Desvestir al ángel. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013416
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robarle los zapatos a Aiko, tenía los pies de Michael Jordan—. Soy Julissa Janet Jones; Julie para los demás. Me suelo encargar de casi todos los casos mercantiles.

      Julie, Julie, Julie... Le sonaba, y no era solo por ser el nombre de la actriz de Sonrisas y Lágrimas. ¡Claro! Era la mujer que Caleb mencionó... La que merecía el ascenso. El puesto de Aiko.

      Glup.

      —Encantada, Julie... —Le estrechó la mano con la misma determinación que el pedo de una vieja. «Necesitas practicar tus apretones, Mio»—. Tengo que hablar con C... El señor Leighton, así que si me disculpas...

      —Claro, claro.

      Mio se separó del grupo de faldas caras con el estado de ánimo de una canción rock emo. No podía dejarse impresionar. Como mucho, podía dejarse reprender por cutre y por tardona. Aunque Cal ya sabía que esas eran sus cualidades definitorias, ¿no?

      Tocó a la puerta de su despacho. Se estremeció de pies a cabeza al oír el serio «adelante» que reverberó en el interior. Mio abrió la puerta, y en cuanto lo vio ajustarse las gafas para mirarla, le vino una palabra a la cabeza.

      Con «c» de «cañón».

      Caleb miró el reloj de reojo.

      Con «c» de «cabreadísimo».

      —Espero que tengas una buena excusa para justificar tu tardanza.

      —He aparecido a la hora que me has dicho, solo que estaba en el baño haciendo... estiramientos. —La osada ceja de Caleb le cerró el pico antes de lo previsto—. Lo siento. No volverá a pasar.

      —¿Por qué?

      —Por qué, ¿qué?

      —Por qué has venido tarde.

      «Porque me dejó exhausta el maratón de sexo con tu camisa, la que, por cierto, me he molestado en traerte... Cuando debería haberla tomado como rehén».

      El pago por el rescate sería un beso, claro. O un beso y lo que solía seguir.

      —Mio, quiero una explicación.

      —Porque no sabía qué ponerme —soltó de sopetón—. Y... estaba nerviosa, no he dormido en toda la noche. Tampoco me ha sonado la alarma, ha sido todo horrible... Y encima no he desayunado. Así que no te pongas flamenco conmigo, es tu culpa por hacerme venir tan pronto.

      Con «c» de «cagada».

      Gran cagada, amiga.

      —Si te molestan los horarios, te invito cordialmente a no someterte a ellos y buscar otro trabajo de tu gusto.

      —No, no, no, no, no quería decir eso. O sea, sí quería, pero ha sonado fatal. Lo siento, de verdad. No volverá a pasar. Me quedaré haciendo horas extra... Aunque mañana no puedo porque tengo que ir con Aiko a ver su vestido de novia.

      Se mordió el labio.

      —Siento haberlo mencionado.

      —¿Por? Todo el mundo sabe que Aiko se casa —repuso de mal humor. No la miraba: tenía los ojos puestos en el escritorio—. Como sea. No vuelvas a llegar tarde. Te recuerdo que estás en periodo de prueba. Estas dos primeras semanas vas a hacer lo que yo te diga. En tu mesa están todos los informes y declaraciones que quiero que redactes para hoy.

      Mio abrió la boca y la cerró varias veces.

      Con «c» de «cierra tu bocaza por una vez en tu vida».

      ¿Era necesario que mencionara lo del vestido? Porque no lo iba a tener en secreto, no lo era, pero recordárselo cuando era innecesario sonaba a recochineo y ella no pretendía hacerle daño. Y saltaba a la vista que estaba muy molesto.

      —Vale —aceptó con la boca pequeña. Se quedó en la puerta con la bolsa en la mano y contuvo un suspiro—. Eh...

      Caleb soltó el bolígrafo y la miró.

      —¿Necesitas algo?

      «Un almacén provisto de ejemplares de la colonia que usas. Y un abrazo de bienvenida, o algo así».

      No lo dijo, claro. A ojos de Caleb debía mostrar serenidad y fingir que tenía un poco de dignidad.

      Cambió el peso de pierna y sonrió.

      —¿Qué tal estás? ¿Has dormido bien?

      —Sí. Gracias por preguntar.

      —Y… ¿Qué haces?

      Caleb devolvió los ojos al taco de folios grapados.

      —Cosas.

      —«¿Cosas nazis?»

      Caleb agachó un poco la cabeza para ocultar una sonrisa que a ella no le pasó desapercibida. Sabía que era un fanático de las series estilo Padre de Familia, y que de pequeño repetía en YouTube todas las partes que le hacían gracia. Con once años llegó a memorizar los sketches más divertidos, entre ellos, el de Peter y Hitler.

      —«Sí, Peter —respondió, entre cansado y divertido—. Cosas nazis».

      Mio no se fue hasta que él sonrió con todos los dientes, concediéndole una especie de perdón que le sirvió como comienzo, y un aliciente para hacer las cosas bien. No quería ser repetitiva, pero aquel hombre fue la inspiración de la «c» de «cosa bonita».

      Casi flotó hasta el despacho de Aiko. Caleb no lo sabía, pero había estado en Leighton Abogados varias veces antes de su primera visita. No contaba con el acuario —ni con los cadáveres—: desde la última vez que se dejó caer por allí, habían hecho algunas reformas. Pero en general todo seguía siendo igual. Un lugar amplio y luminoso, con unas magníficas vistas al centro de la ciudad, y con casi todas las oficinas acristaladas. Excepto las de los juniores o asociados, cuyas oficinillas segmentadas recordaban a los cubículos de una empresa de telecomunicaciones. Leighton Abogados era la firma más prestigiosa de Miami, tal vez después de Miranda & Moore, y eso se notaba en el aspecto del lugar y de sus empleados.

      Mio no tuvo que pedir indicaciones para encontrar el despacho de su hermana, pero sí para ubicar la máquina de café. No era ninguna apasionada, solo lo tomaba por supervivencia y para aumentar su hiperactividad. Y ese día necesitaba demostrar que podía hacer miles de cosas a la vez.

      Doblaba por el primer pasillo que giraba a la puerta del despacho del hermano de Marc, cuando oyó una conversación alta y clara que provenía del baño femenino.

      —¿Has visto cómo iba vestida? —reía una mujer de voz profunda—. No sé qué era peor, si la falda, la blusa, los zapatos... O las medias hechas jirones. Entiendo que no tenga tanto dinero como su hermana y no pueda permitirse sus modelitos caros, pero hasta un ciego combinaría mejor los colores.

      —Ni que lo digas. Parece mentira que sea hermana de Sandoval, no podrían ser tan distintas ni queriendo. La ropa ya es una seña, pero ¿qué me dices de cómo balbuceaba delante de Julie? Si hubiera sido ella la del ascenso en lugar de esa enchufada, podría haberla dejado por los suelos solo preguntándole por qué llega tarde.

      —¡Esa es otra! ¡Qué falta de profesionalidad! —exclamó la víbora inicial—. Aunque supongo que se lo puede permitir. Estando aquí como delegada de Aiko, dudo que le echen una bronca por tomárselo todo a la ligera. Sobre todo con lo metido dentro de sí mismo que está el gerente últimamente... Dudo que pierda tiempo de trabajo para referirse a esa colegiala. ¡Si es que parece una adolescente, una tokyo idol de esas!

      —Desde luego llevaba la falda igual de corta. Pero he estado pensándolo, en por qué elegirían a esa chica por encima de Julie... Y creo que podría ser porque Caleb quiere a una mujer parecida a Aiko en su lugar. Ya sabes, que la tiene ahí para que algo le conecte con la Sandoval mayor. Está tan loco por ella que no me extrañaría que hubiese colocado de sustituta a otra china.

      China.

      Acababa de llamarla china.

      ¡China! ¡¡CHINA!!