—Lo está haciendo muy bien. Se le ve más relajado con Brandon y él lo nota.
—He aprendido de la mejor, tenlo presente.
Lía se sonrojó de pies a cabeza. Por suerte, estaba oscuro gracias a las persianas bajadas. Dudaba que Patrick se hubiera percatado de su rubor.
—Buenas noches, señor McBane.
Patrick le acarició la oreja al ponerle un mechón tras ella. El moño se había deshecho por completo al quedarse dormida en el salón y ahora la corta melena estaba suelta. Lía contuvo la respiración. Aquel leve contacto había terminado de despertarla, pues solo una persona insensible no reaccionaría ante semejante caricia, por más inintencionada que fuera…
—Patrick —la corrigió con voz ronca.
Ella se mordisqueó el labio inferior. Patrick se apartó un paso; pese la oscuridad que los rodeaba, la tenue luz del pasillo lanzaba sombras y vio el gesto. Lo volvió loco al momento. Temiendo que se notase la erección, se despidió con un hilo de voz y salió.
Ni siquiera huyendo se libraba de su perfume de coco. Iba a necesitar poner más ambientadores automaticos, pues no podía obsesionarse con aquella colonia.
La puerta se entreabrió cuando ya estaba alcanzando su propio dormitorio
La mujer lo llamó y su piel se puso de gallina bajo la ropa.
—Patrick.
Miró a Lía, que se había apoyado en el marco de la puerta. Tenía el pelo a un lado, la ropa desmadejada y la luz jugueteaba con su rostro, dándole cientos de expresiones. Parecía una ninfa.
—Si alguna vez necesitas hablar, de lo que sea… cuenta conmigo.
Él tragó saliva. Nunca había pensado que una desconocida se ofreciera a ser su hombro sobre el que llorar. Algo le decía que sus ganas de escucharle y ayudarle a deshacerse de la pena, nada tenía que ver con el sueldo que había estipulado en el contrato.
—Gracias —murmuró, con voz temblorosa.
En esa ocasión fue Lía quien se acercó hasta él, descalza. Lo tomó de la muñeca cuando vio que retrocedía. Ambos se vieron asaltados por una ola de calor que descendió desde los labios hasta sus piernas, acariciándoles el vientre, haciéndolos estremecer. Más ninguno se apartó. De nuevo, hacían ver que no pasaba nada entre ellos. Querían creer que el otro no sentía nada. Era mejor así para ambos, así que se dedicaban a cumplir con la función y seguir adelante como si la tensión sexual no resulta no estuviera entre ellos.
—A veces… es más fácil abrirse a un extraño que a alguien conocido —le aseguró Lía. Fue como si hablase por experiencia; a McBane ya le había parecido ver más veces en su mirada un atisbo de tristeza—. Por favor, si necesitas librarte de algún fantasma o simplemente… contarme algún problema que te esté agobiando, estoy aquí.
—Lo tendré en cuenta, Lía. Gracias —con cuidado de no ofenderla, se zafó. No soportaba más aquel cosquilleo ardiente pulsando sobre su yugular—. Buenas noches.
Sin darse la vuelta para ver si se quedaba parada en el pasillo o no, entró en la habitación. Al cerrar tras de sí, apoyó la frente en la hoja de madera. Suspiró para sus adentros para no delatarse. Aquella mujer lo estaba haciendo enloquecer y no encontraba el motivo de tal enajenación. Se quitó la camisa y los pantalones, avergonzado de sus emociones y sensaciones. Era primitivo y salvaje, algo que no podía sucederle. Hacía mucho tiempo que esos adjetivos ya no formaban parte de su diccionario.
Bajó las persianas y se tumbó en la cama, mirando el techo, preguntándose por qué Celia. Por qué, de entre todas las mujeres que conocía, la única que despertaba su interés en un momento tan complejo, era ella.
Intentó buscar un motivo, una excusa. Tal vez era tan buena chica, que brillaba con luz propia. O porque su sonrisa podía parecerte el antídoto para todo dolor existente. Por no hablar que era inteligente, simpática y muy agradable, tanto con niños como adultos.
Comprendía a los pequeños, se los ganaba con rapidez. Brandon era la prueba. Desde la muerte de Felicia, el niño había caído en un espiral de lloros y mutismo preocupantes. Pero ahora que Lía estaba en su vida, parecía haber recuperado la poca voz que poseía; incluso había sustituido los berrinches por las risotadas.
Lía era una cuidadora envidiable, cualquier colegio o guardería la querría para sí si viesen el potencial que tenía.
Incluso él había caído en su influjo, prendándose de su humanidad.
Anthony conocía a un buen investigador privado. McBane se preguntó si podía pedirle una tarjeta a la mañana siguiente. Sin embargo, tan pronto como aquella opción surgió en su cabeza, la desechó.
Había puesto la vida de su sobrino en manos de aquella mujer. Confiaba lo suficiente en ella como para creer que, si debía saber por qué no había ido a la universidad y se había dedicado a trabajar por Europa, ella se lo haría saber.
De sus labios.
No de los de un detective…
***
Para cuando Patrick abrió los ojos de nuevo, se sorprendió al ver que faltaba media hora para que sonase el despertador. Estaba tan agotado la noche anterior, que ni siquiera se había dado cuenta de que iba a caer rendido de un momento a otro.
Se incorporó en la cama y terminó de desvestirse. Parte de aquel traje ya estaba inservible, tan arrugado lo había dejado. Debería llevarlo a la tintorería para que le diesen un buen planchado. En calzoncillos, fue hacia la habitación de Brandon. Se asomó y dio gracias al cielo al comprobar que no se había despertado en toda la noche.
Como aquel era su anterior dormitorio y contaba con un baño propio, cogió lo poco que quedaba allí. No podía usar la ducha porque temía despertar al bebé, así que lo mejor era usar el cuarto de baño que había entre el dormitorio de invitados y su antiguo despacho.
Se dio una ducha rápida, sabiendo que Lía no tardaría en levantarse, y tendría que usar el baño. Se tocó la barba. Parecía un náufrago, no era de extrañar que el señor Chi hubiese quedado atónito la noche anterior. Y es que ni siquiera la webcam había podido esconder su demacrado aspecto. Tardó unos segundos en decidirse, pero cogió la cuchilla.
Bastante tenía ya llevando la pena por dentro como para permitir que el mundo entero siguiera viéndolo como un mártir, se dijo. Si quería que dejasen de apiadarse de él, debía mostrar un poco del hombre que era antes. Aunque fuera una farsa, porque aquel Patrick McBane jamás regresaría. Quizá una parte de lo que fue, pero nunca sería él al cien por cien.
Cruzó el pasillo a toda velocidad. No quería que Lía lo sorprendiese con una toalla envolviendo sus caderas. Sería muy violento, quién sabe… podría pensar que la acosaba.
Nada más lejos de la realidad.
Cuando veinte minutos más tarde, salió del dormitorio, poniéndose la chaqueta del traje, se la encontró en la cocina.
Sabía que estaba despierta porque mientras escogía la ropa minuciosamente, pues había escuchado el agua de la ducha correr. Y se le había hecho tan extraño… Patrick estaba acostumbrado al silencio. Nunca había escuchado su ducha, pues sólo la usaba él. Aquel sonido tan cotidiano se le había antojado chocante, casi fuera de lugar. Como si no estuviera en su apartamento o aquella no fuera su vida en realidad.
Supuso que aquella era su nuevo presente. Soportaría cualquier cambio en su vida por Brandon.
—Buenos días, Lía.
Ella se volvió hacia Patrick con una sonrisa. Tenía la tetera en una mano y la cafetera en la otra. Ya