Contentar al demonio. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013379
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la chispa. Ese hombre daba la corriente, como el cable de la electricidad.

      —Mire, esto es ridículo —farfulló—. Lo que yo crea o no crea queda fuera de nuestra relación profesional.

      —No vamos a ser abogados contrarios para siempre.

      —Oh, y siendo tan impaciente como ha mencionado que es, ¿va a esperar?

      Puto engreído. Sabía de unas cuantas que se habrían reído en su cara por el comentario: Mio y Otto, sin irse muy lejos. Pero le sentaba tan bien esa vanidad, y estaba tan bien fundamentada, que al final solo podía admirar su seguridad. Era algo que ella no tenía.

      —¿Qué es lo que se supone que gana con esto? —inquirió, ya sin rodeos.

      Su mirada se intensificó exponencialmente.

      —A ti.

      Aiko contuvo un leve escalofrío presionando los muslos. Su voz tembló un poco al responder:

      —¿Y qué quieres de mí? —preguntó en voz baja, como si tuviera que mantener en secreto que lo estaba tuteando. Él ladeó la cabeza.

      —Acabamos antes si me preguntas qué es lo que no quiero de ti.

      Aiko lanzó una mirada desesperada al techo. Estaba en un callejón sin salida. Nadie podría haber sabido que el tipo sería tan directo. No le sorprendía, por una parte. Solo le llamaba la atención que ella hubiera sido la elegida, y que estuviera sucediendo tan rápido. Era impensable que le hubiese gustado a simple vista. Solo en su bufete ya había mujeres mil veces más atractivas; parecía que las transferían de agencias de modelos.

      A no ser que le pusiera cachondo el poder, en cuyo caso estaría justificado que fuese a por ella.

      ¿Y si Caleb tenía razón al ser un neurótico? ¿Y si era una especie de conspiración para ganarle en algo? No veía a Marc obsesionado con derrotar a Caleb en ningún sentido. Era más importante, más famoso, ganaba más dinero —estaba más bueno—... había conseguido que Moore pusiera su apellido antes que el propio, siendo una leyenda del 331. Cal no tenía nada que él no tuviese. A no ser que buscara la gerencia, pero no veía cómo diablos podría superarlo a través de ella.

      —Apenas me has visto tres veces, y debemos ser profesionales...

      —Creo que la mejor forma de ser profesionales sin que nada nos disturbe es quitándonos las ganas. Me remito a lo que has dicho: nos hemos visto tres veces y no puedes ni mirarme porque tienes miedo de lo que pueda pasar. Deja que pase y podrás concentrarte.

      Ese tío estaba loco de atar. Como dejara que pasase no podría contarlo. Acabaría en una institución mental porque no volvería a pensar con lucidez. O esa era la impresión que le daba, que era bastante lógica teniendo en cuenta la brutal importancia que le daba al sexo. Demasiada, para no haberlo practicado en su vida.

      En medio de su silogismo, Marc se puso de pie y rodeó la mesa para acercarse a ella. Aiko no supo qué hacer. Se estaba aferrando a la parte violenta de la situación para no tener que admitir que la adrenalina y la excitación por aquel hombre afrodisíaco eran una combinación explosiva que, no tan en el fondo, le gustaba. Nunca antes había conectado con la Loba de Shakira, la encerrada en el armario y con ganas de comerse el barrio. Era una experiencia única a nivel sensitivo, y por la mirada que él le dirigía, decidida y maliciosa, no le costaba imaginarse cómo sería ceder...

      —¿Qué cojones? —masculló Marc, echando una mirada al techo.

      Aiko supo a lo que se refería en cuanto sintió un líquido frío corriéndole por la espalda. Estaba lloviendo dentro de la habitación...

      Si ya lo sabía ella, estaba soñando. Marc Miranda no podía ser real.

      Esa fue su primera conclusión: después, se giró hacia Ivonne y observó que, al sonido de la alarma de incendios, todo el mundo dejaba lo que estaba haciendo y se arrojaba por las escaleras sin orden ni concierto. Papeles volando, gente histérica, algunos dando órdenes, y entre todos ellos... Su secretaria, haciéndole la señal de okay. Una señal que Marc captó por casualidad, captándola al vuelo.

      Aiko se puso de pie enseguida. Joder, había pulsado la alarma de incendios de verdad... Caleb la iba a matar cuando se enterase de que lo mandó hacer. Pero no pensaba en ese tipo de muerte cuando Marc evitó que intentara proteger los folios del agua, que salía en cantidades ingentes por cuatro focos distintos. La petrificó al plantarle una mano en la cintura.

      Miró esa mano como si fuera la garra de Godzilla.

      —N-no... Nos tenemos que ir de aquí, ¿n-no ve que hay fuego?

      —Hasta que por fin lo admites —susurró cerca de su oído—. Desde luego me sé de un par que se va a quemar.

      Se le puso el vello de punta.

      —No me puedo creer que hayas mojado a toda la planta por miedo a mojarte tú.

      —Mojarme... ¿En qué sentido?

      —El que prefieras. La moraleja es que no te va a servir de nada, porque vas a acabar igualmente empapada.

      Aiko se convenció de que ponía las manos en su pecho para apartarlo, cuando no hizo ninguna fuerza para moverlo del sitio. Como si no tuviera suficientes motivos para perder movilidad articular, buscó sus ojos y casi gimió allí mismo, mientras perdía la dignidad del todo. Con el agua saliendo a propulsión para apagar un fuego invisible, tenía el pelo pegado a la cara y las pestañas mojadas, algo que por misteriosas razones encontró demasiado atractivo para recordar que sabía hablar.

      —Deberíamos... salir de aquí.

      Enseguida se daría cuenta de que pulsar la alarma había sido contraproducente para sus objetivos. Por culpa de la simulación, no encontró a nadie en el pasillo que daba al servicio, donde le constaba que no había sistema de riego y sí un secador en su lugar.

      Debió haber dado por hecho que él la seguiría —murmurando algo sobre relojes que no le convenía mojar—, terminando en la misma tesitura que al principio..., pero peor. Porque aunque ella se dirigió rápido al fondo del baño unisex, pegándose al dispensador de aire caliente, él cerró la puerta tras de sí... y era cuestión de segundos que la alcanzara.

      Aiko lo miró como un animalillo acorralado. Nadie le había enseñado cómo comportarse en una situación así, ni cómo actuar delante de un hombre que hacía que perdiese los papeles. Por Dios, no le habría costado nada mandarlo a freír monas en el ascensor. Se le daba bien dar malas noticias con una sonrisa en la cara.

      Con él no había sido posible. La había envuelto en su extraña red con su conversación intencional.

      Tragó saliva al verlo avanzar hacia ella con los ojos fijos en una sola cosa. Su sujetador de topos estampados. Topos de verdad, no lunares. Topos animales. Topos con gafas de excavador.

      «Una excelente elección, Aiko. Excelente».

      Distrajo sus manos de hacer alguna estupidez, como temblar, escurriéndose el pelo mojado. Menos mal que el maquillaje estaba hecho a prueba de agua, de viento, de tierra, de fuego, y de miradas que derretían al personal, o habría desaparecido por desintegración como lo hizo ella en cuanto Marc se detuvo a un palmo de sus narices.

      —Por favor...

      —¿Qué me estás suplicando?

      Sacudió la cabeza porque no lo sabía. Había una mujer virgen en un baño demasiado excitada para pensar, no era tan difícil de comprender.

      —No sé qué pasa entre tú y yo. No lo comprendo, y prefiero ignorarlo porque es... Yo no estoy acostumbrada a esto. Seguro que lo del ascensor lo haces todos los días con doce mujeres distintas. Tienes ese aire de latin lover que defrauda a los corazones sensibles después del último beso. Pero a mí... lo que yo siento