Contentar al demonio. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013379
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firmes labios pintados de rojo oscuro. Era una mujer peligrosa. Marc sabía distinguirlas, y de hecho las dividía en tres grupos. Las feas con encanto, las bellezas que la perdían con su soberbia y las que no se daban cuenta de su exuberancia. Aiko Sandoval o era demasiado humilde para actuar acorde con su aspecto físico, o es que fingía de maravilla sentirse impresionada por él, y Marc abogaría por lo segundo, aunque aún no supiera cuáles eran sus propósitos. Es decir... Marc era un tipo que impresionaba, pero en general, las mujeres llamativas no se comportaban como vírgenes en su presencia. Y no es que Aiko fuese muy vergonzosa o inocente. Más bien parecía introvertida.

      —¿Me ha oído? Póngase el cinturón —repitió. Marc frunció el ceño.

      —¿Disculpa?

      Aiko presionó los labios, entre irritada y agobiada, y le rodeó con un brazo para tirar del cinturón. Él observó cómo su impulso pasaba de ser dudoso a muy decidido. Eso la acercó más, cautivando un nuevo sentido: el del olfato. No llevaba perfume, pero usaba un champú delicado con efecto relajante.

      —Lo siento. Me pone muy nerviosa que no se tomen las medidas de seguridad.

      —No aumentaría mi esperanza de vida tener un accidente en plena ciudad, aun llevando el cinturón puesto. Generalmente solo sirve para autovía.

      —Lo dudo bastante. Mi prima tuvo uno muy difícil en pleno centro, y por no haber tomado medidas sufrió severas consecuencias.

      Marc parpadeó una sola vez.

      —Lo lamento.

      —Espero que lamente que siga vivita y coleando, a veces puede resultar insoportable. —Soltó una risilla y volvió a su sitio tras habérselo abrochado, como una madre preocupada—. Está sentado en el medio. Sin el cinturón saldría volando de un frenazo.

      —Tendría una muerte rápida y sin dolor.

      —Y yo sobreviviría para ver sus sesos en el parabrisas... No, gracias.

      —Entonces solo velaba por su bienestar, no por mi seguridad.

      —Usted ya tiene suficiente seguridad llevándola en sí mismo para que alguien vaya a preocuparse por ella.

      Marc sonrió escueto.

      —¿Eso la incomoda? —Aiko ladeó la cabeza en su dirección—. ¿Mi aplastante confianza la violenta de alguna forma?

      —¿He dado muestra de ello en algún momento?

      —¿Lo pregunta porque teme no haber sido lo bastante buena ocultando cómo se siente respecto a mí?

      Ella se miró las puntas de los zapatos.

      —Lo que yo decía, señor Miranda... Podría quitarse el cinturón ahora mismo, estrellarse contra el cristal de un simple frenazo, y salir con vida solo por su seguridad. Pero si quiere una respuesta, no tengo problema en darla. —Lo miró a los ojos—. He oído hablar sobre usted. Su nombre es el preferido en mi firma. Muchos le tienen como un reto personal. Quieren ser los que le derroten en los juzgados.

      —¿Qué conclusiones ha extraído de mi popularidad?

      —Intento no dejarme llevar por lo que se dice, sobre todo cuando los comentarios no son muy agradables. Aunque dudo que le importe lo que piensen de usted, ¿me equivoco?

      Marc desvió la vista de sus ojos al punto del cuello que Sandoval se tocó con los dedos.

      —Depende de la persona de la que hablemos. Me importa si figura en mi agenda, si me paga, si es una mujer bonita... Hay múltiples excepciones. Pero no, en general, no me preocupa.

      —En ese caso podré seguir siendo sincera. He oído todo tipo de opiniones sobre usted, y ni las creo ni las desmiento, porque son solo eso, opiniones. No soy una persona juiciosa, señor Miranda. Creo que mi trabajo no me lo permite, y soy de las que se lo lleva a casa.

      Marc se humedeció los labios, entretenido con su postura profesional, y cómo intentaba que sus hombros no se rozasen. Él distinguía la incomodidad nacida del desprecio y la que tenía su origen en el deseo, y le complacía saber que ella estaba en sintonía con sus pensamientos morbosos.

      —Así que se lleva el trabajo a casa. ¿Y a quién se va a llevar cuando culmine el caso de los Campbell? ¿A su cliente o a mí?

      Ella giró la cara hacia el espejo para ocultar el esperado rubor violento.

      —No se preocupe, yo soy de los que evitan por todos los medios meter sus asuntos laborales en la cama. Claro que, si me invitan, dudo que lo rechazara. Ante todo, me considero educado y agradecido… tirando para aprovechado.

      —¿Qué insinúa? —Lo miró por el rabillo del ojo—. ¿Mezcla el trabajo con el placer?

      —El trabajo me produce placer, y no hay nada más placentero que trabajarse a una mujer. Son conceptos que no deberían ir separados.

      —De ser así, espero de todo corazón que aguarde a la resolución del divorcio para trabajar con la señora Campbell en casa, o podría utilizarlo a favor de mi cliente.

      —Oh, creo que todos hemos tenido nuestras fantasías con personajes mayores, pero no es mi tipo.

      —¿Y cuál es?

      —Últimamente me vuelven loco las asiáticas.

      —Si está ligando conmigo, sepa que no soy asiática, solo tengo los ojos rasgados. Nací en Barcelona y estoy empadronada en Miami; tengo la doble nacionalidad española y americana. Pero mejor olvídelo, esta conversación es inapropiada. Ni siquiera sé cómo hemos pasado del cinturón a esto —añadió en voz baja.

      Marc tiró del cinturón hacia delante, satisfecho con los resultados iniciales. Era muy probable que estuviese fingiendo ser la jovencita impresionable. Si había oído lo que decían de él, y le constaba que su reputación en Leighton Abogados no era tan buena como entre sus clientes, estaría al tanto de lo que era capaz de hacer para salirse con la suya. La imaginaba poniendo su linda cabecita a trabajar para manipularlo de la misma forma. O peor. La vida le había dado muchas y claves lecciones, y una de ellas era que no debía subestimar el poder de una mujer que supiera fingir una sonrisa sincera.

      Pero no solo era la sonrisa, sino todo. Por lo que observó en el prólogo de su relación, aquel día en el que coincidieron por casualidad, ella era una de esas mujeres sencillas y crédulas que podían encontrarse en el metro, escondidas tras un libro, con la cabeza hundida en el pecho dando una cabezadita, o mirando la ventanilla con aire nostálgico. Pero quizá incluso entonces, al encontrar sus ojos a través del cristal, hubiese sabido que se trataba de Marc Miranda, y hubiera actuado en consecuencia. Los buenos abogados no tenían corazón. Eran manipuladores, retorcidos, y sabían meterse en la mente del enemigo. Si ella era la mejor, era porque sabía portarse mal y que no lo pareciese. Estaba seguro.

      Entonces, ¿por qué parecía tan real su necesidad de salir del taxi, respirar aire limpio y alejarse un poco de él? ¿Pretendía convencerlo de que era un pobre animalito y luego despedazarlo?

      Esa era otra lección que había aprendido muy joven. Por muy generoso que se presentara un individuo, no era tan bueno. No era tan dócil. No era tan altruista. Nadie lo era. Una mujer que cobraba cientos de dólares la hora y prácticamente invicta en sus casos específicos, menos aún.

      No hablaron más durante el trayecto. Escuchó cómo se interesaba por la vida del conductor, quedándose con sus expresiones. A ella no pareció incomodarle demasiado su observación directa. Una vez aparcado, aprovechó que ella se entretenía cuando se despedía del caballero, Marc rodeó el vehículo y abrió la puerta.

      Aiko lo sorprendió con una bonita y honesta sonrisa de agradecimiento.

      Esa también debía ser mentira.

      —Ladies first.

      Ella contuvo una sonrisa.

      —Pensaba que los hombres que sujetaban la puerta no existían

      —comentó con