Un corazón alegre. Julián Melgosa. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Julián Melgosa
Издательство: Bookwire
Серия: Vida Espiritual
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789877980530
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y lleva décadas ejerciendo su profesión. A lo largo de los años, ha tenido ocasión de escuchar infinidad de problemas humanos en todo detalle. Sin embargo, tiene muy claro que todo lo que escucha en la sesión es confidencial y no cuenta con la libertad de referir estecontenido a nadie, ni siquiera a su esposo.

      Cuando recibe a un nuevo paciente, el primer día pone sobre la mesa los detalles de su propio estilo, sus técnicas, sus metas generales, sus fortalezas y sus limitaciones. Un punto obligado es asegurar al cliente que el contenido de las conversaciones que tendrán es privado y que ella no divulgará nada a nadie sin el permiso escrito del paciente.

      Hemos de apresurarnos a decir que la ética de esta profesión impone límites a la confidencialidad. Por ejemplo, si una persona amenaza con suicidarse o matar a otra o alguien habla de abusos a niños o a ancianos, entonces la seguridad personal y la vida prevalecen sobre el derecho a la confidencialidad, y el profesional de la salud mental está obligado a comunicar dichos riesgos a quienes tienen autoridad para proteger a la posible víctima.

      Excepciones aparte, la confidencialidad es muy importante no solo en el ámbito profesional, sino también en las relaciones mutuas. La certeza de que las cuestiones íntimas no van a divulgarse aumenta la confianza, fortalece la relación, anima a expresar los problemas con libertad (lo cual favorece la salud mental) y demuestra al sufriente que él o ella merecen profundo respeto, aun con sus errores o debilidades.

      El versículo de hoy se refiere a confidencias de tipo inmoral, faltas, caídas, pecados… Y se nos invita a que no los divulguemos. ¿Significa ello que aprobamos los hechos inmorales? ¡De ninguna manera! Pero el texto nos da a entender que debemos trabajar con discreción, apoyando y guiando a la persona a hacer la restauración correspondiente y a procurar el perdón de Dios. ¿Y qué ocurre cuando divulgamos la falta? La Escritura nos dice que la relación se rompe.

      La confidencialidad puede ir más allá de una relación psicoterapéutica y alcanzar el terreno moral. Hay muchos, aun en comunidades religiosas, que parecen hallar especial placer en divulgar las faltas de otros. Pero la recomendación bíblica es muy diferente. Tal vez tú puedas desempeñar un papel fundamental en escuchar y guiar a alguien que, habiendo cometido un error, confíe en ti. Recuerda que debes mantener una cuidadosa discreción y apoyar al afectado a resolver su problema a la luz de las Sagradas Escrituras.

      Un espíritu sin freno

      “Como ciudad destruida y sin murallas es el hombre que no pone freno a su espíritu”

      (Proverbios 25:28).

      El famoso actor y humorista neoyorquino Jerry Seinfeld suele decir: “Hay dos cosas que me permiten averiguar la verdadera naturaleza de las personas. La primera es verlos conducir un vehículo; la segunda es oírlos hablar del matrimonio”. Aunque lo diga en broma, la declaración es seria. La gente suele perder el control en situaciones de estrés, especialmente cuando la tensión va asociada a las relaciones interpersonales: cónyuge, hijos, amigos, colegas, vecinos, etcétera. Conducir un coche, especialmente en la gran ciudad, puede ser una situación altamente estresante y casi siempre el con- flicto viene por la conducta de otros automovilistas. La vida en matrimonio puede también causar tensión, especialmente en momentos de dificultades profundas entre los esposos. En estas situaciones, cualquiera puede perder el control. El versículo de hoy menciona dos consecuencias por la falta de dominio propio: la derrota total de uno mismo y la indefensión: “Ciudad destruida y sin murallas”.

      El desenfreno del espíritu no es otra cosa que el enojo. El disgusto hiere los sentimientos del que lo recibe, crea temor, desconfianza y distancia, inclu yendo odio hacia el iracundo. También daña la salud mental y física del que se enoja, pues le produce estrés, falta de sentido común, pensamiento obsesivo, culpa y frustración, e incluso hasta depresión. La ira conlleva además riesgos de naturaleza fisiológica: enfermedad coronaria, elevación de la presión sanguínea, diabetes, problemas de colesterol y pérdida de defensas.

      Y el problema va más allá de los riesgos físicos y mentales, pues alcanza la salud moral. No es extraño que la Biblia mencione tantas veces los peligros de las palabras improcedentes y del enojo (Sal. 37:8; Prov. 12:18; 14:29; 25:28; 29:20; Ecl. 7:9). Jesús mismo pronuncia la firme sentencia de que el que se enoja e insulta a su hermano es culpable de juicio y queda expuesto al infierno de fuego (Mat. 5:21, 22).

      Pero es posible apartar de uno mismo este problema que quiebra las relaciones. Si no fuera así, no diría el salmista: “Deja la ira y desecha el enojo” (Sal. 37:8). Para ello, es necesario confiar por completo en la divinidad: “El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley” (Gál. 5:22, 23). Repite pausadamente estas virtudes y ora a Dios para que las preserve en ti a lo largo de este día y también en el futuro.

      La libra de mantequilla

      “Dad y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo, porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir”

      (Lucas 6:38).

      Un panadero de una población canadiense compraba regularmente man- tequilla de una lechería cercana para elaborar sus panes. Un día, empezó a sospechar que los paquetes de mantequilla pesaban menos de lo habitual. Y cuando comprobó el peso de los bloques, comprobó que todos eran faltos. Así que denunció a su proveedor y este fue llamado a declarar ante el juez municipal.

      —¿Puede mostrarme sus pesas? —preguntó el juez interesado en ver si estaban trucadas.

      —No uso pesas —contestó el lechero. Sorprendido, el juez exclamó:

      —Entonces ¿cómo sabe usted que sus medidas son exactas?

      —Muy sencillo—explicó el lechero—, Señoría. Cuando el panadero empezó a adquirir mi mantequilla, yo comencé a comprar su pan. Desde entonces, uso su pan de a libra como pesa para las libras de mantequilla. Si la mantequilla no da el peso, es porque el pan está falto.

      Recuerdo (J) otra experiencia aún más sombría. En nombre de mi familia adquirí un local comercial en Madrid. El lugar había sido pollería y huevería durante décadas. Los dueños decidieron jubilarse y venderlo. Cerramos el trato y con la venta incluyeron una serie de utensilios de trabajo que a los compradores no nos servían de nada, pero quedaron como parte de la transacción. Entre ellos había una báscula antigua con pesas de hierro que habían sido utilizadas para la venta de sus productos. Examinando las piezas, me di cuenta de que todas ocultaban, en su parte inferior, un imán cúbico que encajaba en la base de las pesas. Así podían hacerse las pesas más ligeras a voluntad. Meses después supe que el antiguo dueño había fallecido, si bien su viuda vivió muchos años más. Sentí escalofríos cuando leí el texto: “No tendrás en tu bolsa una pesa grande y otra pesa chica, ni tendrás en tu casa un efa grande y otro efa pequeño. Una pesa exacta y justa tendrás; un efa cabal y justo tendrás, para que tus días sean prolongados sobre la tierra que Jehová, tu Dios, te da” (Deut. 25:13-15, énfasis añadido). ¿Sería cierto que la muerte prematura del pollero guardara relación con su presunta deshonestidad? Solo Dios sabe la verdad, pero el versículo resalta la seriedad de la honestidad.

      El texto de hoy va aún más lejos. Nos invita a dar más de lo justo y así recibir en abundancia. Prueba hoy la eficacia de esta promesa. Sé generoso con tus semejantes y verás de inmediato una mejor relación con ellos y otras ricas recompensas.

      Expectativas opuestas

      “La esperanza de los justos es alegría, mas la esperanza de los malvados perecerá”

      (Proverbios 10:28).

      En tiempos de la expansión de la frontera estadounidense del siglo XIX, muchos europeos y colonos asentados en la costa oriental norteameri- cana viajaron hacia el oeste en busca de establecer un hogar y vivir de la tierra. Se cuenta la historia de un anciano llamado Pedro que llevaba muchos años viviendo en un pueblo del