Contentar al demonio. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013379
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el amor verdadero? Entonces supongo que, siendo El retrato de Dorian Gray mi novela preferida, gracias a él creeré en la inmortalidad de la belleza. Desde mi punto de vista, debería dejar de alimentar sus expectativas con hombres de novela y bajar el listón. No va a encontrar a nadie como sugieren sus libros, y lo digo sin haberlos leído.

      —¿Y cómo explica sus equivalencias con el prototípico héroe masculino al que recurren todas las autoras?

      Marc sonrió, ladino. Apoyó la mano en la pared, a un lado de su cabeza.

      —¿Está diciendo que soy el hombre de sus sueños? —Le dio unos segundos para responder, pero no pudo. Se quedó con la boca abierta—. No se preocupe, no hay nada de lo que avergonzarse. Llevo desde el estreno de Los ángeles de Charlie soñando con Lucy Liu, y me recuerda un poco a ella. Podría decirse que usted también tiene papeletas para atormentarme mientras duermo.

      Aiko se rio sutilmente, aunque se percibía un deje nervioso de fondo, como si estuviera luchando contra algo más fuerte que ella. Podía hacerse una idea de qué era. No pretendía caer a sus pies por hacer el papel de inocente y, sin embargo, le estaba costando. Buenas noticias.

      —Será mejor que no coquetee conmigo. No va a conseguir nada. Hace solo unos días me prometí a mí misma que no saldría con nadie.

      —No estaría saliendo, ni con nadie ni de ninguna parte. Todo lo que haya aparecido en sus novelas puede suceder aquí y ahora.

      —Oh, ¿sí? ¿Lleva en sus bolsillos todo lo que necesita?

      Marc levantó las cejas y procedió a hacer una demostración. Metió las manos allí y hurgó, sacó las llaves de casa, la cartera, un envoltorio de caramelo de menta, el ticket de una apresurada compra en Walmart y, del interior de la chaqueta, un preservativo sin estrenar.

      —Esto es lo que soy. —Y lo dejó todo en el suelo, a sus pies. Aiko lo observó con una sonrisa tranquila.

      —Así que lleva condones a trabajar.

      —Nunca se sabe con quién te vas a cruzar. No hace mucho acudí a una importante reunión con el gerente de una firma, y choqué por casualidad con una mujer que me dejó trastornado. Aprendí la lección entonces de llevarlo siempre encima.

      —¿Y qué pasará si se le olvida? ¿Se contendrá?

      —No me quedará otro remedio que dejarla embarazada. —Ella soltó una carcajada—. No irá a decirme que usted no va bien equipada. Es imposible que en un bolso de ese tamaño no lleve kit de emergencias.

      —¿Quiere que haga un unboxing? Le sorprendería lo que puede haber aquí dentro.

      Aiko se sentó junto a su montón de pertenencias, cruzó las piernas, procurando que la falda lo ocultara todo, y abrió el bolso. Sacó un monedero estampado, otro más pequeño azul, una cartera sin cremalleras y otra que parecía difícil de abrir; un empaque de pañuelos de papel con olor a miel, dos tampones de distinto tamaño, tres anillos, dos blocs de notas, alrededor de seis o siete tiras de papel adhesivo con pegatinas de colores y formas variadas, una especie de medallón, una novela tamaño bolsillo con una portada escueta, bálsamo perfumado para los labios, dos barras de labios, adhesivos para las ampollas, un bote pequeño de agua oxigenada, un disco compacto con garabatos escritos a mano, una flor de tela azul... Marc estiró la mano hacia el envoltorio tamaño preservativo que encontró con aire conspirador, pero al mirarlo de cerca se dio cuenta de que era un...

      —¿Sobre de té? —preguntó, perplejo.

      —Nunca se sabe —repitió ella, coqueta. A Marc no le quedó más remedio que ceder a una sola y lacónica risotada.

      —No sé por dónde empezar a preguntar. ¿Por qué cuatro monederos?

      —En el azul tengo las monedas pequeñas: uno, cinco y diez centavos. Con eso ahorro para la lotería. En el que se cierra con broche, veinticinco y cincuenta centavos. Es el que utilizo para desayunar. En el siguiente guardo billetes de uno y cinco dólares, que es el que utilizo para la compra, porque salgo a diario a Walmart a conseguir lo que vaya a comer en el día, y nunca gasto más de diez. Y el último es el que merecería la pena robar: los de veinte, cincuenta y cien. Uso el viejo y ligero para guardar los billetes de valor superior por pura psicología. Me han atracado varias veces y nunca se han llevado ese. Ah, y en otro tengo los euros. Viajo mucho a España y no me gusta mezclar las monedas.

      «Y yo que pensaba que era organizado».

      —¿Qué hay de la flor?

      —Un regalo de mi abuelo paterno, que es andaluz. Se la ponen las bailarinas en el pelo. Y las que no lo son, también, pero durante las ferias. Es como un talismán que atrae la buena suerte, igual que el medallón. Lo gané al único deporte que he practicado en mi vida: voleibol.

      —¿El disco compacto?

      —Mi prima graba discos. Sí, sé que está muy desfasado, pero ella insiste en hacerlo. Mete canciones que le recuerdan a mí, o que sabe que me gustarán y aún no conozco. Y les pone títulos originales.

      —¿Y qué me dices de las pegatinas?

      —Cuando era pequeña tenía problemas de aprendizaje. Lo único que nunca me costó fueron los colores, así que nada más empezar a estudiar establecí un método de asociación. Tardo horas en estudiarme unos apuntes, a no ser que estén subrayados con muchos colores o llenos de pegatinas también llamativas, en cuyo caso me toma minutos.

      Marc asintió. Muy buena información. No parecía tener problemas para hablar de sí misma, de sus dificultades, de sus virtudes y defectos. Eso era un punto a su favor; tanto al de Sandoval como al suyo, que no tendría que andarse con cuidado a la hora de interrogarla. El problema que veía era que de todas esas historietas no podría sacar nada sórdido. Pero por el momento no importaba, porque curiosamente le interesaba lo que acumulaba en su bolso.

      Cogió el libro que estaba leyendo y lo abrió por una página al azar.

      —«De repente, mi pecho se vio aplastado contra una pesada puerta de cristal, mientras el cuerpo duro y fuerte de John dominaba el mío. La mano que tenía sobre mi cintura se deslizó hacia abajo y hurgó entre mi pantalón, en busca de las curvas de mi trasero expuesto bajo el tanga».

      Aiko tardó en reaccionar, pero en cuanto se dio cuenta de que leía la novela, se puso en pie de un salto e intentó quitarle el libro de la mano. No fue más rápida que Marc, quien alardeó de sus reflejos mientras retrocedía y ponía el tomo en alto.

      —«Atrajo mi cadera hacia la suya con actitud dominante, haciéndome sentir su excitación. Mi vagina se estremeció de deseo, dolorosamente vacía...». Dolorosamente vacía —repitió, levantando las cejas—. Esto es muy explícito, señorita Sandoval. ¿Es lo que le gusta llevar a una reunión importante?

      —Habló el señor de los condones «por si acaso» —refunfuñó con los brazos en jarras—. Deme el libro.

      —¿Por qué? Ni que lo hubiera escrito usted. Es de dominio público, todos tenemos derecho a disfrutar de la prosa de... Uma Howland. Vaya, ¿esta es ella? Refuerza mi teoría de que las escritoras de esta clase de novelas tienen como norma no ser atractivas. Por supuesto, es una opinión personal, y no es como si tuviera que ser un requerimiento, pero resulta sorprendente que las mejores tengan cara de no haberse acostado con nadie en su…

      —¡Deme el libro!

      —«Abandoné toda resistencia...» Justo lo que debería hacer usted —señaló él, malicioso—. «Dejé caer los brazos, rendida, y apreté las palmas de las manos contra el cristal. Sentí la vulnerable rigidez que se emanaba de su cuerpo a medida que yo me entregaba, y cómo la presión de su boca se relajaba mientras sus besos se convertían en mimos apasionados». Si no me equivoco, la postura que describe es...

      Avanzó llevándose a una muda Aiko por delante, que lo miraba con los ojos tan abiertos