Desvestir al ángel. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013416
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intentando mantener el control. Se decepcionaría muchísimo si llegara a soltar una carcajada.

      Al final la pudo encarar de nuevo, serio. Tal y como merecían las circunstancias.

      —Dime exactamente qué has dicho, palabra por palabra. Necesito saber a qué me enfrento.

      —No dije nada malo —se defendió, con los ojos llorosos—. Pensé en cómo haces arroz a la cubana y me inventé una historia. Se supone que te gustan los lubricantes con sabor y que... Que te va todo, que no le haces ascos a ninguna... práctica sexual.

      Qué coño, ¿acababa de decir del arroz a la cubana? Caleb estuvo a una maldita inspiración de echarse a llorar de la risa delante de una criatura que se esforzaba por no deshacerse en lágrimas. Una parte de él se sintió injusta y quiso pedirle disculpas, como si tuviera la culpa de que fuera magnífica inventando historias, pero otra...

      Frunció el ceño y se acercó a ella, crispado.

      —¿Te crees muy graciosa? ¿Tienes idea de lo que cuesta hacerte respetar, de lo difícil que es separar tu vida privada del trabajo y que nadie te conozca más allá de lo que haces en horario laboral? Me he partido la crisma llevando la discreción a otro nivel para que ninguno de mis compañeros supiera nada de mí que yo no quisiera, y ahora llegas tú y te inventas una historia de la nada. ¿Para qué? ¿Para que crean que estás aquí para alegrarme las vistas? ¿Para que te tomen menos en serio y se piensen que eres la amante del jefe? ¿Qué puñetas hay en tu cabeza, Mio? ¿A quién beneficia esto?

      Mio se mordió el labio para contener el puchero.

      —Es mejor que piensen que soy la amante del jefe que la patética hermana menor de la otra jefa. Por lo menos estaría aquí por méritos propios. Que, vale, no tendrían que ver con el derecho, pero evitaría que pensaran que me han dado el despacho de Aiko por pena.

      —¿Estás de broma? ¿Prefieres que piensen que te lo han dado por ponerte de rodillas?

      —Dijiste que no te ibas a enfadar —le reprochó.

      —Y no estoy enfadado.

      Era verdad, no lo estaba. Le faltaba muy poco para morirse de la risa, y tenía que echarla de allí antes de que eso sucediera o le estaría dando carta blanca para hacer con su reputación lo que quisiera.

      —Estoy furioso.

      —Tu juramento incluía sinónimos. No podías estar enfadadofuriosocabreadomolesto.

      —No puse mi firma en ninguna parte, y esto no va sobre mi reacción, sino sobre lo que has liado en tu maldito primer día trabajo. ¿No has pensado en la imagen que estás dando de mí? —espetó, irritado. Mio pegó la pared a la puerta, mirándolo espantada. «No cedas»—. El lema principal de esta firma es el trabajo duro, que es lo que conduce a la recompensa. Demostrar talento y responsabilidad, no ser la hermana o «follamiga» de nadie. Bastante me he jodido a mí mismo metiéndote aquí siendo quien eres, dando a entender que soy persona de favoritismos, para que ahora piensen que mezclo trabajo con placer.

      Mio apretó los labios.

      —Pero es que sí lo haces. Metes la polla donde tienes la olla. Sé que te acuestas con Julie, y es abogada aquí… Así que no me eches una bronca sobre principios o bufetes porque aquí tu verdadero problema es que es a mí a quien te tiras en el mundo ficticio. A lo mejor, si hubiese sigo Aiko tu amigovia de cara al público, estarías dando palmas.

      Aquello le sacó de quicio.

      —¿De qué coño estás hablando?

      —De que estás mosqueado porque te avergüenza que el mundo crea que te tiras a la hermana fea.

      Caleb se rio de pura incredulidad. Tenía la polla como el canto de una piedra por la raja de su falda y se atrevía a decir que era la hermana fea.

      —No hay ninguna hermana fea. Y créeme, no tendría problema en que el mundo entero supiera que follo contigo si me hiciese ilusión que se me conociera por mi falta de profesionalidad.

      Observó que cambiaba de expresión de golpe. Le devolvió la mirada con las mejillas algo más coloradas, como si acabara de hacerle un cumplido.

      —¿Y qué quieres que haga? ¿Que vaya a desmentirlo y quede fatal delante de tu secretaria? Ella también sabe que te acuestas con Julie. Afróntalo, Cal. Todo el mundo lo sabe todo.

      —Incluso lo que no ha pasado, por lo visto —ironizó, irritado y también complacido por la presentación de sus garras—. La diferencia es que me haya acostado con Julie o no, no le he dado ningún privilegio en el bufete.

      »No te debo ninguna explicación acerca de con quién ando, pero Julie fue cosa de una vez estando borrachos, y te aseguro que ella no ha ido difundiendo mis medidas por ahí. Encima, medidas erróneas —apostilló, sin poder resistirse.

      Mio abrió los ojos con curiosidad, y Caleb supo que se quedaría con la parte del discurso que le interesaba.

      Su cuerpo se calentó solo de pensar a dónde viraría la discusión.

      —¿Menos de dieciocho? —preguntó en voz baja. Caleb abrió la boca para soltarle que no pensaba responder a eso, pero el instinto le traicionó haciéndole apoyar una mano sobre su hombro. Ella la miró de reojo con el pecho alzado—. ¿M-más?

      Le costó mantener la sonrisa a raya, defraudando a su autocontrol, permitiendo que le sesgara un lado de la mejilla.

      —Te has quedado un poco corta —confirmó en tono íntimo. Se fijó en su forma de tragar saliva; en cómo sus ojos se aclararon, tirando al castaño claro—. Y nunca he comprado lubricante. No lo suelen necesitar conmigo.

      —¿No? —jadeó con voz estrangulada.

      Caleb negó, muy pendiente de la sensual tensión que la cohibía. Pensó que no sería excederse jugar un poco con ella, que podría servir como castigo. Pero en realidad le daba igual lo que pensaran, y no quería usar excusas para tocarla.

      Se columpió hacia delante y la admiró de arriba abajo. El celeste le quedaba bien, igual que la falda, aun estando arrugada. Los rotos de las medias le hacían querer meter los dedos allí para terminar de hacer el trabajo. La blusa intuía un escote que él ya se tenía estudiado. Mio no era de grandes pechos, pero Caleb tampoco era un adepto de las tetas, y aun y con eso le parecían perfectas.

      Años y años sin mirarla directamente ni acercarse por si cometía un error, y ahí estaba él, saltándose sus normas para provocarla un poco. Y qué efecto tan sublime tuvo... Oía a Mio respirar con dificultad, la veía estirar y encoger los dedos de las manos. Sabía que le gustaba, ella demostraba estar muy pendiente de él, y su reacción al estar solos era reveladora.

      Ah... Pero eso no era suficiente. Era un inconformista.

      No le costaba trasladar su pequeña mentira a la imaginación y plantear esas noches de sexo que ella había descrito. Y definitivamente no le molestaba la historieta. Al contrario. Le complacía tanto que cargaba una semierección. Mio había pensado, aunque fuera por un segundo, en estar con él. Y por primera vez no lo hizo para parecerse a Aiko, o para demostrar que podía ser Aiko, sino para reivindicar su propia valía. Aunque le molestaba que tuviera que dársela incluyéndole en su vida sexual, no podía pensar en eso entonces.

      En su cabeza solo estaban Mio y él, follando.

      —¿Algo más que deba temer? —preguntó, mirándola a los ojos.

      Si se inclinaba un poco más, la estaría besando. Por fin. Sonaba Jarabe de Palo de fondo: «por un beso de la flaca daría lo que fuera». Mio no era cuarenta kilos de salsa, pero sí cuarenta y cinco de inocente provocación.

      —N-no. Solo añadí que te gustaba más que te complaciera a complacerme tú a mí, y por eso yo... Tomaba las riendas.

      Solo un beso. Quería un beso suyo. Uno y se olvidaría, uno y dejaría de pensar en ella de aquel modo tan enfermizo. Sus labios suaves y tiernos. Su boca esponjosa. Su lengua resbaladiza