Contentar al demonio. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013379
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es? —le provocó, echando a andar.

      Marc la siguió sin detenerse a pensar que parecía un borrego.

      —Es una persona, pero de cuero y acero.

      —¿Ahora debería imaginármelo con pantalones de cuero?

      —Puede imaginarme con lo que quiera, o sin ello.

      No le vio la cara al responder, pero sí apretó el paso.

      En la entrada solo había un guardia pidiendo acreditaciones. A las seis y media de la mañana no había nadie por allí, salvo los propietarios que se tomaban su tiempo para abrir y desayunar. Por eso le gustaba llegar antes —siempre y cuando nadie le estuviera esperando—, aparte de porque le sobraban unos cuantos minutos que le gustaba invertir en planificaciones a corto plazo, un par de sorbos nerviosos al café y varias bromas con su secretaria. Y ahora porque así podía supervisar a Aiko Sandoval, quien de pie y esperando al ascensor, ofrecía una visión mucho más detallada de lo que llevaba puesto: una camisa de manga corta y con chorreras, del tipo camarera, y una falda plisada por la rodilla.

      Muy poca carne expuesta.

      —¿Qué vamos a hacer hasta que lleguen los Campbell? —preguntó ella, mirando el reloj de pulsera. Marc prestó especial interés a su diseño. Horror. Era uno de los Casio de falso oro que podían encontrarse por veinte dólares en rebajas—. Queda media hora para eso, y no me gustaría tratar el asunto sin ellos delante. El señor Campbell fue muy específico al pedirme que no hablara con usted.

      Aquello captó la atención de Marc, que entró en el ascensor con un alto porcentaje de tensión bien camuflada.

      —Ajá. Veo que no se fía de mí.

      —¿Hace mal? —preguntó abiertamente.

      —¿Usted qué cree?

      —Creo que el señor Campbell sí cree a pie juntillas todo lo relacionado con su reputación.

      «Estaría un poco feo que no estuviera al tanto de mi reputación, cuando fue el que hizo que me la crease, cariño». En el fondo le alegraba saber que Campbell era lo bastante prudente para no solo creer lo que se decía de sus métodos, sino temerlos. Eso podía significar que no le había olvidado. Ni a él, ni lo que le hizo.

      —Entiendo. —Apoyó el hombro en la pared, metiendo la mano que le temblaba en el bolsillo con total normalidad. Ladeó la cabeza hacia ella, pero miró al suelo al decir—: ¿Cómo quiere que matemos las horas? Se me ocurren muchas formas, todo depende de si le gustaría hacerlo inolvidable.

      Sandoval pulsó el botón correspondiente a Miranda & Moore SLP. Por la fragilidad de sus hombros, rígidos hasta que los suavizó de un suspiro, confirmó lo que causaba en ella. Nada bueno para su deseo de mantener la profesionalidad, y algo excelente para el de llevarla a su terreno.

      —¿Procura que todo lo que dice tenga un segundo sentido, o le sale natural?

      —¿Ha oído el dicho de que «uno ve lo que quiere ver»? Es su mente la que le juega malas pasadas asimilando otros significados, yo soy inocente.

      Se cruzó de brazos y apoyó la espalda en la pared contraria, distanciándose de él todo lo posible.

      —Oh, ¿de veras?

      —Yo no le doy segundos sentidos. Doy hasta cuartos o quintos, solo que procuro que el otro no se dé cuenta.

      —Entonces está manteniendo unas tres o cuatro conversaciones muy aburridas, porque no le pueden contestar a esas interpretaciones.

      —No importa, las mantengo conmigo mismo.

      —Si así es como se divierte, me alegra saber que no se sentirá solo ni desgraciado en una isla desierta.

      —Me sentiría solo y desgraciado porque habría otras necesidades que no podría mantener al nivel que me gustan.

      Aiko torció la boca.

      —¿Ve? Ahí está otra vez...

      El ascensor, que hasta el momento había estado subiendo en silencio, se detuvo de golpe. Un brusco zarandeo precipitó a Aiko hacia delante. Se agarró a tiempo a la barandilla adherida al espejo, justo al lado de Marc. La luz blanca de los fluorescentes parpadeó tres veces antes de consumirse por unos segundos. Regresó justo cuando Aiko tragaba saliva y miraba hacia el tablero de plantas.

      —¿Qué pasa? —murmuró, observando que los números ya no aparecían iluminados. Tocó uno al azar. No ocurrió nada—. ¿Se ha averiado?

      Marc frunció el ceño, molesto por el contratiempo. Se acercó y echó un vistazo él mismo. Pulsó varias veces la campanita amarilla.

      —Eso parece —adujo entre dientes.

      De todos los días en los que podría haber pasado, tuvo que ocurrir ese, en el que iba a avanzar con el divorcio y la destrucción de Campbell. Si creyera en el destino o en alguna fuerza superior, o ya puestos, en Dios, se habría planteado que aquello fuese un escarmiento por sus malas intenciones. Pero aunque pudiera tenerlas, ni era la primera vez, ni esta vez iba a arremeter contra alguien inocente. Campbell se merecía pasar por un infierno.

      Una risilla nerviosa y melódica despejó sus pensamientos. Marc miró unos centímetros más abajo, encontrando la sonrisa calma

      de Aiko.

      —¿Qué te hace gracia?

      Ella lo miró como si le avergonzara lo que estaba pensando. No debía darle demasiado corte, porque lo soltó igualmente.

      —Desde que me he despertado no han parado de suceder cosas que he leído en mis novelas románticas preferidas. Parece que estoy en un recopilatorio de los peores tópicos. El hombre que entra en mi taxi por accidente: Calle Dublín. El hombre que me sujeta la puerta: el «ladies first» de Hugo, de la trilogía Mi elección. Y ahora el ascensor... Pídeme lo que quieras, Cincuenta sombras de Grey, y quién sabe cuántos más.

      Marc la vio tumbada en la cama mientras sostenía alguna de esas novelas eróticas y leyéndolas con las mejillas coloradas.

      —Me ha dejado mudo con su audacia.

      —¿Qué audacia?

      —Confesarle sin más a un depredador sexual que se duerme leyendo porno cuando acaba de quedarse encerrada en un ascensor con él... Denota, cuanto menos, muy poca perspicacia. A no ser que pretenda que le ponga las manos encima.

      Fue visible el desconcierto y el rubor en el rostro de la mujer, que se mordió los labios.

      —No es porno, es literatura erótica. Y no me amenace. Solo por eso podría ir a prisión entre tres y doce meses o pagar una cuantiosa multa, eso sin contar lo que se le ocurriese hacer con las manos, en cuyo caso hablaríamos de otros delitos.

      «Qué friki», pensó, divertido.

      —¿Amenazar, dices? ¿Te parece un anticipo de daño pensar en mí recreando tus escenas de novela?

      —Dudo que fueran tan agradables como en ellas —confesó. Marc se llevó una mano al pecho y recreó una expresión ofendida que la hizo suavizar el gesto—. En una de las que le he mencionado ni siquiera sucede nada pornográfico.

      —Pensaba que hablábamos de erótica.

      Ella lo miró con impaciencia y la cara como un tomate. Casi soltó una carcajada al verla así. Casi.

      —Si no lees ese tipo de novela para alimentar tus esperanzas de que algún día te pasen a ti, ¿con qué objetivo lo haces? No pretendo ser soez, pero la otra opción que se me ocurre es que lo hagas porque estás llena de prejuicios hacia el porno y prefieres algo más femenino para excitarte.

      Nunca había disfrutado tanto incomodando a alguien. Se sentía un auténtico matón de instituto, con las grandes diferencias de que nunca fue esa clase de persona, y que ella sabía responderle de forma tajante.

      —Me gustan las historias de amor,