Ellos se llevaban mínimamente bien, pues cuidar de un bebé unía muchísimo, sobre todo de madrugada, cuando los llantos eran más fuertes. Por ahora se turnaban.
Dado el poco tiempo que se conocían, el poco rato que compartían juntos y las pocas ganas que Patrick tenía de relacionarse con Lía, ninguno de los dos osaba pasar de una relación meramente cordial.
El teléfono móvil sonó y corrió hacia él, prácticamente lanzándose sobre la mesa auxiliar donde lo tenía. Brandon estaba echándose una siesta, despertarlo en ese momento lo dejaría agotado para el resto de la tarde.
No necesitó mirar el identificador de llamadas, Michael tenía un tono exclusivo para él.
—Salas.
—¿Cómo están las cosas por el ático?
La voz masculina sonó tan profesional como la que había usado ella para saludarle. Se incorporó del sofá, resoplando, y se acercó a las ventanas. Observó la ciudad durante unos segundos, en silencio.
—Todo está muy tranquilo. El conserje sube la compra y todo lo que necesito, así que no tengo necesidad de salir de aquí. Llevo encerrada con Brandon desde que me contrató.
Pronto tendría que salir. Brandon necesitaba no permanecer recluido y ella ansiaba la libertad.
—Eso está bien, al menos el niño no está expuesto —el comisario Michael Quinn rumió antes de resoplar.
—Está genial… pero creo que me volveré loca si no me toca el aire en breve.
—La azotea está limpia.
Lía puso los ojos en blanco. Michael apenas le había prestado atención, su única prioridad era mantener los parámetros de seguridad bajo control. Era de agradecer saber que fuera del apartamento todo marchaba sobre ruedas, si bien en esos momentos necesitaba más al amigo que al superior.
—Nadie podrá descender desde ella hasta las ventanas. Tenemos los edificios colindantes llenos de francotiradores. Si ven algo extraño, dispararán con silenciador —siguió explicando.
Michael tenía a sus hombres vigilando las cámaras de seguridad, pero no había grabaciones de la azotea. Antes era un helipuerto, pero cuando McBane y el vecino del ático de al lado compraron sus viviendas, estipularon que no estaban dispuestos a tener algo semejante sobre sus cabezas. Y con eso, se quitó todo lo relativo con la seguridad, pues ya nadie tenía acceso a aquella parte del edificio.
Así que había que tener gente especializada movilizada. Lía lo veía excesivo, pero era una mandada. Si alguien se metía en líos por poner tantos efectivos en el campo, sería Michael, no ella. Aún así, no quería que reprimieran a su amigo.
—¿Has mandado revisarla? Quizá sería más eficaz…
Y más barato. ¿Cuánto estaría costando esa vigilancia con semejante armamento?
—Cualquier precaución es poca, Salas —que se dirigiera a ella por su apellido, le dijo a Lía por qué estaba siendo tan distante. Estaba acompañado de alguien importante que escuchaba la conversación—. Sé que has comprobado que no hay micrófonos en el ático, pero… ¿crees que podrían dejar alguno en el maletín de McBane?
Antes de poder responder, una nueva llamada entró por la otra línea. Tenía que contestar. Por poco entró en pánico al ver que se trataba de Patrick.
—Todo limpio por aquí. Revisaré ese maletín en cuanto me sea posible. Pero no te prometo nada… No tenemos tanta confianza el uno en el otro todavía. No puedo entrar en su dormitorio, así como así, cuando él está aquí. Tengo que colgar —fue rápida, no le dio opción a rebatir—. ¿Diga?
—Lía —la voz sin tono concreto de McBane llegó hasta ella—. ¿Cómo va todo?
—Está todo muy tranquilo por aquí —y era cierto. Las palabras de Michael validaban su opinión—. Brandon está dormido. Si dentro de media hora no se despierta, lo haré yo para que se tome la fruta.
—Bien… Tengo una reunión, pero intentaré llegar pronto para ayudarte a bañarlo.
—No se preocupe, puedo hacerlo sola sino —se llevó el teléfono a la galería posterior a la cocina y terminó de sacar la ropa de la lavadora, sosteniendo el móvil con la ayuda del hombro contra la oreja.
Patrick rezongó, pero aceptó. Al fin y al cabo, ella estaba allí para cuidar de Brandon. Por una tarde que no estuviera presente mientras lo bañaba, no pasaba nada.
Aunque colgó pronto, a los pocos segundos, McBane volvió a llamar y Lía no pudo evitar responder, casi riendo por lo nerviosa que se estaba poniendo:
—¿Ahora qué?
Quiso meter la cabeza en la secadora. Podía ser joven y alocada, pero se suponía que respetaba a McBane. No podía hablarle de aquel modo. Debería recordar el protocolo y mantener su papel a la perfección. Dejar salir a la verdadera Lía no era buena idea.
—Disculpe…
—No te disculpes, me gusta que seas tan natural —sus palabras la sorprendieron—. De hecho, quería preguntarte… ¿Crees que podrías tutearme?
—¿Cómo… dice?
Patrick sonrió mientras observaba Londres extenderse al otro lado de la ventana de su amplío despacho.
Había algo en aquella pregunta, formulada con un leve tartamudeo de lo más adorable, que lo había hecho olvidar por un segundo que había una daga clavada en su pecho, hundiéndose milímetro a milímetro, arrancándole constantes muecas de dolor que debía esconder del mundo. Un mundo que se compadecía de él y lo miraba como si fuera un perdedor.
Como si una fuerza sobrehumana lo obligase a ello, miró la fotografía de Felicia por encima del hombro. Él no la había tomado, ni siquiera había sabido de su existencia hasta la muerte de su hermana y su cuñado. La había cogido de la casa familiar el otro día, tras la visita del abogado. Tenía varias más, la mayoría estaban guardadas, aunque había un par en el cuarto de Brandon. Pero esa estaba destinada a estar en su oficina. Ver su sonrisa soñolienta y orgullosa mientras sostenía un Brandon recién nacido, le hizo sentir terriblemente solo.
Un recordatorio: ahora tenía que acortar sus reuniones y sus jornadas laborales.
Ella ya no estaba y él usaba a Celia como soplo de aire fresco para olvidar durante unos segundos que estaba en una sala demasiado caldeada, asfixiante. El mismo averno.
Porque era la única que no hablaba de Felicia ni su accidente, aunque seguramente Lorraine ya le habría contado lo sucedido. Era la única que lo trataba como un ser humano normal, haciendo así que, de tanto en tanto, se olvidase que estaba pasando un duelo. No le preguntaba constantemente cómo se encontraba y eso le permitía ser, durante unos segundos, el Patrick McBane de meses atrás.
Lo cierto era que le sacaba de quicio que Lía lo tratase de usted. Patrick apreciaba el modo en que lo hacía sentir y ella seguía hablando como si fuera un director de colegio. Por eso le había pedido, sin dejar ver que estaba rogando, que dejase de ser tan formal. No soportaba que lo hiciera sentir tan mayor, tan importante. No cuando pasaban tantas horas juntos, pues dormían bajo el mismo techo. Si Patrick era partidario de tutearse con sus empleados, dado que pasaban ocho horas o más al día compartiendo oficina… ¿por qué no con la chica interna que lo ayudaba con Brandon? Sería lo correcto, lo justo y lo más agradable.
Esperaba que no la incomodase su petición. Inquieto porque ella no decía nada, se aflojó el nudo de la corbata.
—Pero… pero…
—Por favor, Lía. No voy a dudar de tu profesionalidad sólo porque te tomes una pequeña libertad conmigo.
Cerró los ojos con fuerza, esperando una respuesta…
—¿Patrick?
Lía respiró hondo, aturdida