Tú disparaste primero. Helena Pinén. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Helena Pinén
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417474805
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le había dicho que la chica era londinense?

      —¿Lo dice por mi acento? —Lía se encogió de hombros—. Mis padres eran de Barcelona y me han mostrado las tradiciones británicas y españolas. Una pequeña parte de mí sí lo es —sonrió—. Hablo español a la perfección, tal vez por esto mi inglés tiene un toque… diferente.

      —¿Qué hiciste en España?

      —Estuve en una tienda de ropa unos pocos meses, pero volví a marcharme a Irlanda.

      Aquella chica parecía ser una viajera. Y Patrick no sabía si le interesaba tener a alguien tan inquieto en su casa. Necesitaba una constante en la vida de Brandon. ¿Y si se marchaba? ¿Y si dimitía demasiado pronto?

      —Necesitaban una niñera y alguien que les ayudase con las tareas más pesadas de la casa. Más o menos lo que usted busca… —otro leve encogimiento de hombros—. Veinticuatro horas al día, los trescientos sesenta y cinco días al año.

      —Suena… cansado.

      —Era un trabajo intenso y agotador, se lo aseguro… —sin embargo, sonrió como si no fuera un sacrificio.

      —¿No te dieron vacaciones?

      —Oh, sí. Estuve tres semanas disfrutando del frío islandés.

      Ahí estaba, otra sonrisa, radiante y blanca, como el resto. Y durante unos momentos, sintió celos. Lía era toda vitalidad. Alegría. Tenía toda la vida por delante y él sólo podía pensar que la suya estaba perdiéndose en un agujero negro. O que Felicia ni Peter volverían a sonreírle, ni a hablarle de sus vacaciones de verano.

      Se aclaró la garganta.

      —¿Cuántos niños tuviste a tu cargo? —preguntó, lanzando una mirada al comunicador que le diría si Brandon se despertaba, reclamando la toma de la mañana.

      —Cuatro.

      —¿¡Cuatro!?

      —Sí, señor McBane. La familia que me contrató tenía tres hijos y estaban esperando a su cuarto bebé. Necesitaban ayuda con urgencia, por eso me llamaron.

      —¿Cuánto estuviste con ellos? —en esa ocasión tomó el currículum y alzó las cejas—. Año y medio… —sus ojos claros volvieron a volar en su dirección, haciéndola sentir desnuda—. ¿Cuándo regresaste a Londres?

      —Hace cinco meses. La familia O’Toole ya se las apañaba sin mí… y decidí regresar a Inglaterra.

      —¿Y ahora de qué trabajas?

      —Estuve cuidando del señor Winterfallen. Pero… —McBane frunció el ceño al ver cómo se removía inquieta en la butaca—. Murió de un infarto mientras dormía.

      Lía siempre adoraría al mejor amigo de su mentor. Era un buen hombre. No lo había cuidado, en realidad, pero sí que había vivido su cáncer de páncreas de forma muy cercana.

      Se mordió el labio inferior. ¿Cuánto más tendría que mentir? Solo había cuidado los niños de la señora Cook. Todo lo demás era una farsa, un puñado de letras falsas y recomendaciones engañosas. Se sintió fatal por todo lo que escondía bajo aquella entrevista y no pudo evitar emocionarse.

      McBane vio que la muerte de aquel hombre le afectaba muchísimo. Le acercó una caja de pañuelos. Ella lo tomó con un agradecimiento débil y cogió un par. La comprendía. La vida sin alguien que estimas es horrible, parece más vacía, pequeña e insignificante. Te sientes perdido y solo, incomprendido…

      —Ahora soy camarera —dejó el pañuelo arrugado entre sus dedos y sus caribeños ojos se clavaron en él—. No me siento cómoda con mi trabajo actual. Necesito un cambio. Y me encantan los niños.

      —¿Nunca te planteaste ir a la universidad y estudiar educación infantil?

      Patrick se dio cuenta que había tocado un tema demasiado doloroso en cuanto ella reprimió una mueca. No había sido lo suficiente rápida, él había visto el atisbo de fruncimiento de labios, las leves arrugas en el puente de su nariz. ¿Por qué no había podido cumplir ese sueño?

      Quiso saber más, profundizar en aquel asunto. Sin embargo, Brandon se despertó con un grito que llegó hasta el salón sin necesidad del escucha.

      Patrick ladeó la cabeza mientras el corazón empezaba a latirle con rapidez. No esperaba que el escucha empezase a sonar. Miró con otros ojos a Lía. Aquella chica estaba ahí para ayudarlo con su sobrino, para hacerle la vida más fácil. No para inspirarle ternura y pena.

      —Si quiere puedo ayudarlo… —se ofreció ella.

      —Claro que vas a echarme una mano —Patrick se levantó y cogió el intercomunicador—. Estás contratada, Lía. Luego te enseñaré el contrato, podemos negociar ciertas cláusulas.

      —Me parece bien… —sorprendida por la rapidez con la que le había aceptado, se levantó y le estrechó de nuevo la mano.

      Ambos sintieron aquella conexión que incendió las yemas de sus dedos, pero los dos lo disimularon a la perfección.

      —Bienvenida a esta rota y pequeña familia.

      Incómoda por aquel extraño recibimiento, lo siguió hasta la segunda puerta que había a la izquierda del pasillo.

      —Tengo una acreditación que demuestra que no tengo antecedentes penales —comentó Lía cuando vio que la mano de Patrick se posaba sobre el pomo.

      Él la miró sin ninguna emoción cruzando su rostro El corazón de Lía dio un vuelco a la espera que hiciera o dijera alguna cosa, lo que fuera. Finalmente, entreabrió los labios.

      —Me alegra oírlo.

      Y empujó de un tirón la puerta para darle más fuerza a sus palabras. La dejó entrar primero con un caballeroso ademán.

      Lía tentada estuvo de quedarse parada en medio de la estancia y observarlo todo boquiabierta.

      Ahora que la luz del techo se había encendido, podía ver lo bonita que era la habitación del pequeño Brandon McBane Brown. Las paredes estaban pintadas de violeta, los muebles eran claros y de diseño. Había delicadeza en el ambiente, sin duda aquel hombre adoraba a su sobrino. No le sería difícil amarle como a un hijo con el paso del tiempo.

      Al niño no le faltaba de nada.

      La cuna era preciosa, muy elegante. El cambiador estaba encima de la cómoda y era de lo más amplio, perfectamente acompañado con huecos para dejar en ellos pañales, bolsas de toallitas, botes de crema y demás. Había un gran armario de tres puertas así como un estante con cuentos infantiles. Un cochecito que parecía un todoterreno, se encontraba apartado a un lado. Había peluches y juguetes en una cesta de tela en un rincón, así como un caballito de madera, antiguo y restaurado. Junto al armario había una caja con el dibujo de un andador en ella.

      Sin duda, cuando uno tiene dinero, podía gozar de todo tipo de facilidades. Su madre no había tenido ni la mitad de cosas ni de espacio para cuidar de ella. No tuvo envidia ni rabia, pero supo que aquello iba a ser muy sencillo con tantas comodidades.

      Pero lo que rápidamente captó su atención fue el bebé que se había sentado en la cuna y lloraba con fuerza.

      Puso sus cinco sentidos en él. No dejó de estar alerta ni siquiera cuando empezó a hablarle con voz suave y Brandon la miró con sus grandes y brillantes ojos. Había conseguido que le hiciera caso y se tranquilizase, pero aquello no era garantía. Podía rebelarse y volver a lloriquear en cualquier momento.

      —Yo soy Lía. Encantada de conocerte, Brandon —se presentó al fin, secándole las lágrimas con el dorso del índice—. Voy a cuidarte, o eso dice tu tío… ¿verdad?

      —Supongo que quiere el biberón de la mañana —el tono de Patrick era de interrogación.

      Cuando ella fingió rumiar, el crío sonrió como si le gustase su expresión. Patrick se quedó atónito por ver cómo Brandon