Desvestir al ángel. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013416
Скачать книгу
hablar. Pongo la mano en el fuego porque Caleb no tocaría a esa mosquita muerta ni con un palo, ya se disfrazara de su hermana o aprendiese a hablar como ella. La clase no es algo que se pueda aprender, es algo con lo que se nace... Aiko lo tiene, y Mía no. Está aquí por pena.

      Eso ya era el colmo. Llamándola china y llamándola Mía: las dos cosas que más detestaba en una sola oración. Bueno, tres, porque acababan de compararla con su hermana, y naturalmente salía perdiendo. Eso, a diferencia del cambio de nacionalidad y nombre —malditas serpientes... A ese paso tendría que renovarse el carné de identidad—, le dolía de verdad. Por eso se retiró tan rápido como pudo, escuchando de fondo sus risas pérfidas.

      Por favor, ¿esas cosas no se acababan en el colegio?

      Negó con la cabeza y clavó la vista en el suelo. Para secarse las manos empapadas de sudor tuvo que cambiar de mano la bolsa que contenía la camisa de Caleb. La camisa de Caleb... Un detalle que le encendió la bombilla y le averió los cortocircuitos. Acabó dando media vuelta y dirigiéndose al baño, con la bolsa apretada contra el pecho y los labios fruncidos.

      Se situó justo detrás de ellas y carraspeó, haciendo notar su presencia. Las dos se giraron. Una era pelirroja y otra tenía el pelo oscuro, cortado como un chico.

      —Perdonad, ¿alguna de vosotras es la secretaria de Cal? —preguntó, con todo el tacto del que fue capaz. La morena de pelo corto asintió, asumiendo el cargo—. Ah, genial. Te he estado buscando para que le devuelvas esto.

      Le acercó la bolsa, casi poniéndosela en las narices. Su confusión, además del insulto a sus medias rotas —por favor, eso era ya una institución—, la animaron a aproximarse con un gracioso contoneo.

      —Verás, podría dárselo yo, pero si tengo que interrumpirle todos los días para entregarle una bolsa con la ropa que se dejó anoche en mi habitación, podría acabar siendo sospechoso. Confío en que tú y tu compañera seréis discretas y me guardaréis el secreto. Solo es una camisa que se ha olvidado esta mañana.

      «Chica, tus dotes de interpretación son una maravilla».

      «A irme con toda la dignidad del mundo me enseñó Norma de Pasión de Gavilanes».

      «Pues a ver cuándo reclamas a tu Juan».

      Esa era una buena pregunta. Pero por lo pronto se acostaba con él a menudo —aunque fuera delante de esas dos—, no podía quejarse.

      Ni las otras podían moverse, por la conmoción en la que estaban.

      —¿Te estás acostando con Caleb Leighton? —preguntó la pelirroja, con los ojos redondos.

      —Eso no es de tu incumbencia —le soltó. Enseguida se sintió mal por hablarle de esa manera, y carraspeó—. Pero sí. Deberíais probarlo, no lo hace nada mal —añadió desinteresadamente.

      Quiso darse un palazo en la frente en cuanto asimiló lo que acababa de decir.

      —Ah, no, no, de aquí no te puedes ir sin dar detalles —exigió la morena, cogiéndola del brazo. Mio la miró temiendo que no la hubiese creído—. ¿Cómo? ¿Desde cuándo? Pensábamos que estaba colado por Aiko, y que por eso se pasa ahora todo el día trabajando. No quiere tiempo libre para no pensar en su boda.

      Mio estuvo a punto de hacer un puchero.

      ¿Quién la mandaba meterse en esos percales? ¿Y más cuando estaba sola...?

      —Hace tiempo que Cal olvidó a mi hermana. Reconoció a Miranda como un adversario digno en su momento y se retiró. De todos modos, en nuestra relación no importan los sentimientos. Es todo carnal.

      La morena sonrió lobuna.

      —¡Ay, sobre eso! ¿Cómo es? ¿Es tierno, o lanzado...? Porque así a simple vista parece el típico empolloncito al que solo le preocupa no hacerte daño, pero me lo imagino quitándose las gafas y convirtiéndose en Superman. Dinos, dinos. ¿Cómo lo hace?

      «Rápido, Mio. Piensa. ¿Cómo lo hace Caleb?».

      «Cómo hace Caleb, ¿el qué?».

      «¡Cualquier cosa! Dale al coco y luego lo trasladas al plano sexual».

      «Bien... ¿Cómo hace el arroz a la cubana?».

      —Se toma su tiempo, porque es algo que le encanta —se oyó decir, tan roja que hacía daño a la vista—. Lo condimenta muy bien, si sabes a lo que me refiero... Le pone de todo, aunque también depende de su estado de ánimo. Cuando está de buen humor... —Mio miró al techo y se mordió el labio, recordando la última vez que cocinó su plato estrella para mamá—. Lo acompaña con distintos sabores.

      —¿Usa lubricantes?

      —Sí. Lo hace muy caliente, realmente me pone a hervir... Y luego me deja un rato hasta que me relajo y ataca de nuevo.

      —¡Es de los que repiten! —palmeó la morena—. ¡Lo sabía! ¿Y qué hace?

      —Ah, pues de todo. Un poco de aquello, un poco de lo otro... —mintió.

      Caleb hacía arroz a la cubana, tres o cuatro platos mexicanos, y mucho era. El resto del tiempo se aprovechaba del talento culinario de los demás. Eso le dio una idea.

      —Aunque yo no me quedo corta, le gusta más que se lo hagan a hacerlo él.

      —Pues como todos —bufó la pelirroja.

      —Y entre tú y yo... —añadió la otra en voz baja—. ¿Cómo la tiene? Ya sabes...

      Mio cometió el error de imaginarlo. Caleb completamente desnudo, en su habitación. De pie. Con las gafas. Esperándola, muy, muy duro... Con una de esas sonrisas de perro malo que le veía poner a Marc.

      ¿Cómo la tenía? Dios, le daba igual.

      Eso debía ser el amor.

      —Enorme, y cuando digo enorme... Me refiero a enorme.

      —Siguiendo su propia regla, separó los dedos para medir más o menos el tamaño de su pene ficticio—. Por lo menos dieciocho. Muy por encima de la media.

      —Eso tampoco es estar muy por encima de la media —se quejó la morena, con el ceño fruncido—. Mi ex era de diecisiete, y no marcaba ninguna gran diferencia respecto a otros. En fin, vaya decepción... Yo me lo imaginaba gigantesco. Tiene un paquete increíble, pero supongo que engaña.

      Mio la miró muy indignada.

      ¿Cómo se atrevía a meterse con el falso miembro de Caleb Leighton?

      Le habría dado lo que era bueno por faltarle el respeto a su gran creación, pero las dos se despidieron prometiendo guardar silencio. Eso al principio tranquilizó a Mio, igual que saber que había hecho justicia consigo misma al menos por una vez. Se sentía bien. Poderosa. Y más al sentarse en el sillón de su hermana... Si le hubieran hecho una foto al acomodarse, House of Cards ya no tendría que preocuparse por el póster de la última temporada.

      Pero luego le asaltó una duda. ¿Y si no le guardaban el secreto? ¿Y si se lo contaban a Julie...? ¡Dios! ¡Julie salía con Caleb, o por lo menos dormían juntos! ¿Y si había intereses románticos en medio? Bueno, eso era imposible, porque Julie nunca sería como Aiko, el gran amor de su vida... Pero a lo mejor estaba pensando en pedirle salir de verdad, en formalizar su relación, y ella acababa de cagarla inventándose una fantasía en la que Caleb le daba hasta en el carnet de identidad. Ese en el que, por lo visto, estaba escrito que era china.

      Se empezó a poner tan nerviosa que no había pañuelos suficientes para secar el sudor de sus palmas. ¿Qué podía hacer? ¿Ir y contárselo? No, no, no, de eso nada. Qué maldita vergüenza... Encima estaba en periodo de pruebas. La mandaría a casa antes de que pudiera llegar contarle cómo había definido su entrepierna. Aunque no es que fuese la mejor parte. Por lo visto, dieciocho no era para tanto.

      —Mio.

      La humilde servidora dio un respingo sobre