Examinamos, pues, el compromiso político, social, cultural, la experiencia y el recorrido de las mujeres negras activistas, durante medio siglo (1968-2018), con sus diferentes luchas, contextos y organizaciones sociales. Afirmamos que la discriminación raza y género relegaron a las mujeres negras a los márgenes del movimiento feminista, demostramos cómo estas activistas lucharon por una comprensión más inclusiva del movimiento de la libertad y la justicia social, ya que consiguieron desarrollar nuevas ideas sobre las mujeres. Intentamos mostrar cómo las creadoras de organizaciones como Afromujer Andalucía, Partido de Panteras Negras, Frente Afro, Los Colours, FAAM de Murcia, E'Waiso Ipola o FOJA, por ejemplo, ayudaron a estimular el debate entre activistas sobre la centralidad del género en el desarrollo del panafricanismo, que, en última instancia, ha hecho que muchas de estos colectivos contemporáneos adopten una crítica mucho más radical contra la colonialidad. La mujer negra se imaginó el activismo de un modo que no solo desafió el sexismo, sino que redefinió el significado de racializado e identidad. Estas mujeres son, entra otras, Irene Yamba, Martha Trujillo, Lucrecia Ndong, Norma Falconi, Pilar Obama, María Ángeles Ecoro, Aissatou Ndaye, Fatima Djarra Sani, Natividad Obama, Fatimata Sogho M’baye.
Basilisa Mangue Nfubea, Maaba Nguema o Mbosse Ndiaye, a través de sus luchas, actividades, escritos, compromisos y charlas transformaron una era. Fueron el corazón de una poderosa dinámica de acumulación social dirigida sobre el compromiso, los cuerpos, los saberes y la reproducción que todavía hoy resuenan con fuerza. Hemos recordado a algunas de estas hermanas en distintos escenarios; uno de estos fue la jornada de la Coordinadora Antifascista de Madrid (noviembre, 2017), donde rendimos homenaje a algunas de las militantes de la sección española de las Panteras Negras-OEUA como Maaba Nguema o Lidia Thompson.5
En este trabajo nos proponemos involucrar a todas las interesadas en conocer un capítulo de la historia afroespañola, que forma parte de la revolución social pendiente. La obra está basada en una dilatada experiencia, cuya realidad parte de tres premisas diferentes: la primera y fundamental, la afirmación de que las mujeres negras siempre han sido determinantes en el desarrollo de un discurso y una evolución kemítika para configurar el panafricanismo y su devenir feminista. La segunda, que ellas han estado en la centralidad de las luchas sociales. En tercer lugar, siguen siendo la base de la formación, desarrollo y definición del concepto de cimarronaje. Reconocemos los sacrificios hechos por estas revolucionarias negras anónimas, no únicamente como fundamento de la necesaria coherencia feminista, cuya influencia sigue siendo determinante en la evolución de nuestra estética y las modas, como es el movimiento natural. Por lo tanto, reivindicamos aquí el rol de nuestras madres, que fregaban suelos, se prostituían para darnos de comer o/y soñaban con que fuésemos a la universidad. También, a aquellas que se atrevieron a desafiar las normas de la plantación provocando un gran escándalo público. Su reivindicación es determinante y crítica para nuestra lucha contemporánea por la libertad. Incluso por cosas que hoy consideramos tan normales como la forma de vestir o reír o atreverse a hablar. La sociedad española sigue admitiendo un discurso en función de la autoría de las negras; suelen ser bien vistas si no dicen nada o confirman el estatus de subalternidad del relato colonial. Por eso, son más visibles en las redes, porque esas referencias internautas no amenazan la autoridad, la supremacía ni el privilegio blanco (racismo).
La heterogeneidad de las mujeres negras no ha sido una dificultad para la definición teórica del texto, pues me he servido de las múltiples propuestas conceptuales tanto del ámbito académico como desde el propio movimiento panafricanista (afrodescendiente, «de color», racializado, subsahariano, africanos, negros, etc.), a fin de evitar ampliar esos largos debates que aún perduran en la red. Pero sobre todo el interés también ha estado en el protagonismo que cobran hoy a través de las redes, los nuevos liderazgos afrofemeninos de blogueras, cuyo argumento discursivo «no tenemos referentes» consiste en la negación o desconocimiento sistemático del proceso histórico negro en España con una voluntad explícita de presentarse como la génesis. Como diría Malcolm X: «I’m the only Negro in this place»,6 estas afirmaciones fomentan el desconocimiento, el negacionismo, el afropesimismo, los discursos apocalípticos y la catarsis. Otros ejemplos fueron los debates que al respecto se produjeron entre alumnos de diferentes generaciones durante el curso Mujeres Panafricanistas, que impartí en la librería La Caníbal de Barcelona, en mayo de 2017. En ella, una alumna reprochaba a la generación anterior la responsabilidad de haber crecido con una falta total de referencias africanas.
Se da una misma retórica dirigida a un público blanco de clase media que consume «negrolandia». La aculturación no se debía a la falta de referencias afros. Madres que, llevadas por la educación neocolonial, aspiraban a apartar a sus vástagos de los ambientes negros, y con ello, lo que consiguieron no fue la ansiada integración sino crear tío Tom con profundos complejos de inferioridad, cuya crisis de identidad explica muy bien Franzt Fanon.7 Todo ello se debía a la colonialidad de sus progenitores. Nosotras, como hijas de Winnie Mandela, debemos combatir estas afirmaciones y ofensivas contra nuestra abuelas y madres (no importa que quienes las realizan sean mujeres y negras).8 En la misma línea, Ángela Davis, en su último viaje a Barcelona, afirmó que «atentan contra nuestra memoria colectiva, nuestro sentido de pertenencia y la fe en la victoria». De igual modo, Esther Stanford: «No debemos reírle las gracias a las esclavas que buscan seducir al amo».9 Porque el desafío que nuestras hijas, las jóvenes negras, tienen hoy no es luchar contra el racismo institucional, sino contra su propia alienación familiar provocada por el negacionismo que ha pasado de madres a hijas y nietas.
Este discurso, lejos de una moda, forma parte de la contrainsurgencia intelectual, o lo que Macías Nguema llamaba «colonialismo tecnológico», que se ha extendido a toda España. Responde más a una profunda crisis epistémica de las élites afroespañolas que a una implicación real. Alentadas por lo que Amy Jacques Garvey llamaba los «negros lovers». Esto es, incapaz de enfrentar el racismo en su fase intelectual discursiva, orgánica y militar decide pactar con él en términos de autonegacionismo. También, denominado, por Amy Montemor, «afroconveniencia». Estos jóvenes negros huyen del gueto, y al hacerlo pretenden matar a sus abuelas, a sus madres, a sus tías... En definitiva, huyen del propio proceso y se refugian, pero desde la negación en internet o lo fashion del proceso. Sin proceso no hay cohesión, empoderamiento, identidad, referencia, comunidad. Y, lo más importante, no hay relato garveyista afrocentrado de éxito.10 Con ello nos hemos sumado, constructivamente, a la crítica del afrofeminismo para presentar a las mujeres negras como sujetos políticos activos con una carga histórica, que es objeto de reflexión filosófica; y seres pensantes fuertes y líderes panafricanistas sujetos de praxis política y revolucionaria en la creatividad reivindicativa de derechos en un sentido comunitario que, a pesar del pluralismo teórico y las demandas basadas en la individualidad, rechaza el universalismo ético como diría Sojourner Truth.11
Otro aspecto trascendental es la oportunidad de encontrarnos hoy en la mayor movilización del feminismo, sin parangón en la historia. Gracias a las mujeres, el panafricanismo ha recuperado las calles para los movimientos sociales, revolucionando todas las esferas de la vida, poniendo debates en la agenda pública que parecían tabú. Una fuerza que ha hecho de lo personal algo político. Apelando a tantas injusticias, ningún partido puede sustraerse a los debates... para lo bueno y para lo malo. Y aquí reside el gran éxito del feminismo, que ha conseguido colarse en todos los rincones, desde las altas esferas, como Ana Botín declarándose «feminista», a los puntos «morados» en las verbenas de los barrios, los noticieros sobre la violencia sexual,