Desvió la mirada hacia la fotografía que había sobre su cómoda, junto a los relojes y sus gemelos. Se levantó y la tomó entre las manos.
Felicia aparecía en ella, capturada y atrapada para siempre en un pedazo de papel que Patrick pensaba conservar toda la vida. Era la foto más reciente que tenían juntos. Peter la había tomado poco tiempo después de haber dado luz a Brandon. Estaba pegada a su costado, riendo mientras se apartaba el pelo de la cara, que el viento mecía con gracia. Ambos guiñaban un ojo porque el sol les molestaba.
Patrick se permitió llorar. No había derramado ni una sola lágrima en aquellos días, ni siquiera cuando le llamaron del hospital para decirle que el coche de Peter se había salido de la carretera. Se sentó en el suelo y se cubrió la cabeza con las manos, sollozando.
Su móvil vibró encima de la mesilla de noche, donde lo había dejado al quitarse la chaqueta. El leve sonido lo hizo despertar del letargo en el que se había sumido. No quiso responder. A pesar de todo, se alzó a trompicones, se secó las lágrimas y cogió el aparato. Se sentía tan perdido y desubicado que no supo cómo contestar. La llamada se repitió a los pocos segundos. Consiguió mover el pulgar sobre la pantalla después de sorber por la nariz.
Carraspeó para eliminar los restos del llanto de su voz cuando la voz femenina lo saludó con mimo al otro lado de la línea.
—Lorraine.
—Cielo —su voz, teñida de preocupación, le provocó una punzada en el pecho—. ¿Cómo estás?
—Supongo que… estoy, que ya es mucho —respondió Patrick, frotándose un ojo hasta notar un tirón en la piel que rodeaba la ceja.
—¿Te has planteado venir a vivir cerca de nosotros? Ya sabes que hay una casita en venta a apenas un par de manzanas. Creo que Kensington es un buen lugar para ti y para Brandon.
—Acabo de cambiar parte de mi apartamento, Lorraine. Y lo he hecho pensando en Brandon.
—Patrick… —la voz de Lorraine sonó cautelosa y él se puso tenso—. Yo podría echarte una mano si te tuviera más cerca. Con Susana —dijo, haciendo referencia a la nanny que la ayudaba con los críos y la casa—, puedo cuidar de otro niño más.
—No voy a cargarte con mi responsabilidad, Lorraine.
—Cielo… —usó la voz que utilizaba con los trillizos cuando hacían algo mal, y Patrick no pudo evitar irritarse—. No sabes nada de criaturas…
Peter le había dicho que ser padre se aprendía con el tiempo. Que, al tener al niño en brazos, todo parecía más claro y sencillo, pero para él aquello era un infierno. No sabía cómo actuar.
Lorraine siguió hablando, ajena a sus pensamientos, que ahora lo tenían inmovilizado por el pánico.
—Y no puedes descuidar la oficina. Lo sabes, ¿verdad?
Antes solo había tenido una obligación: trabajar. Se había quedado con parte de los compromisos de Anthony para que su amigo pudiera estar con Lorraine y los niños en cuanto los trillizos habían nacido. De nuevo deberían repartirse las tareas, para que fueran idóneas para los dos en esta ocasión.
Brandon.
Patrick suspiró y se sentó en la cama, mirando con fijeza la pared que tenía delante. Le contó a Lorraine que tenía varias entrevistas al día siguiente, allí mismo. Necesitaba una niñera que se ocupase de Brandon cuando no estuviera en la guardería, así que había buscado en una agencia alguna au pair que quisiera el trabajo.
—Con todo esto… se me había olvidado hasta ahora —admitió, pasando la mano por el rostro. No le avergonzaba haber olvidado las citas programadas.
—Patrick, no creo que una canguro vaya a arreglar tus problemas —Anthony le arrebató el teléfono a su esposa, fue él quien habló—. Escúchame, necesitas a alguien que te ayude con Brandon. Que te enseñe qué necesita un bebé en cada momento. Y, para eso, una niñera no sirve de nada. Necesitas una persona que cuide del niño y de tu apartamento… y de ti mismo.
Patrick quiso hablar, decirle que podría solo con aquel revés de la vida, pero escuchó una pequeña discusión al otro lado de la línea. No parecía una gran batalla, así que esperó, paciente. Un leve deje de curiosidad le hizo fruncir el ceño: ¿cuál sería el siguiente movimiento del matrimonio?
La voz que llegó, después, fue de nuevo la de Lorraine.
—Cielo, lo que Anthony quiere decir, es que necesitas una... una persona que duerma en tu dormitorio de invitados para ayudarte las veinticuatro horas del día…
—¿Estás hablando de una interna? ¿Estáis locos? —casi fue un rugido.
No pensaba meter a nadie en su casa para que cuidase del pequeño. No se fiaba de Rose, que era profesora, ¿iba a fiarse de una desconocida? Podía apañárselas. Iba a tener problemas para dormir hasta que el crío fuera más mayor, pero aprendería. Solo necesitaba a alguien que le echase una mano mientras estuviera en la oficina.
—No, no estamos locos… Patrick. Hazme caso. Yo con Susana estoy encantada, sino fuera por ella apenas podría dormir dos horas seguidas —con teatralidad, Lorraine suspiró. Patrick puso los ojos en blanco.
No cedió. Quería una niñera que estuviera unas pocas horas allí y luego se marchase a su propia casa. Su postura era inamovible. Y Lorraine tuvo que aceptarlo. Si alguien era terco de ellos tres, sin duda era McBane.
Cambió de idea cuando, una hora después, Brandon se despertó berreando y gruñendo. No era lo mismo cuidar de un niño de dos años que ya pedía las cosas, que uno que únicamente lloraba y movía los brazos para decir que tenía hambre, sed, el pañal sucio o que quería salir de la cuna.
Se volvió loco. Le cambió el pañal, que estaba, sorprendentemente, limpio y seco. Intentó darle un biberón, cuya leche terminó manchando todo el suelo del salón y parte de la mesa auxiliar de diseño. Le puso delante el biberón del agua, si bien Brandon también lo lanzó al suelo. Consiguió entretenerlo poniéndole la televisión.
Su hermana y Peter eran los expertos en descifrar cada gemido y lágrima, no él.
Maldición. Le era difícil admitir que con el paso de las horas, la desesperación era todavía mayor. Incluso se planteó, con los llantos del bebé, llevarlo al hospital por si tenía cólicos o le dolían las encías. Era frustrante no poder cumplir con las expectativas.
Recordó lo mal que había ido cuando quiso ser la figura paterna de Felicia. Aunque por aquel entonces ella era adolescente.
Llamó a Lorraine con el rabo entre las piernas.
—¿Patrick?
—Perdona por llamarte. Sé que son las cinco de la mañana pero…
—¿Estás bien? —Lorraine estaba más despejada que antes, quizá alarmada por la desesperación de su voz.
—No sé si seré un buen padre. ¿Conoces a alguien con buenas referencias que pueda empezar hoy mismo? ¿Alguna amiga de Susana?
Si había alguien en todo Londres que conociera a alguien capaz de encargarse de Brandon, era la niñera que vivía con su socio.
—Llama a la agencia a primera hora y cancela todas las entrevistas que hayas concertado —la voz de su amiga estaba entintada con tanta confianza, que Patrick recuperó el ritmo cardíaco—. Sé de alguien de confianza. Mañana a las ocho estará ahí, cielo. Créeme, la vas a adorar. Lía es justo lo que necesitas.
2
Lía bajó del taxi con una pequeña mochila cargada en el hombro. Avisó por mensaje que ya estaba frente al ático de McBane. Observó el edificio que se alzaba ante ella. Todas las ventanas parecían tintadas, aunque algo le decía a Lía que, desde dentro, la