Contentar al demonio. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013379
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en sus labios—. Y lo que me hace falta de fuera, no cabe en ningún maletín. ¿Alguna otra apreciación?

      Aiko contuvo la respiración.

      —Sí. Espero que se tome más en serio la reunión que el código de vestir. Le falta la corbata.

      Sus ojos brillaron casi con agradecimiento, como si le hubiera dado una excusa perfecta para replicar, en tono íntimo:

      —Sabía que iba a hacer calor hoy, así que pensé que sería mejor dejarla en casa.

      —Muy bien. Tiene suerte de que no me preocupen esas cosas

      —balbuceó ella. Le hizo un gesto hacia la sala—. Puede ir poniéndose cómodo, enseguida voy para allá.

      —No tarde —respondió, dándose la vuelta. Le dio una mirada intencionada—, soy muy impaciente.

      Aiko no respiró en todo el camino que hizo hacia el interior de la sala de reuniones. Se imaginó a sí misma siguiéndolo con la mirada y no supo si reírse o ponerse a llorar. Dios, era mucho peor de cómo lo recordaba.

      —Es un animal —dijo Ivonne en voz baja—. Incluso yo me he sentido amenazada.

      —Eso no me consuela. Reza por mí para que no se salga del tema... Aunque no le hace falta cambiar de materia para ser intenso. —Suspiró y se crujió el cuello—. Sandoval versus Miranda, primera ronda.

      «Casi puedo predecir quién va a perder».

      Soltó todo el aire retenido con la mayor discreción posible, presintió sus rapaces ojos celestes persiguiéndola desde el otro lado del cristal. Quería ponerla nerviosa para hacer más entretenida la mañana. Pues vale, no pensaba darle el gusto. ¿Acaso no eran mayorcitos para comportarse de esa manera? Un poco de profesionalidad, por favor... Que sí, solo la estaba mirando. Solo la miró cuando entró en la sala, cerró la puerta y se acomodó, ocultando los temblores con una fingida calma que no se creía ni ella. Pero ese hombre no sabía quedarse en el hecho de mirar. Tenía que hacerla sentir desnuda.

      —Son conscientes de que no vamos a poder llevar su divorcio sin reuniones presenciales por su parte, ¿no? —Se le ocurrió decir mientras sacaba su agenda, sus bolígrafos de colores y las fichas con las pegatinas.

      Nunca había dudado de su método de trabajo, pero al ver la mirada divertida que Marc le dirigió a sus puntitos de colores, se sintió un tanto absurda.

      —He puesto al corriente a Carol, y ella está dispuesta a atender a las que sean obligatorias, aunque por preferencia... siempre que pueda escaquearse lo hará. Como comprenderá, Sandoval, yo estoy aquí para complacer a mi clienta —expresó casi ronroneando. Acompañó el comentario con una inclinación hacia delante, lo que captó la atención de Aiko. La forma en que sus labios deletreaban la palabra «placer» y sus derivados era tan atrayente como terrorífica—. No debe preocuparse por eso. Usted y yo tenemos complicidad de sobra para encargarnos del asunto por ellos.

      —Aún no hemos empezado con las negociaciones. Está hablando sin saber.

      —Soy un hombre intuitivo, y presiento que nos compenetraremos a la perfección.

      Aiko levantó la vista del informe impreso y lo miró, solo para asegurarse de que no estaba buscándole el traspié al gato al suponer que la provocaba. Claro que no soñaba; ese hombre venía con la coquetería incorporada, era una máxima en su esencia personal. Y tan bueno era con su flirteo que, más que respuestas, eran armas arrojadizas que no sabía cómo esquivar sin retroceder en el tiempo y volver al ascensor. Era como si lo tuviese de nuevo pegado a su cuerpo...

      Desde luego, no había olvidado la sensación.

      Puso orden golpeando el canto de los folios contra la mesa. Oía la voz del juez en su mente: orden en la sala, orden en la sala... Suplicamos un poquito de orden mental por parte de Sandoval en la puñetera sala.

      —Será mejor que comencemos...

      —Estoy ansioso.

      «Oh, cállate, maldita sea».

      —Sabrá que los Campbell no firmaron ningún acuerdo prenupcial en cuanto a separación de bienes. Los gananciales...

      —Sí, parece que ahí no estuvo muy fino el señor Campbell

      —comentó él.

      Aiko dejó de subrayar y lo miró a la cara con una ceja arriba.

      —No estamos aquí para comentar si sus decisiones fueron o no acertadas, sino para ser eficientes y objetivos.

      —¿Es que usted no opina lo mismo?

      —Lo único que tengo que opinar aquí es que mi cliente escogió a una compañera de vida que creyó que permanecería a su lado para siempre, y por ese motivo decidió que todo lo suyo sería de ambos.

      —No lo veo como un gesto romántico, sino una estrategia de control sobre el otro.

      —¿Cómo?

      Marc se echó hacia atrás en el asiento y cruzó el tobillo sobre la rodilla.

      —Creo que el señor Campbell, al ser quien trabajaba de los dos, optó por rechazar la separación de bienes para que Carol lo pensara dos veces a la hora de pedirle el divorcio. Es una forma de chantaje muy común. Si me dejas, prepárate para perderlo todo. Si mi cliente hubiera gozado de una mínima autonomía económica, no habría aguantado unos cuantos años de más en un matrimonio que la hacía sufrir.

      —En ese caso, podría haberse rodeado del personal adecuado para optar por otra vía económica. La señora Price no es ninguna víctima, fue un acuerdo consensuado o de lo contrario no se habría dado.

      —Deberíamos revisar de quién era amigo el abogado y asesor que se encargó de las cuestiones teóricas del matrimonio. Carol es una mujer que por desgracia no pudo culminar sus estudios primarios y...

      —Eso no significa que se aprovecharan de ella. Demostró tener bastantes luces cuando empezó a sacar dinero para pasar unos meses con su amante en Long Island.

      Marc arqueó una ceja.

      —Esa historia tiene mucho más trasfondo del que propone.

      —Una infidelidad es una infidelidad. Da igual lo que llevara a la persona a hacerlo.

      —¿Supongo con eso que nunca ha sido infiel?

      —Por supuesto que no. Y no hablábamos de mí.

      —Ya... —Echó un vistazo desinteresado al techo—. Tal vez no habría sentido la necesidad de buscar a otra persona si la que tenía al lado no hubiese sido manipuladora, cruel, e incluso violenta.

      Aiko entornó los párpados.

      —Le está atacando sin ningún fundamento.

      Él la miró de reojo.

      —Tengo muchos fundamentos. Por ejemplo, informes médicos que atestiguan una serie de lesiones...

      —Dichas lesiones no fueron ocasionadas por el señor Campbell

      —repuso—. ¿Va a recurrir a la violencia de género para ganar el juicio y así dar peor propaganda a las mujeres que sí la sufren de veras?

      —Pretendo no ir a juicio, así que digamos que recurriré a ella para hacer justicia. ¿Y por qué dice eso? ¿No cree que Carol Price haya sufrido abusos, constatados por un especialista?

      —Siendo honesta, es posible que sí, pero no a manos de su marido. Le recuerdo que Carol Price ha tendido, desde sus primeros escarceos amorosos a espaldas de Campbell, a buscarse hombres marcadamente posesivos, celosos y agresivos. Sin ir más lejos —prosiguió, abriendo su carpeta—, Timothy Stark, uno de ellos, tiene antecedentes penales; estuvo en la cárcel por nueve meses a causa de una pelea de barrio que dejó en coma al contrincante, y el Oliver Suárez ha recibido numerosas denuncias de maltrato por parte de anteriores parejas. Esos son los que deben pagar por dichos delitos, y no...

      —¿Acaso