Contentar al demonio. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013379
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de su pecho, dibujó una nube de vaho en el cristal que le impidió ver su cara por un instante.

      Marc tomó su muñeca derecha y la apoyó sobre el este, tal y como decían aquellas líneas aleatorias. La sintió tensarse y destensarse al ritmo de una gloria sexual difusa. Quería estar ahí, porque cerraba los ojos y cedía a la caricia que él quiso darle a su cuello..., pero no debía. Y saber que ella lo prohibía de algún modo, que se lo quería negar, hizo que la intriga se transformase en un fuerte deseo de convencerla, hasta el punto que fuese quien lo buscara.

      Acarició el lateral de su garganta con los labios. Inspiró hondo, seducido por las pocas gotas de perfume que allí habían dejado su rastro. Sí que llevaba colonia, al contrario de lo que pensó al principio, pero era tan imperceptible que solo quedaba a mano de los afortunados. Olía tan dulce, con un toque exótico también... La definía muy bien, a ella o a su máscara, aún estaba por ver.

      —Marc... —musitó, entrecortada.

      Él cerró los ojos para paladear su propio nombre. Cuánto lo odiaba, y qué poco lo había hecho las dos veces que ella lo había mencionado. Lo pronunciaba como si lo estuviera perdonando, alejándolo del significado que arrastraba de generaciones anteriores.

      Dios, estaba excitado. Él, excitado, solo por poner a una mujer contra la pared y darle tres estúpidos besos en el cuello. Era tan ridículo que eso solo acrecentaba el poder de ella, y con esto, la necesidad de él de demostrar que no era para tanto. Fracasaba en cada orden que mandaba a su cerebro, suplicando un poco de coherencia.

      —«Acarició su mejilla contra la mía, respirando fuerte y rápido sobre mi oreja» —siguió leyendo. Marc copió el gesto, contraponiendo la barba de dos días a su extrema suavidad. Inhaló profundamente al acariciar el cartílago con la punta de su nariz—. «Sus dedos emigraron de mis bragas a mis pechos. La fricción de sus dedos lanzó una descarga de deseo al centro de mi cuerpo, derritiéndome…» ¿Estás preparada para derretirte?

      Aiko jadeó y él se tomó la libertad de reproducir la escena, infiltrando unos dedos en el escote de la camisola veraniega. Su piel era tan suave, y ella tan dispuesta, que un golpe de deseo le dejó casi ciego.

      —«¿Cómo iba a recuperarme nunca si seguía tocándome de esa forma? ¿Cómo iba a sobrevivir si se marchaba sin llenarme?»

      Observó que sus dedos se encogían en un puño tembloroso y echaba la cabeza hacia atrás. Él aceptó esa sutil bienvenida, dejando caer el libro al suelo para apartar su melena con las dos manos. También suave. La conquista del tacto estaba hecha. Tuvo su gusto comprado al lamer superficialmente la línea de su mandíbula. La vista estuvo servida desde el principio, nada más verla, igual que el oído, al escucharla hablar. Estaba conquistado desde todos los puntos y era recíproco.

      Y si bien debía considerarlo una rápida victoria, no lo vio de ese modo. Ella no se había rendido del todo, y aunque lo hubiese hecho... Sentía que debía comprender muchas cosas.

      El ascensor dio una nueva sacudida. Aiko soltó un discreto grito de asombro, que él amortiguó abrazándola por detrás. Pronto notaron que se movía también a la vertical.

      Marc echó un vistazo rápido a los botones encendidos. A la altura de la planta décima, se apartó de ella, metió sus cosas en el bolso y las suyas en los bolsillos. Todo con una rapidez sorprendente. Así, al abrirse las puertas, donde un grupo de técnicos esperaban preocupados, él pudo devolverle el Guess con gesto casi apático.

      Aiko no se recuperó con esa facilidad. Se precipitó al exterior, temblorosa, murmurando que era tan tarde que los Campbell se habrían marchado. Marc no intentó detenerla, pero sí la siguió con la mirada hasta que salió de edificio.

      1 Amotetao, triste. Ajumao, borracho. Es jerga puertorriqueña.

      2 No necesito un hombre, pero ¿dónde está?

      3

      ¿Te mojas?

      —¿Estás escuchando lo que te estoy diciendo? —soltó Caleb al final.

      Solo le había tomado un monólogo exaltado de más o menos veinte minutos darse cuenta de que Aiko no estaba asimilando nada de lo que salía de sus labios.

      En el descanso para el almuerzo, Aiko solía reunirse con su jefe y mejor amigo en el único despacho a puerta cerrada de todo el bufete. Lo normal era usar el ascensor y pedir el tentempié en un restaurante de comida rápida, o bajar a respirar aire fresco con la excusa de huir por un rato del ambiente laboral y relacionarse con otros miembros de la firma dando una vuelta por los alrededores. Pero ninguno de los dos era muy dado a la socialización, ni tenía interés en comunicarse en términos afectivo-personales con sus compañeros, ni, por supuesto, iba a dejar su puesto pudiendo adelantar trabajo en la hora de la comida. Así pues, Aiko solía dejarse caer por el rinconcito de Caleb Leighton, armada con sus apuntes llenos de colores, y dedicarse por una hora a mover la ensalada mientras planteaba cualquier duda que tuviese.

      Quien decía dudas, decía cualquier tipo de conversación. Variaban desde lo que se estuviera trayendo entre manos, hasta la última película que habían visto. Normalmente, dependía del estado de ánimo de ambos. Cuando Aiko se centraba en lo suyo no había forma de sacarla de sus diagramas mentales, y a Caleb tampoco le gustaba perder el tiempo en conversaciones banales pudiendo poner en regla sus cuestiones profesionales.

      Ese día era algo distinto, porque ni Aiko conseguía concentrarse, ni Caleb estaba de humor para prestar atención al ordenador. Desde la una en punto que Aiko había cerrado la puerta hasta casi la una

      y media, Caleb había estado exponiendo una tesis conspiradora de la que ella desconectó casi al principio. No porque le molestaran sus planteamientos: aun siendo la definición de tipo serio sin sentido del humor, Aiko encontraba divertida su forma de despotricar. Pero teniendo una cita en cuarenta y cinco minutos con Marc Miranda, y para colmo, a solas, sentía que antes debía lidiar con su propia alteración. Que no es que fuera poca.

      Pues nada, un tío bueno. Se llevaba repitiendo desde que salió escopeteada del hall del edificio, después de haber sido manoseada por su enemigo de equipo.

      Tampoco pasaba nada, insistía en decirse. Un tío bueno. El mundo estaba lleno de hombres que respondían a esa descripción. Los había en bares de autopista, sirviendo cacahuetes en aviones, haciéndose fotos semidesnudos para revistas, y asaltando sexualmente a mujeres tímidas en ascensores con ninguna excusa en particular. ¿Veis? Eran como las moscas, estaban en todas partes. Poblaban el mundo. Lo hacían más agradable a la vista. Veías uno por la calle y pensabas, vaya, qué bueno está ese. Pero luego llegabas a casa, te sentabas en el sofá, y... Bueno, sí, en el anuncio de perfume aparecía otro que estaba bueno. Te los metían por los ojos, por la boca, y soñabas que lo metieran también por orificios que era mejor no mencionar. Sin embargo, con el morreo entre los modelos de Dolce & Gabbana, ya ni te acordabas del que te habías cruzado. No hacía ninguna falta dedicarles un segundo pensamiento. Eran tíos buenos pasajeros como podían ser pollos de Acción de Gracias expuestos en el supermercado. Nada especial.

      Por norma general, se le daba bien aplicar la teoría a la práctica, pero no conseguía quitarle importancia. Quizá porque lo iba a ver en tres cuartos de hora y aún no decidía cómo le iba a saludar. Una preocupación ridícula, si la comparaba con el hambre en el mundo, la situación socioeconómica de países en dictadura y el hecho de que Trump estuviera en el poder. Pero en ese momento, cómo enfrentar a Marc Miranda era una cuestión trascendental.

      Lo más probable era que el tipo fuera abalanzándose sobre las mujeres. Quizá hasta diese así los buenos días. O tal vez estaba jugando. A los tíos buenos les gustaba hacer eso, muy divertido para las que también estaban buenas, y bastante jodido para las que tenían encima un bloqueo mental y emocional de apaga y vámonos. Imaginaba que aparecería envuelto en su colonia de avasallador, se dirigiría