Contentar al demonio. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013379
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los años. La encontraba ridícula, pesada e inmadura.

      —Prefiero esperar a cuando puedas venir tú. O si no, iré solo. Espero que le vaya bien a tu hermana con sus estudios.

      —«Espero que le vaya bien a tu hermana» —repitió, imitando su voz tan bien que pareció haberlo pronunciado él—. Por Dios, Cal, que has crecido con Mio. Vale que no sea santa de tu devoción, pero no te refieras a ella como si apenas la conocieras.

      —Es que apenas la conozco. Incluso dudo que se conozca a sí misma. Ni siquiera entiendo qué hace estudiando leyes, aparte de intentar parecerse a ti. Podrías hacer el favor de decirle algo sobre eso, en el tono que sea. Por mucho que lo intente no va a ser como tú.

      Aiko bufó.

      —¿Otra vez con eso? A mí no me parece que intente ser como yo, es simple casualidad que haya acabado en Derecho. Te recuerdo que antes de eso cursó otras tantas carreras universitarias…

      —… que dejó tiradas, como hace con todo. —Caleb se sentó frente al escritorio y no le dio mucha más importancia, devolviendo la vista al ordenador—. Podría empezar por parecerse a ti en una cualidad que no le quedaría nada mal: tomarse las cosas en serio.

      Aiko rodó los ojos y le sacó la lengua.

      —Debería haberme quedado callada. Tú solo llámala alguna vez, aunque no sea para ver una película. Pregúntale cómo está. Te echa de menos, y es normal. Eres mucho más que el amigo de su hermana para ella.

      —Sí, alguna vez la llamaré —comentó, apoyando la barbilla en la mano. Traducción: no pensaba darle un triste toque—. Ponte a lo tuyo y déjame a mí con lo mío, haz el favor.

      Aiko obedeció porque el reloj marcaba las dos menos veinte y eso significaba que Marc debía estar al caer. Le dio intimidad cerrando la puerta tras ella y se dirigió a su despacho propio para coger el material que necesitaba. Allí tenía el testimonio de Campbell sobre cómo había sido su matrimonio, junto a sus exigencias respecto a la separación de bienes, la custodia de los críos... Era, en realidad, un caso bastante complejo, porque se sumaban todas las variables posibles. Por lo que intuía entre las dos partes, ninguna era culpable… y, a la vez, las dos habían llevado su matrimonio de manera desastrosa.

      —Buenos días, Ivonne —saludó al volver a pasar por su mostrador, ya armada con la documentación—. ¿Has tenido tiempo

      para almorzar?

      La secretaria asintió, sonriente. Aiko le echó cumplido, como casi todos los días. Aquella chica vestía de manera sensacional, y tenía cuerpo para lucir sus modelitos. A veces se la quedaba mirando con envidia. Había heredado la figura de su madre y eso significaba ni mucho pecho, ni muchas caderas. Al menos Mio, su hermana, tenía las piernas largas, además de una carita preciosa sin ningún tipo de maquillaje. Pero ella... Bueno, ella lo intentaba. Lo intentaba porque quería mirarse al espejo y gustarse sin complacer a nadie.

      —¿Fue bien la reunión con el señor Miranda y los Campbell? No tuve oportunidad de preguntarte el otro día.

      Aiko miró a Ivonne sin ocultar su mortificación. No le pagaba ni un tercio de lo que merecía. Además de secretaria, era amiga, compañera, Pepito Grillo, y a veces hasta enfermera. Cuando Aiko tenía bajones de salud y se negaba a reconocerlo para no volver a casa, Ivonne lo notaba e intervenía antes de que se desvaneciera.

      —No hubo al final. Me quedé encerrada en el ascensor con Miranda. Y...

      Tuvo que reconocer que se moría de ganas de contárselo a alguien. No por el mero placer de hablar o porque estuviese orgullosa de lo que ocurrió: al margen de que lo hubiese disfrutado más de lo que pensaba admitir, Aiko sabía que estuvo fuera de lugar y denotaba una grave falta de profesionalidad, por la que sin duda podrían despedirla. Sobre todo cuando Campbell le había pedido expresamente que redujera su comunicación con Miranda al aspecto profesional. Pero necesitaba consejo. Detrás de la abogada había una mujer. Una mujer a la que le costaba dormir desde entonces.

      —Él, aprovechó... Digamos que se dio la situación propicia para que el señor Miranda se extralimitara. Me arrinconó y..., no me besó, pero... no sé cómo explicarlo sin parecer una mojigata ilusionada porque le hayan hecho un poco de caso. Bah, ¿qué más da? Es lo que soy. En fin, ya sabes que no tengo mucha experiencia en estos casos, pero me... —Hizo gestos con las manos, tratando de ayudarse en vano—. Digamos que es un hombre peligroso que hace lo que quiere porque sabe que nadie le va a decir que no.

      Ivonne la miraba horrorizada.

      —Pero... ¿Hizo algo que no quisieras? ¿Te forzó en algún sentido?

      Ya le habría gustado a ella que la hubiese empujado un poco más hacia el límite.

      —No, no. Ni siquiera fue desagradable, solo... indebido. —Apoyó las manos en el mostrador y la miró con ojos de cordero—. Ivonne, no sé cómo le voy a hablar si comenta algo sobre eso, o... él me pone nerviosa. Pensaba que podría manejarlo más o menos, pero después de lo del ascensor, yo... creo que me va a pasar como cuando tenía catorce años, que trataba mal al chico que me gustaba para que no se diese cuenta.

      »Si se ciñe al aspecto profesional todo irá bien —asintió, convencida—. Pero si se pone cariñoso otra vez... Jo, ¿no crees que esté siendo una ilusa? ¿Por qué se iba a poner cariñoso? Ese tipo de hombre no se entretiene con la misma mujer dos veces, seguro que ni se acuerda de nada... Estoy volviendo a hablar muy rápido, ¿no? —Sacudió las manos, como si así pudiera sacarse los nervios de encima—. Ay, Ivonne, me tienes que rescatar si se le ocurre hacer algo como el otro día.

      —¿Qué puedo hacer? —preguntó solícita, tan preocupada como la propia Aiko.

      —Pues no lo sé, tú solo... aprovecha que las paredes son de cristal para vigilarlo, y si ves que se me acerca mucho, pues... finge que te desmayas, o... —Aiko miró alrededor, buscando algún objeto punzante—, ¡ya sé! ¡Pulsa el botón de la alarma de incendios!

      —¿Por eso no podrían despedirme?

      —Solo yo puedo despedirte, y en caso de que fuera necesario que recurrieras a eso, te subiría el sueldo. ¿Lo harás por mí? Ivonne, soy la culpable de que digan que la mujer es el sexo débil. No me dejes a merced de un hombre que se describe a sí mismo como «depredador sexual».

      —¿Lo dices en serio? Vaya par de pelotas hay que tener para definirse de esa manera… No te preocupes, jefa, que yo te protegeré.

      —Dios mío, gracias, ¡gracias!

      Se abalanzó sobre ella en un impulso muy poco elegante y la abrazó por el cuello.

      —Solo se me ocurriría pedírtelo a ti. Se lo llego a decir a Caleb, que ese Miranda que siempre he dicho que no era para tanto me intimida, y...

      —¿Es él?

      El corazón de Aiko estuvo a punto de explotar. No necesitaba girarse para saberlo, la promesa de que fuera él era la única cosa capaz de alterarla de ese modo. Pero lo hizo aun así.

      Soltó a Ivonne y ladeó la cabeza hacia el final del pasillo. Allí le vio doblar la esquina con paso ligero.

      Aiko se quedó de una pieza. Parecían haberlo sacado de un desfile de moda, o de una escena slowmotion de Ocean’s Eleven. Llevaba un traje al estilo George Clooney con la camisa algo abierta al pecho, sin corbata. El gesto de quitarse las gafas de sol y colgarlas en el escote podía haber parado el tiempo. Cualquier otra persona habría necesitado diez intentos para que el movimiento quedara natural, y él, no contento con conseguirlo, lo convirtió en un ataque contra su integridad como mujer. Ivonne masculló algo a su lado, pero Aiko no lo escuchó, porque justo entonces sus ojos conectaron.

      Marc metió una mano en el bolsillo y se aproximó con tranquilidad, sin apartar la mirada de ella ni un solo segundo.

      «Madre del amor pornoso».

      Ivonne le dio un codazo sutil en el hombro cuyo significado captó al instante. «Recoge tus babas y