Contentar al demonio. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013379
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haber dado lugar. ¿Cómo trabaja usted, Sandoval? ¿Le valen unas pruebas y otras no? Me parece algo desagradable y triste que una mujer acuse a otra de mentirosa cuando confirma haber sido maltratada.

      Aiko lo encaró con una mueca.

      —No he acusado de mentiroso a nadie. Si lo dice, lo mínimo es creerla, pero me baso en datos exactos para buscar culpables. Suárez y Stark tienen mayores probabilidades de ser los agresores.

      —Complete la frase: los que le conviene que sean los agresores. ¿Insinúa que Carol Price ha utilizado lesiones provocadas por otro para hundir a su marido?

      —Viendo que la forma que la señora Prince tenía de atacar a mi cliente era buscando destruir su reputación, no me extrañaría. Es la clase de escándalo que necesitaría para perder su puesto. Sobre esto se basa el informe de sus peticiones. El señor Campbell sostiene que se casó con una mujer a la que solo le importaba su dinero, que le estuvo engañando con diversas parejas de incluso años y que con historias inventadas procura poner a todo el mundo en su contra. De no ser por la gran lealtad que le profesan sus compañeros de trabajo y amigos, algo significativo a la hora de hablar de su personalidad, habría tenido que dejar su trabajo. Pero por fortuna, no la creyeron.

      —Es algo común. Nadie cree a la mujer cuando es prácticamente analfabeta, y su marido, un pez gordo. ¿El señor Campbell no ha comentado nada sobre sus propias amantes? —continuó, sin pestañear—. Si algún error ha cometido mi cliente, ha sido pecar de indiscreta, pero también es de valorar que se enfrentaba a un hombre infiel por naturaleza con el que no habría podido competir...

      —Como todos —masculló Aiko, devolviendo la vista a sus anotaciones—. Le recuerdo que esto no es una competición. Debemos ponernos de acuerdo.

      —No lo conseguiremos si sigue negando que Price recibía un trato injusto y denigrante por parte de su marido, y que su comportamiento solo era una respuesta y una queja a esto. Sería deprimente que desmontara los malos tratos de Campbell en un juicio solo para que se quedara con la mayor dotación económica. Lo mínimo que puede hacer, si quiere justicia feminista...

      —La justicia no es feminista, y ni es mi culpa ni puedo hacer nada para cambiarlo —acotó molesta—. No es mi intención sacar a colación este asunto puesto que debemos limitarnos a las cuestiones patrimoniales y familiares, pero si lo utiliza en contra de Campbell tenga por seguro que, mientras pueda demostrar que es falso con pruebas fehacientes, lo haré. Y no dude que las encontraré, porque hay múltiples relatos de conocidos de Price que podría usar para hablar de sus estrategias de persuasión. Es una persona naturalmente manipuladora, igual que Campbell infiel, pero al menos mi cliente es honesto.

      Marc la sorprendió esbozando una sonrisa perezosa.

      —¿Cuántos testimonios no habrá pagado de su bolsillo? ¿Cuántas verdades no habrá tergiversado a su beneficio? ¿Cuántas mentiras no le habrán pasado por alto por ser quien es? Su cliente lleva veinte años trabajando en el sistema judicial; sabe cuáles son sus fallas y cómo aprovecharse de ellas para conseguir lo que le conviene. Price es la mujer más sencilla que pudo encontrar, alguien que pensaba que toleraría su vida, sus excesos, y que creería sus falsedades, pero no ha sido así y por eso la ha contratado a usted: a la mejor. Para que gane por él.

      —Y ganará si dice la verdad.

      —Ganará como sea, porque es el juez con mayor antigüedad del estado de Florida..., y todo el mundo sabe cómo llegó a ese puesto.

      —¿Cómo llegó usted al suyo siendo hijo del fiscal del distrito?

      En general, Aiko no era mordaz, y cuando lo era, procuraba no echar al ruedo una confesión personal que no tenía que ver con el tema. Sin embargo, él llevaba provocándola toda la reunión, desviándose del tema, y... Seguía sin ser justificable. Se quejaba de que Marc la miraba como si estuvieran en un bar de alterne, y ahora ella era la que mezclaba lo personal y lo privado.

      Lo sintió un error doble cuando observó la reacción de Marc.

      —Lo último que un abogado podría permitirse es hablar de algo que ni sabe, ni le consta, ni por supuesto le concierne —expresó peligrosamente tranquilo—. Me sorprende que sea ese tipo de jurista, cuando es famosa en la ciudad por su prudencia.

      —Lo siento —dijo enseguida, con humildad—. Eso ha sido innecesario, lo reconozco. Le aseguro que no suelo hacer esta clase de comentarios.

      —Tranquila, entiendo que tampoco suele cruzarse con hombres como yo y le cuesta no perder los papeles. Está claro que la pongo nerviosa y no le gusta la sensación.

      Aiko desencajó la mandíbula.

      —¿Disculpe? Claro que no me pone nerviosa. He lidiado con toda clase de abogados en estos últimos años, me he enfrentado a cualquier problema que pueda imaginarse, y...

      —Nadie duda de su excelencia, pero la experiencia no la salva de sentirse atraída por el abogado del equipo contrario, ¿me equivoco?

      —Por supuesto que se equivoca —farfulló colorada—. No sé de dónde habrá sacado semejante...

      —Se ha ruborizado.

      Sí, vale, lo había hecho. Que la matasen, que la encerrasen, que hicieran lo que quisieran, pero ella no tenía control sobre su cuerpo, ¿de acuerdo? Podía afinar su voz, hacer el esfuerzo de mirarlo a la cara y gesticular lo menos posible para que no descubriera la verdad…

      Pero las reacciones corporales involuntarias eran competencia de la biología y a la vista quedaba que esta estaba de parte de Marc.

      —Esté nerviosa o no, eso no afecta en nada a lo que debemos hacer aquí.

      —Por supuesto que afecta. Apenas puedo concentrarme si sé que está pensando en mí.

      Aiko enrojeció más aún. Dios mío, iba siendo hora de que alguien interrumpiese. ¿A nadie se le habían acabado las grapas? ¿A qué esperaba la fotocopiadora para romperse?

      —No sé qué pretende. Le aseguro que no va a llegar a ninguna parte. Ya debería saber que no estoy reunida con usted porque tenga los ojos muy azules.

      —No se me ocurriría ponerme como su prioridad, pero no me quite una importancia que tengo por estar incomodándola indirectamente. ¿Eso tampoco tiene que ver con ojos azules?

      —¿Indirectamente? Espero que esté bromeando. No hay nada involuntario en su actitud. Lo hace adrede para violentarme.

      —Lamento que piense que mi objetivo es violentarla.

      —¿Cuál es, entonces?

      —Pasarlo bien. Juntos.

      Aiko lo miró sin saber a qué recurrir para cortar la conversación de raíz. ¿Retomaba el tema central como si nada? Gesto de debilidad. ¿Anunciaba que necesitaba ir al baño? Gesto de debilidad. ¿Le decía que se callara de una vez? Gesto de debilidad... Bueno, ¿y qué otra forma de enfocarlo había cuando la estaba debilitando?

      —Oiga... Es lógico que me incomode quedarme a solas con un hombre que me abordó en un ascensor hace una semana —soltó. La sinceridad nunca fallaba—. Dudo que usted se acuerde, teniendo en cuenta que...

      —Lo recuerdo a diario.

      Aiko tragó saliva e intentó continuar.

      —Lo que quiero decir es que cualquier mujer se sentiría intimidada en presencia de alguien con quien ha tenido... un contacto íntimo tan inesperado. No fue la gran cosa, lo sé, pero aún estoy tratando de gestionarlo. Si tuviese la amabilidad de no provocarme con sus... segundos sentidos, y sus directas respuestas, se lo agradecería muchísimo.

      —¿Le molestó mi muestra de interés en usted?

      Se tomó un segundo para pensar. ¿Le molestó? ¿A quién le iba a molestar eso, por el amor de Dios? Si algo le molestó fue una parte del cuerpo que no era ni cortés ni elegante mencionar en voz alta.

      —Me sorprendió. Eso es todo. No suelen ocurrirme cosas