Desvestir al ángel. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013416
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en la curva de la falda de tubo, en las arrugas que se dibujaban debajo de su trasero, y recordó con vaguedad el azote que le propinó en medio de la calle.

      Dios, quería maltratar ese culo suyo.

      Se estaba poniendo duro solo de imaginarlo, cuando Mio se giró para mirarlo con el agradecimiento grabado en los ojos. Y ahí estuvo él de nuevo: prendado por su chica de campamento, solo que acababa de congelarse el tiempo porque esta vez, el encuentro se prolongaría.

      Y quizá, por demorarse más la despedida, no fuera capaz de volver a irse.

      Iba a ser el verano más largo de la historia.

      1 Personajes de Suits, serie de abogados.

      3

      Galletas de la suerte y arroz a la cubana

      —Ojo, ojo. Que iba con Carla por la calle y el tío me paró allí en medio, así, poniéndome la mano en el hombro como si me conociera de toda la vida. Entonces va y dice: «oye, chica pelirroja, quiero que nos conozcamos». Y ya sabéis que yo llevo ahora mismo el pelo tintado, así que me aludí. Me giro y lo miro haciéndome la Shakira, en plan sorda, muda y todo lo demás... Pero que el tío nos sigue por todo el puente y se pone a contarme que tiene un perro al que le gusta maltratar, como si fuera esa la llave para llegar al corazón de una mujer. Carla estaba que se meaba encima, la muy puta, pero imagínate el percal...

      —Resumidamente, te molesta que los hombres te pidan salir a la vieja usanza, parándote para decirte que les gustas —concluyó Aiko.

      Mio fingió rascarse la nariz para ocultar una sonrisa que Otto, el personaje al otro lado de la pantalla casi enterrado en apuntes, podría usar más adelante en su contra.

      —No, Kiko, me molesta que fuera feo —replicó, poniendo voz de tonta—. Y, ¿qué es eso de la vieja usanza? Lo único que reutilizaría del pasado serían los tirantes que se ponían los hombres en los años veinte y la música disco, no eso de perseguir a una mujer por la calle babeándole el oído con maltratos a chuchos adoptados. ¿Para qué coño está el Tinder? ¿Es que no pensó en lo raro que sería, lo mucho que me violentaría...?

      —Creo que el violentado sería él, porque si me dices que le pusiste cara de asco… —meditó Aiko—. Requiere mucha fuerza de voluntad y descaro acercarte a un desconocido y decirle que te ha llamado la atención.

      —¡Que te estoy diciendo que era tan feo que su madre le daba la espalda en vez del pecho! Yo no simpatizo con aprobados raspados, Aiko Sandoval, y ese tío era un suspenso.

      Aiko y Mio intercambiaron una rápida mirada que la daba por perdida. A simple vista, o más bien a primera oída, su prima Otto podía parecer la típica rubia estúpida de tetas operadas que protagonizaba comedias de instituto. Su perfil encajaba con el de Blair Waldorf. Cruel, pérfida y superficial.

      Kyoto Sandoval podía ser todo eso, pero había sido su manera de construirse a sí misma y no solo podía considerarse una Mean Girl en su definición. En su caso se podía permitir cualquier defecto, siendo esa magnífica obra de la naturaleza que conjuntaba los rasgados ojos japoneses con el tono azul grisáceo de las modelos caucásicas. También era lista, generosa, y quería de todo corazón a su familia lejana.

      La que andaba por allí, en Barcelona... Bueno, esa era otra historia aparte.

      —Lo importante es qué te pondrás mañana para el primer día de trabajo —se interrumpió—. Tienes que impresionar a toda esa panda de guarras sin cerebro que intentará destruirte... Te he visto poner los ojos en blanco, Kiko. Miénteme y dime...

      —Que ya no piensas en mí —siguió la canción Mio, apoyando la mejilla en el hombro de su hermana. Esta se rio y siguió el rollo.

      —No seas tonta y acepta que yo soy mejor que él...

      —Mírame y dime que con él eres feliz, si cuando besas sus labios tú me imaginas a mí... —canturreó Otto para cerrar el trío, sin perder el ritmo de la canción de Nyno Vargas—. En fin, que no dirás que tus becarias, secretarias y demás personajes femeninos que andan con Chanel de segunda mano no son unas serpientes.

      —No asustes a Mio con tus ideas preconcebidas. Ni siquiera has estado aquí más de una vez para saberlo.

      —Suficiente para agarrarme del pelo con una y acabar embarrada de café... Y ya sabes que yo odio todo lo que empieza por «c».

      Por «c» empezaba, por ejemplo, el nombre de su padre biológico: el hombre que las abandonó a ella y a su madre cuando apenas cumplía los doce. César Sandoval se largó para formar una familia aparte, abocándolas a vivir en la miseria económica por mucho tiempo.

      Algo que también empezaba por «c» era Caleb, y sobre eso, Mio tenía muchas ganas de hablar, algo que Otto no tardó en notar y abordó sin anestesia.

      —Por no perder el hilo de esas cosas con «c», ¿qué se cuenta Caleb? ¿Cómo lleva lo de tu boda, Kiko?

      Mio procuró mantener la postura en la que estaba sin tensarse.

      —Hombre, no le hace mucha gracia, ya lo sabes... Pero yo sé que acabará entablando amistad con Marc. Le he pedido que lo llame un día. Pero ¿por qué no hablamos de otras cosas con «c», como «cuándo» vas a venir a vernos?

      —«Cuando» apruebe los exámenes, o en su defecto, «cuando» alguien los apruebe por mí. El «cuento» de siempre, ya sabes.

      —«Cuánta» sinvergüenza veo por aquí... Anda, vete a estudiar y déjame a mí terminar mis informes. Mio se tiene que llevar esto mañana.

      La susodicha asintió y se encogió un poco más en el sofá. Ir a conocer las instalaciones un domingo por la mañana no era tan difícil, aunque la habitual distancia de Caleb hubiese estado a punto de congelar el pasillo. Lo que le parecía todo un reto era... hacer algo. Sabía cómo la mirarían por representar a su hermana en los casos menores que le asignaban como abogada de oficio. Seguramente pensarían que estaba allí por enchufe —algo que era cierto—, y que nunca estaría a su altura —lo que también era verdad—. Aiko era el monstruo de lo civil. No tenía un apodo en los juzgados como Marc, al que llamaban «demonio», pero se había relacionado con todos los abogados de renombre de Miami y los graduados en Harvard. Aparte estaba ella, sin experiencia alguna... que a saber si de pronto tendría que tratar con un cliente multimillonario.

      «Estás jodida, amiga».

      «Gracias, Subconcious, tan cálida como de costumbre».

      Observó que Aiko rompía la conexión con Otto y se apoyaba en los informes con cara de sueño.

      —¿Me dejas husmear en tu armario para ver qué me pongo mañana? —preguntó, sabiendo de antemano la respuesta.

      Esa vez, Aiko la sorprendió con una sonrisa especial.

      —¿Y por qué no vamos mejor de compras, y te consigues los modelitos apropiados? Ya no eres una universitaria que puede ir a clase con cualquier cosa, sino una persona que apunta a convertirse en toda una celebridad del mundo legal. Necesitas tu propia ropa, Mio. Aunque seguro que tienes algo elegante en el armario.

      —Todo lo que tengo es horrible —protestó—. Por favor, préstame algo. Por lo menos una chaqueta que tape las blusas tan feas que me compré el otro día. Mamá tenía razón, es como si hubieran vomitado sobre ellas.

      —A mí me parecen muy divertidas y coloridas. La ropa alegre te sienta bien y te caracteriza, deberías ponértela más a menudo, en lugar de mis grises.

      —¿Tú crees? —dudó, mirándose los pies descalzos—. Podría intentarlo, si dices que queda bien...

      —No es lo que yo diga, es lo que tú digas —recalcó, poniéndole el dedo índice en el pecho—. Mio, a partir de mañana tienes un trabajo real en el que vas a tomar decisiones.