Tú disparaste primero. Helena Pinén. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Helena Pinén
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417474805
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      —Yo…

      —Adiós, Rose.

      Ella salió con cuerpo tembloroso. Quiso despedirse, pedirle disculpas. Cuando quiso volverse, la puerta se cerró. Cerró los ojos y pateó el suelo, frustrada. No sabía si con Patrick o consigo misma.

      Se encaminó hacia la verja y sacó el teléfono móvil, que tenía hábilmente guardado en el bolsillo de la chaqueta. Marcó un número que se sabía de memoria.

      Él respondió al primer tono.

      —Dime.

      —Tiene la custodia. Felicia se la ha dado a Patrick y por más que la haya peleado, no hay quien pueda con su terquedad. No me deja hacerme cargo de Brandon —fue escueta mientras se alejaba por el camino de piedra. Miró un momento hacia atrás—. Maldición. Yo hubiera sido una buena madre. Lo sabes.

      —Respira hondo —la voz era melodiosa y la calmó al punto—. Tranquila, ¿de acuerdo? Todo tiene solución.

      —¿Y ahora qué?

      —Debe haber otro modo de acercarnos al niño.

      ***

      Patrick, ajeno a la llamada de Rose, subió al segundo piso.

      Había comprado la antigua mansión de Greenborrough a nombre de su hermana en cuanto le había dicho que iba a casarse. No había sido su regalo de bodas, pero sí un modo de ahorrarle la hipoteca y diversos quebraderos de cabeza. Felicia había amado poder reformar y decorar aquel lugar a su gusto.

      Todavía recordaba el brillo en sus ojos cuando le había hecho venir expresamente para decirle que estaba embarazada. Estaba apenas de diez semanas y ya habían preparado la habitación del bebé. Observó el lugar ahora y lo encontró faltó de luz, tal vez el brillo de la estancia y de los muebles había desaparecido.

      Durante los preparativos de los funerales, Rose había empaquetado todas las cosas de Brandon para facilitar su transporte, fuera quien fuera la persona encargada de cuidar al bebé. Incluso había desmontado algunos utensilios con mucha maña para guardarlos en cajas.

      Rose no era mala chica. Adoraba a Felicia como si fuera su propia hermana. Se conocían desde párvulos y eran inseparables, era lógico que quisiera a Brandon como a un sobrino.

      Y Patrick sabía que el dolor había hablado por ella en todo momento. Dominándola. Pero, no por eso, sus palabras dolían menos.

      Meneó la cabeza, decidido a desterrar sus recuerdos de juventud, y se marchó del dormitorio del pequeño, dejándolo todo tal cual estaba, tomando solo la mochila donde había pañales, cremitas y ropita de recambio.

      Patrick no iba a llevarse nada. Su socio, mientras Rose rondaba por aquel cuarto, se había encargado de remodelar su apartamento. Lo había hecho en apenas cuarenta y ocho horas, pagando miles de libras a dos empresas especializadas para que se realizase todo de forma conjunta… y lo había logrado. Con éxito, además. Ahora su enorme ático estaba en condiciones de recibir un bebé.

      Se consolaba pensando que en aquel piso de ciento ochenta metros cuadrados estaría libre de recuerdos, pues en Greenborrough era donde había más pedacitos de Felicia. El problema era su cabeza. Allí todo seguía nítido.

      —¿Qué tal? —una radiante novia vestida de blanco se plantó ante él. Su rostro era unos pocos años más joven que ahora. Sus ojos parecían galaxias, tenían vida propia y titilaban con luz radiante. Dio una vuelta sobre sí misma para que la viera bien. También para que pudiera recuperarse de la impresión—. ¿Estoy guapa? —y antes de que Patrick pudiera abrir la boca, lo señaló con una mano ya enguantada—. Si dices que no, Patrick, haré que te sirvan la carne poco hecha, y muy fría, en el banquete.

      —Tú sí sabes torturarme —se mofó, emocionado de verla de aquel modo.

      No le había dejado ver el vestido hasta que fuera a recogerla para llevarla al altar. Ahora entendía por qué. No entendía de moda. No sería capaz de identificar el tipo de tejido, de complementos, por no hablar de los nombres que recibían el escote y la falda. Pero sí comprendía las reticencias de Felicia a mostrárselo antes. Lo hubiera considerado muy descarado, si bien entendía que era culpa suya.

      Había visto siempre a su hermanita como una joven a la que proteger y ya no era así. Hacía mucho que se había convertido en una mujer. En una mujer fuerte, inteligente y espabilada, que tenía voz, que rugía más bien. Y aquel vestido solo evidenciaba lo que Patrick no había querido ver.

      —Felicia… estás bellísima —la tomó de las manos y se las besó—. Eres bellísima.

      Tenía que aceptar que aquellos momentos seguirían allí. No iba a poder borrar todo lo compartido con Felicia, tampoco es que quisiera. Su ansía en esos momentos era que el sufrimiento que iba ligado a ellos se alejase de su ser. Tenía que ser fuerte. No por sí mismo, sino por el niño. Lo observó a través del espejo retrovisor interior. Había colocado atrás la sillita con otro espejo que le permitía verle la carita. Brandon estaba dormido. Velar por sus sueños era ahora su destino y su obligación, no podía flaquear y arrastrarlo con él a la desgracia. Una punzada de dolor en las sienes le hizo dirigir la vista hacia la carretera.

      —Contrólate —se susurró.

      La jaqueca se incrementó cuando entró en el ático. Fue directo hacia lo que antes había sido su dormitorio. Ahora era la habitación de Brandon. Era la primera vez que entraba allí y le latió el corazón con rapidez al ver el cambio que se apreciaba por todos lados.

      Anthony y su esposa Lorraine habían hecho un gran trabajo.

      Las paredes, antes blancas, eran ahora de un suave tono morado muy infantil y acogedor. Los muebles eran blancos con matices grises, muy luminosos, nada que ver con los de antes, tan oscuros y acristalados. Supuso que la nueva decoración hubiera gustado a Felicia le habrían gustado.

      A McBane le escocieron los párpados por las lágrimas.

      El niño, dormido en su cochecito, volvió a removerse. Patrick meneó la cabeza para librarse de la pena y pulsó el interruptor que bajaba las persianas. Mientras las silenciosas láminas bajaban hasta los topes, desató al pequeño y lo llevó a su cuna, ya preparada.

      Conectó el comunicador que había cogido de la casa de Felicia y llevó el segundo a su nuevo dormitorio, que antes había sido su despacho. El escucha sería su gran aliado mientras intentaba descansar.

      Su despacho se había visto reducido en espacio a un rincón. Ahora, frente a la chimenea había una cama y habían colocado las mesitas de noche y sus antiguos armarios a un lado.

      No le parecía real, ni estar allí ni encontrarse viviendo aquella situación. Ni siquiera el ambientador que llenaba la habitación de una fragancia afrutada parecía ser real. Quizá estaba enloqueciendo, por eso tenía la sensación de vivir la vida de otro. Dado su pasado, todo el mundo sabía que Felicia había sido lo único que lo había mantenido cuerdo y vivo.

      Ella lo había sido todo para Patrick. El motor de su vida, cada latido de su corazón. Toda decisión tomada desde que su padre los abandonó había sido pensada para que las cosas le fuesen bien a ella, no a él. Había hecho cosas terribles antes de crear un imperio junto a Anthony. No estaba orgulloso de la forma en que había conseguido tener dinero suficiente para invertir en su empresa, pero no había quedado otra. Había querido darle a Felicia la carrera universitaria que quería y merecía, ayudarla a vivir en un barrio donde no hubiera prostitutas baratas y chavales adictos al crack como vecinos.

      Deseó emborracharse. Si no fuera por Brandon, bebería hasta perder la perspectiva y saldría a los suburbios al anochecer. Quería golpear duro, fuerte. Y que lo golpeasen hasta romperle cada hueso del cuerpo, hasta que no lo aguantase más y su vida terminase abruptamente.

      Pero no podía hacerlo. La luz del escucha que todavía sostenia, parpadeando en medio de la penumbra, le hacía darse cuenta de que había cosas imposibles.

      Se