrantes o racializadas pueden ser distintas, aunque no enfrentadas, respecto de las mujeres blancas con una vida asentada en el lugar donde vive. Durante mucho tiempo en el mundo hispano (España e Hispanoamérica y Guinea Ecuatorial y sus instituciones: OEA, SEGIB, AECID, Fundación Carolina, Casa América, Casa África etc.), la crítica al eurofeminismo forma parte esencial del discurso del conjunto del movimiento panafricanista de carácter revolucionario y de las feministas negras, indias, árabes, paquistaníes y de la negritud en general.19 Sin embargo, no son los panafricanista españoles los que ha acuñado esta terminología que ha hecho una gran crítica a lo que denominan como hegemónico y blanco a partir de una genealogía feminista y afrocentrada de un proceso, que surge hace mucho tiempo, en la modernidad y en la conquista esclavista. Desde allí las activistas llamaron la atención sobre algo que ha sido una constante entre el movimiento de mujeres negras… la invisibilización producida por la epistemología teórica de este feminismo hegemónico neocolonial hacia el movimiento de mujeres negras y otras opresiones distinta de la de género. La primera crítica que siempre hizo el movimiento negro fue que el sujeto mujer, como un sujeto homogéneo y estable, parte de las experiencias vividas de las feministas blancas, del norte y del sur, de clase media con papeles. Esto ha provocado un silenciamiento hacia un mar de experiencias diferentes que deberían complementar a ese sujeto.20 Aquí se insertan las grandes críticas del pensamiento negro frente a una epistemología que niega otras experiencias que no partan de la experiencia concreta de las mujeres blancas, progres y de izquierda.21
Las panafricanistas como Rufi Maaba, Martha Trujillo, Mbose Ndiaye, Bilangwe, Maria Ndour... han estado en la batalla ideológica mediante la difícil y compleja crítica del feminismo eurocéntrico. Por ello, fueron tachados de afroderecha. Cuestión que los panafricanista siempre han negado, aunque si lo fuera estarían en su derecho; porque creemos que el Estado tiene la responsabilidad de intervenir en la cuestión social de las más empobrecidas, comenzando por la reparación de las mujeres negras. El feminismo blanco mantiene, en su praxis, que el racismo no es una cuestión fundamental en la historia, sino que lo situando como algo subalterno de la lucha de clases. Para este feminismo concreto solo es importante el género y, en menor medida, la clase, pero no la raza y menos el racismo.22 En parte es comprensible esta visión que tienen las feministas eurocéntricas —la izquierda blanca en general—. Hasta ahora no podían concebir el racismo como una cuestión fundamental del debate social, puesto que perderían toda autoridad moral, doctrinal y discursiva, toda legitimidad y vigencia, toda importancia; serán las activistas negras, árabes, gitanas, latinas... quienes emerjan como protagonistas y pensadoras de esa cuestión; pero hasta ahora el feminismo, como la progresía en general, no acepta o acepta muy mal esa idea de que las negras en general sean protagonistas, y mucho menos pensadoras. Que las mujeres negras o indias produzcan obras criticando a sus diosas eurocéntricos como Simone de Beauvoir, Betty Friedan, Kate Millett, Emma Goldman, Alexandra Kollontai o Shulamith Firestone, diosas que colocaron en pedestales al lado de sus homólogos Sócrates, Trotski, Bolívar, Karl Marx, Engels, Gramsci, Bakunin, etc. Acaban imponiendo, como hacía Carme Chacón y otras mujeres que han desempeñado cargos de ministro de Defensa. Esto es lo que Yuderkis Espinosa denomina la «razón feminista», una razón que justifica la invasión de Irak, Somalia o Haití, manteniendo y fortaleciendo los vínculos con un entramado de construcción de pensamiento eurocéntrico, donde se continúa reproduciendo ese ideal de objetividad y neutralidad y, por tanto, colonialidad al interior de las luchas (véase la actitud del Ayuntamiento de Madrid, Rita Maestre, con el conflicto de los manteros). Según Maaba Nguema, «coincidimos en objetivos tácticos con el afrofeminismo e incluso con el eurofeminismo, pero es muy pertinente dejar claro que nosotras somos ante todo womanist revolucionarias, queremos liberar y unificar en su conjunto a África. Nuestra divergencia con el feminismo progre y guay blanco es que se fundamenta en la percepción de la cuestión racial, como algo ahistórico y antihistórico».
Pero finalmente, al ser el feminismo transversal, tanto la derecha como la izquierda española y latinoamericana están adorando en el mismo panteón a los mismos dioses; aunque con estéticas aparentemente distintas, exactamente, pero dioses del mismo tabernáculo. Las blancas progres de clase popular y que han desarrollado una conciencia feminista suelen ser el sector más reaccionario y racista de la sociedad (la aporofobia no es racismo, es clasismo). No se trata de quitarle importancia a esa experiencia de opresión como mujeres blancas, sino de demostrar la universalidad de un sujeto que ha sido construido a partir de una experiencia muy concreta que impide que quepan otros. La segunda tesis es la crítica del racismo y el combate por la subjetividad panafricanista: porque las feministas negras parten de la afirmación de que el sujeto mujer negra está construido sobre la experiencia de las blancas, ya que no tienen en cuenta que existen otras mujeres