Tú disparaste primero. Helena Pinén. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Helena Pinén
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417474805
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pizza para los dos?

      4

      Patrick cerró el portátil. Se frotó las sienes y los ojos. Se sentía emocionalmente exhausto. Su estómago gruñó, recordándole que no había podido cenar por culpa de aquella videoconferencia de última hora. No podía quejarse, por algo era jefe y tenía el sueldo que tenía. Salió de su dormitorio. Le era extraño refugiarse allí cuando recibía llamadas desde Nueva York o Hong Kong y se encontraba fuera de la empresa. Al fin y al cabo, atisbaba a ver la cama desde su escritorio.

      Suspiró y se frotó la nuca mientras recorría, descalzo, la distancia entre su puerta y la del niño. Era casi medianoche y comprobó que dormía a pierna suelta. Sonrió mientras lo arropaba mejor con la sábana. Le acarició la mejilla y se inclinó, haciendo crujir la barandilla de la cuna bajo el peso de sus costillas, para darle un suave beso en el pelo. Brandon se removió pero no se despertó ni soltó su chupete.

      Hacía pocos días que lo tenía a tiempo completo en su vida, pero lo quería mucho más que cuando Felicia estaba viva y se veían cada fin de semana. Era su sobrino, no lo olvidaba, pero ahora había más afán protector en su corazón. Más amor, tal vez. Era un sentimiento intenso como ningún otro. Uno que taladra con un gusto dulce, uno que da miedo, pero que a la vez no quieres soltar.

      Debía ser algo parecido a lo que había sentido Peter cuando Brandon había nacido.

      Patrick se prometió que otra noche en la que hubiera una videoconferencia improvisada, por más urgente que fuera, no pensaba aceptarla. Hong Kong podía esperar al día siguiente. Pero hacer que Brandon se durmiera gracias a él, no.

      Salió de la habitación casi caminando de puntillas, guiándose por la tenue luz que llegaba del salón. Fue hacia allí y se pasó una mano por la cara.

      Lía estaba dormida en el largo sofá, tumbada de lado, con un brazo cayendo por el borde. Patrick recogió el mando a distancia que había caído al suelo y apagó el televisor. Cogió la caja de cartón que había en la esquina de la mesa auxiliar.

      Le había prometido una pizza. La había pedido, pero no había podido ni probarla. Cuando el repartidor había llegado, Brandon seguía despierto y a él le habían avisado de que tenía una videollamada. Lía había cenado sola después de conseguir que el niño se durmiera. Le había dejado más de la mitad de la cena para él. Cerró la tapa de la caja y la miró.

      Esa misma tarde había visto a través de su camiseta blanca un poco de su ropa interior, pues se había mojado bañando a Brandon. Y en aquellos momentos, por su postura y lo escotada que era su camiseta de tirantes, tenía un ángulo bastante claro de sus senos.

      Patrick se acercó al ventanal con una porción de pizza fría en la mano. Respiró hondo.

      No negaría que la chica le parecía guapa, atractiva. No sabría decir si era por el físico, su voz suave o su naturalidad. Le había causado una gran impresión la primera vez que la había visto. Si bien algo en su interior le decía que, de acostarse con Lía, las cosas se torcerían entre ellos.

      Porque Lía no merecía ser usada como un desahogo más. Sabía que un polvo con ella no le devolvería a Felicia ni la felicidad que se llevó consigo.

      No quería herirla.

      La muerte de Felicia había puesto del revés todo su mundo hasta el punto de no creer en el sexo por el sexo.

      No se terminó ni siquiera aquel pedazo de pizza. Fue a la cocina y tiró lo que había sobrado de la masa con jamón dulce, atún, aceitunas rellenas y pollo. Regresó al salón y se inclinó para tomar en brazos a Lía, pero algo le hizo dar un paso atrás. Se miró. El deseo era obvio a través de sus pantalones.

      Si la tomaba entre sus brazos, si notaba aquellas curvas contra su cuerpo, le haría el amor. Se contuvo mientras una fina capa de sudor le cubría las sienes. ¿Aquello estaba pasando realmente? Era una sabandija. ¿Cómo se atrevía a sentir algo tan impuro como aquello cuando Felicia ya no iba a ser acariciada nunca más?

      La despertó con suavidad, poniendo una mano tierna en su hombro. Ella abrió los ojos con varios parpadeos y tardó en enfocarlo. Cuando lo hizo, su entrecejo se arrugó y se incorporó sobre un codo.

      Joder, el gesto resaltaba más sus pechos. Controlarse le estaba costando un mundo.

      —¿Patrick?

      ¿Se habría dado cuenta de que lo había tuteado, a diferencia de aquella tarde, donde había vuelto a imponer distancias entre ambos?

      —¿Qué hora… es?

      Patrick no necesitó mirar el carísimo reloj de pulsera que todavía llevaba anudado en la muñeca.

      —Pasan de las doce.

      —¿Y… mmm… has estado trabajando hasta ahora? —preguntó, aclarándose la garganta, notando que tenía la voz y la lengua pastosas.

      Patrick sonrió con ternura. Lorraine no se había equivocado y había tenido un buen ojo con ella. Estaba más que capacitada para el puesto que ocupaba. Pero era dulce con todo lo que la rodeaba, preocupándose por todo lo que ocurría. No sólo con Brandon.

      —Está bien, Lía —la ayudó a levantarse, de nuevo notando aquella calidez apoderándose de sus dedos ahora que la sujetaba para mantenerla en pie—. No te preocupes tanto por las cosas. Estoy acostumbrado a estos horarios tan insanos.

      —No deberías. Entiendo que tu puesto lleva responsabilidades, pero si te enfermas… —bostezó. No lograba mantenerse erguida, tan adormilada seguía—. ¿Quién cuidará de Brandon?

      —¿Sabes quién no se puede permitir ponerse enfermo? —le peinó el pelo y no supo por qué lo había hecho. Esperaba que Lía estuviera tan atontada que no se diera cuenta. O, como mínimo, que no se acordase al día siguiente—. Tú. ¿Por qué no vas a dormir?

      —¿Has cenado?

      Mintió, asintiendo. Ella pareció quedarse tranquila, haciendo que sí a su vez, mientras se peinaba la cabellera con los dedos. El sueño se reflejaba en sus ojos azules, en su pelo desordenado, en la marca de la almohada que cruzaba su pómulo.

      Patrick también contuvo las ganas de reseguir aquella línea con los nudillos.

      Se recriminó a sí mismo semejante actitud. Por el amor de Dios, la soledad y la autocompasión no podía hacer mella en él. Al menos, no de ese modo. Conocía a Lía de hacía dos días y apenas hacía una semana que había enterrado a su hermana. Si sus cálculos no fallaban, no podría fijarse en una mujer hasta dentro de cinco años y no a las cuarenta y ocho horas de conocerla.

      La acompañó hasta su dormitorio y le prometió cuidarse de Brandon si esa noche se despertaba. Estaba agotada, lo leía en la palidez de sus mejillas. Él lidiaba con proveedores y empleados a menudo, pero Lía se encargaba de un niño de menos de un año y de un ático desproporcionado para tres personas.

      ¿Quién estaba más cansado?

      ¿Quién merecía dormir, al menos, seis horas de una sentada?

      —Pero… es mi trabajo.

      —Ya te he dicho que eres primordial aquí. Si caes enferma, Lía, no me servirá de nada tenerte contratada —le comentó.

      Su seriedad y sus palabras la pusieron alerta. No pensaba despedirla, por ahora. De caer enferma y no poder salir de la cama, su contrato peligraba. Si la echaba, la operación podría irse al garete y entonces no habría forma de proteger a Brandon desde dentro de su día a día.

      No podía presentarse ante el comisario con semejante fracaso.

      Aceptó la derrota a regañadientes, si bien fingió muy bien no sentirse para nada coaccionada. Tampoco es que McBane estuviera amenazándola; la verdad es que estaba siendo muy considerado.

      Cuando se sentó en el borde de la cama, Lía se dio cuenta de que Patrick tenía razón. Llevaba varias noches sin dormir bien. El cambio de misión, la infiltración,