579Fernando Silva Vargas, “El Chile liberal y los pobres (1871-1920)”, en Anales del Instituto de Chile, XXVI, Santiago, 2007, p. 221.
580Ignacio Chuecas S., Dueños de la Frontera. Terratenientes y sociedad colonial en la periferia chilena. Isla de La Laja, 1670-1845, tesis para optar al grado de Doctor en Historia, Instituto de Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago, 2016, pp. 133-137.
581Rodolfo Urbina Burgos, “Chiloé, foco de emigraciones”, en Chiloé y su influjo en la XI Región. II Jornadas Territoriales, Universidad de Santiago, Santiago, 1988, pp. 31-46.
582Grenier, op. cit., 1984, p. 415.
583Sobre la mitología desarrollada en torno a la emigración chilena a California, Gilberto Harris Bucher, Emigrantes e inmigrantes en Chile, 1810-1915. Todo revisitado todo recargado, Editorial Puntángeles, Valparaíso, 2012, pp. 33-45.
584El Correo del Sur, Concepción, 27 de noviembre de 1852.
585Watt Stewart, “El trabajador chileno y los ferrocarriles del Perú”, en RChHG, 85, 1938, p. 131.
586Gilberto Harris Bucher, “Notas sobre las vías ‘visibles’ de la emigración de chilenos hacia la costa Pacífico americana, 1842-1882”, en Miscelánea Histórico-Jurídica de Chile. Siglos XVIII y XIX, Facultad de Humanidades, Universidad de Playa Ancha de Ciencias de la Educación, Valparaíso, 1998, pp. 80 y 83.
587Stewart, “El trabajador”, cit., p. 133; Harris, “Notas”, cit., p. 83.
588Stewart, “El trabajador”, cit., p. 132.
589Valenzuela, Mineros, p. 30.
590Valenzuela, Mineros, pp. 37-48.
591Jorge Rojas Flores, “Trabajo infantil en la minería: apuntes históricos”, en Historia, 32, Santiago, 1999, pp. 379 y 382-383.
592Chouteau, op. cit., p. 157.
593Pablo Rubio Apiolaza, “Miradas políticas de la elite en una zona decadente. El Norte Chico entre 1880 y 1900”, en RHSM, Crisis minera y conflicto social en Chile durante el siglo XIX, Año X, vol. 2, 2006, p. 43.
594La oposición a la emigración está tratada por Stewart, “El trabajador”, cit., pp. 153-163.
CAPÍTULO VII
LA POBLACIÓN INDÍGENA
FERNANDO SILVA VARGAS
LOS INDÍGENAS DEL NORTE Y DE LA ZONA CENTRAL
En el litoral septentrional chileno hasta el difuso límite con Bolivia vivían en las caletas y en las quebradas que llegaban a ellas los indios changos, que habían experimentado un fuerte proceso de mestizaje y que hablaban solo castellano. Philippi pudo conocer en Taltal, en 1853, a un grupo de changos que allí vivía, y describió sus viviendas:
Nada es más sencillo que un rancho. Se fijan en el suelo cuatro costillas de ballenas o troncos de quisco, apenas de alto de seis pies, y se echan encima cueros de cabra, de lobos marinos, velas viejas, harapos y aun solo algas secas, y la casa está hecha. Por supuesto no hay en el interior ni sillas, ni mesas ni catres; el estómago de un lobo sirve para guardar el agua; unas pocas ollas y una artesa completan el ajuar de la casa595.
Observó el científico que las mujeres vestían como en las ciudades, con prendas de algodón, zapatillas, zarcillos y sortijas, y que los indígenas “eran tan políticos como si hubiesen recibido su educación en la capital”. Se alimentaban de pescados y mariscos y los hombres salían al mar en sus balsas formadas con dos cueros de lobos marinos inflados con aire. La pesca del congrio permitía su secado y su posterior venta a los habitantes del interior. Durante el invierno, cuando las bravezas del mar no permitían la pesca, los hombres se dedicaban a la caza de guanacos. Pero la iniciación de faenas mineras llevó a muchos changos a trabajar en esa actividad. Las mujeres, por su parte, pastoreaban cabras en los reducidos sectores en que la orografía y la camanchaca permitían la existencia de pastos. Calculó Philippi que los changos del litoral del desierto sumaban alrededor de 500 personas596.
En Atacama y Coquimbo los pueblos de indios creados en el siglo XVIII comenzaron a desaparecer al iniciarse la república. Debe recalcarse que desde mucho antes el mestizaje había diluido a la población propiamente indígena. Se ha de tener presente que los indígenas del norte y centro del país eran, hacia principios del siglo XIX, de muy diferentes orígenes. Los que encontraron los conquistadores en el norte y centro del país, y que fueron objeto de los primeros repartos eran presumiblemente naturales de la zona que habían experimentado una profunda aculturación, como lo hace pensar la organización dual que exhibían desde los valles del norte hasta la zona de Santiago, o bien procedían probablemente del Perú, de acuerdo con la práctica del incario de trasladar grandes grupos humanos de un sector geográfico del Tiawantinsuyo a otro597. En los decenios iniciales de la conquista se agregaron los huarpes, que eran aborígenes transandinos de Cuyo —fueron traídos en tal cantidad que incluso se formó en Santiago un cementerio especial para ellos598—, y los llamados indios Chile, promaucaes o purunaucas, de la zona central. Como, además, algunas encomiendas se unían o, al disminuir el número de sus integrantes, eran rellenadas con mapuches capturados en la frontera, lo que ocurrió con especial fuerza durante el siglo XVII, era manifiesta la diversidad étnica de los grupos indígenas. Por otra parte, la aludida creación de pueblos de indios a fines del siglo XVIII puso de manifiesto la dificultad de establecer un régimen de separación residencial, pues en forma paulatina se fueron incorporando a ellos indios libres, españoles, mestizo, mulatos y zambos. Parte de las tierras de dichos pueblos era, asimismo, arrendada por los foráneos.
Los intentos de determinar los orígenes étnicos de los indígenas mediante los apellidos registrados en los libros parroquiales o en las matrículas hechas en las visitas a las encomiendas carecen de sustento científico: a menudo eran los de los propios encomenderos, que se los asignaban a aquellos. Así, por ejemplo, en Coquimbo los apellidos Aguirre, Cisternas, Bravo, Roco, Saravia o Cortés se mezclaban en esas listas con los Cuturrufo,