Un corazón alegre. Julián Melgosa. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Julián Melgosa
Издательство: Bookwire
Серия: Vida Espiritual
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789877980530
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      —Buenas tardes, buen hombre. ¿Cómo son los vecinos de este lugar? A lo que el anciano contestaba:

      —¿Cómo eran los vecinos del lugar de donde usted viene?

      —Mis vecinos eran impacientes, malintencionados, testarudos, suspicaces, rencorosos, envidiosos… —era la respuesta del forastero.

      Entonces, Pedro respondía:

      —Pues aquí también son así.

      Cuando otro advenedizo le hacía la misma pregunta, Pedro respondía:

      —¿Cómo eran los vecinos del lugar de donde usted viene?

      —Mis vecinos eran amables, joviales, diligentes, generosos, bondadosos, honrados, prudentes… —decían algunos.

      —Pues aquí también son así —respondía Pedro.

      Pedro había aprendido que cualquier ser humano puede ser bueno o malo y que las relaciones interpersonales no son mejores ni peores por el lugar en el que se vive, sino por la actitud con la que uno se acerca a sus semejantes. Aquellos viajeros iban a tener la opción de observar en sus nuevos vecinos rasgos bondadosos o perversos, según sus expectativas y conductas de cara a ellos. El texto de hoy nos asegura que la esperanza (o el porvenir) del justo es feliz y la del malvado acaba desvaneciéndose. Esto tiene aplicación directa en las relaciones interpersonales y podemos inferir que el justo cuenta con las mejores expectativas de éxito en las relaciones, mientras que el malvado acaba agotando sus relaciones.

      Hoy observa las relaciones en las personas de tu entorno. Mira cuándo despliegan rasgos malos y cuándo se muestran afables. Verás que su conducta y su actitud varían dependiendo de cómo los traten otros.

      En lo que a ti respecta y con la ayuda de Dios, usa palabras, gestos y acciones que favorezcan en otros la buena convivencia, la amabilidad, el amor y el mutuo entendimiento. Recuerda hoy el mensaje del apóstol Pablo: “Antes sed bondadosos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efe. 4:32).

      El muro de Adriano

      “De Jehová es la tierra y su plenitud, el mundo y los que en él habitan”

      (Salmo 24:1)

      El muro de Adriano, en el norte de Inglaterra, cubre de costa a costa una distancia de 117,5 km. Lo construyó el emperador romano Publio Elio Adriano (76-138 d.C.) para separar a los bárbaros de los romanos. Es la primera frontera física de Europa. Siglos después, se construiría la gran mu- ralla china, de mucha mayor magnitud, para proteger el norte del país de los ataques nómadas de Mongolia y Manchuria. Ambos proyectos dan testimonio de un aspecto prevalente en la naturaleza humana: la preservación de lo nues- tro para evitar que otros nos lo arrebaten. En la actualidad también hay países que erigen vallas y muros para proteger sus fronteras. Y, por supuesto, las per- sonas llevan este principio al máximo extremo levantando paredes, barreras, alambradas, verjas, setos, lindes, entre otros, alrededor de sus propiedades.

      Se ha dicho que no había problemas entre vecinos hasta el momento en que alguien decidió poner límites a su propiedad y dijo: “¡Esto es mío!" Y es que muchos de los problemas interpersonales, entre amigos, compañeros, socios e incluso familia vienen motivados por desacuerdos en las pertenencias. La Biblia relata casos en que el materialismo y el deseo por poseer tuvieron consecuencias muy serias. Ananías y Safira, por ejemplo, eran un matrimonio de fieles entre los primeros cristianos. Ofrecieron donar a la comunidad el producto de la venta de una finca. Secretamente decidieron sustraer una parte y llevaron el resto a los discípulos. Por revelación divina, Pedro supo de tal engaño y la muerte sorprendió fulminantemente a esta pareja (véase Hech. 5).

      En otra ocasión, el profeta Eliseo, por medio del poder divino, sanó de la lepra a Naamán, un militar sirio. En señal de agradecimiento, Naamán ofreció regalos, pero Eliseo no los aceptó. Sin embargo, Giezi, su asistente, codició tales regalos y salió al encuentro de Naamán para explicarle que su amo había cambiado de parecer y que estaba dispuesto a recibir 34 kg de plata y dos conjuntos de ropa nueva. El militar enseguida le regaló 68 kg de plata y la ropa que pedía. Pero el profeta Eliseo supo, de forma sobrenatural, de la estratagema de Giezi, quien quedó leproso de por vida por su avaricia (véase 2 Rey. 5).

      El versículo de hoy pone las posesiones en una perspectiva totalmente diferente: “De Jehová es la tierra y su plenitud”. ¿Tienes hijos, casa, tierra, animales, automóvil, ropa, muebles, aparatos electrónicos? Recuerda que, según la Escritura, no son tuyos. Son de Dios. Entendiendo esto cabalmente ganarás la batalla al egoísmo y la avaricia.

      Autoestima sensata

      “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno”

      (Romanos 12:3).

      Booker T. Washington (1856-1915) nació esclavo en una plantación del es- tado de Virginia (EE.UU.). Sin embargo, llegó a ser una figura de enorme relevancia como educador, autor, filántropo, político, profesor y consejero de la presidencia de su país. Luego de la emancipación de la esclavitud en 1865, el joven se abrió camino trabajando en la industria de la sal y en las minas de carbón para estudiar en la universidad. Llegó a ser un líder de pres- tigio en la comunidad afroamericana y consiguió grandes logros en materia de igualdad social. Siempre decía que los oprimidos habían de demostrar “diligencia, economía, inteligencia y propiedad”. Algunos de sus congéneres lo consideraban demasiado blando por su estilo manso y suave, pero ello le valió para conseguir la simpatía de los afroamericanos y también de muchos blancos acaudalados que financiaron parte de sus cinco mil escuelas para la escolarización de los niños negros del sur, aparte de donaciones a las uni- versidades de Hampton y Tuskegee, dedicadas a servir a los desfavorecidos.

      Se cuenta que una vez este hombre humilde paseaba por Tuskegee, la ciudad donde estaba situada la universidad donde él era rector, cuando una mujer distinguida de raza blanca se acercó y le preguntó si quería ganarse algo de dinero llevando leña al interior de la casa. Sonriendo, el profesor accedió y se puso manos a la obra. Una niña lo reconoció y más tarde informó a la dama que aquel hombre era Booker T. Washington. Avergonzada, la mujer fue a visitarlo a su despacho para pedirle disculpas. La respuesta fue:

      —No se preocupe. Me gusta hacer ejercicio físico de vez en cuando; además, ¡es siempre un placer ayudar a una amiga!

      De aquel encuentro surgió una alianza que se tradujo en ayuda financiera hacia las instituciones que patrocinaba el señor Washington.

      Se ha enfatizado mucho la importancia de tener una autoestima sana, pero algunos pueden confundirla con la altanería. El apóstol nos advierte que nadie tenga un concepto más alto de sí que el que debe tener. Jesús nos invita a aprender de él y ser mansos y humildes (Mat. 11:29). Recuerda la ilustración de hoy y preséntate a los demás con mansedumbre y sin pretensiones. Los resultados pueden ser mejores de lo que te imaginas.

      Chismes y habladurías

      “El que anda con chismes descubre los secretos: no te entremetas, pues, con el suelto de lengua”

      (Proverbios 20:19).

      Kent Crockett, teólogo y autor de libros devocionales, cuenta de una al- deana que difundió una historia de carácter difamatorio sobre su jefe. Pronto las habladurías corrieron de boca en boca y la calumnia estaba dispersa por toda la localidad. Al ver el alcance de su acción, la mujer sintió remordimiento y se presentó ante su jefe para confesar que había sido ella quien había iniciado la difamación y le rogaba que la perdonase.

      El supervisor le dijo:

      —Estoy dispuesto a perdonarte con una condición: ¿Ves este saco de plu mas? Llévalo a la torre del pueblo, sube