541La Época, 7 de diciembre de 1886. Con anterioridad dicho periódico, que se consideraba portavoz del radicalismo, había defendido “que cuando el bien de la comunidad lo exige tiene el Estado el derecho para intervenir en aquellos que de ordinario se dejan a la libre administración de los individuos, de las familias o de los municipios”, en La Época, 27 de enero de 1882, citado por Patricia Arancibia Clavel, “El pensamiento radical”, en op. cit., p. 190.
542El Mercurio, 21 de julio de 1886.
543El Independiente, 21 de julio de1886.
544Laval, Historia del Hospital, pp. 200-202.
545Lo expuesto sobre los hospitales en Juan Eduardo Vargas Cariola y Felipe Vicencio Eyzaguirre, “Los pobres, entre las acciones de caridad y los esfuerzos del Estado, 1541-1928”, en AICh, vol. XXVIII, 2009, pp. 21-23; también puede verse, Ponce de León Atria, op. cit., p. 133 y ss.
546Laval, Historia del Hospital, pp. 18, 90 y 91.
547Laval, Historia del Hospital, p. 103.
548Laval, Historia del Hospital, pp. 99-101.
549Aurora de Chile, N° 41, Santiago, 19 de noviembre de 1812.
550El Observador Eclesiástico, N° 26, Santiago, 13 de diciembre de 1823.
551La Revista Católica, N° 57, Santiago, 13 de marzo de 1845.
552El Amigo del Pueblo, N° 36, Santiago, 13 de mayo de 1850.
553Martina Barros de Orrego, Recuerdos de mi vida, Ediciones Orbe, Santiago, 1942, pp. 34-35. También fue administrador de la Casa de Huérfanos, del Hospicio y de la “casa de locos”, ayudando de su “propio peculio a cubrir las necesidades más apremiantes de estas instituciones”, en Ibídem. Puede verse también sobre dicha persona, Laval, Historia del Hospital, p. 127.
554Ponce de León Atria, op. cit., p. 142; para 1864, ver Laval, Historia del Hospital, p. 192.
555Cruz-Coke, op. cit., p.431; y Laval, Historia del Hospital, p. 191.
556Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento del Interior presenta al Congreso Nacional, 1863, pp. 36-37. Los gobiernos fueron más lejos en materia de salud. A los hospitales, en efecto, se agregaron las llamadas dispensarías. Las primeras nacieron en Santiago. Funcionaban en una o dos habitaciones, eran atendidas por un médico y recibían a los enfermos crónicos que no tenían cabida en los hospitales; a los que padecían “males” que no eran graves y a los niños que presentaban diversas afecciones (disenterías, herpes, ulceras e inflamaciones a los ojos, entre otras). Esas instituciones eran financiadas por el Estado y comenzaron a extenderse en el país a partir de 1848. En 1876 habían atendido a 77 mil 615 personas y se calculaba que había 90 en 1885, repartidas entre Tacna y Chiloé, en ANH, MI, v. 35 s/f; Illanes, op. cit., p. 58, y Ponce de León Atria, op. cit., pp. 152 y ss. Se pueden agregar también los lazaretos, que Macarena Ponce de León define, en el caso de los llamados “provisorios”, como “galpones construidos de material ligero para poder cerrarlos fácilmente una vez superada la epidemia”, op. cit., pp. 164-165.
557Ponce de León Atria, op. cit., pp. 56-59
558Abdón Cifuentes, Memorias, I, Editorial Nascimento, Santiago, 1936, pp. 413-414.
559Cifuentes, op. cit., p. 415.
560Puede verse, a modo de ejemplo de las limitaciones con que funcionaban esos establecimientos, el artículo de Martín Lara, “Salud y caridad en una villa de Chile central: génesis del Hospital San José de Parral (1875-1885)”, en Anales de Historia de la Medicina, 20 (1), mayo, 2010, pp. 41-42.
561Laval, Historia del Hospital, p. 214.
562Hacia mediados del siglo XIX los pobres no eran los únicos pacientes de los hospitales. Así, el administrador del Hospital San Juan de Dios informaba en 1848 que se había establecido una “pequeña sala […] para recibir a personas decentes que por su escasez de medios para medicinarse quedan reducidas a un absoluto aislamiento en el periodo más crítico de su vida […] para ahorrarles el triste espectáculo de hallarse rodeadas de personas de una condición desigual, con las cuales no es posible tener expansiones morales que tanto rehabilitan al enfermo en medio de su dolor”, en ANH, MI, v. 161, s/f.
563Campos Menéndez, op. cit., p. 128.
564La afirmación se basa en las cifras que proporciona Vial Correa, op. cit., p. 537; y también Francisco Antonio Encina que estima, en Nuestra Inferioridad Económica, Editorial Universitaria, Santiago, 1955, que el aumento “decenal de la población, que había sido 2,61% entre 1843 y 1854, […] baja a 1,33% en el periodo comprendido entre 1875 y 1885 y a 1,11% en el periodo comprendido entre 1885 y 1907”, Encina, op. cit., p. 8.
565Aurora de Chile, 27 de febrero de 1812, N° 3, p. 11.
566Mamalakis, op. cit., 2, p. 4.
567Encina, Ibídem
568Enrique Mac Iver, Discurso sobre la crisis moral de la República, en Godoy, op. cit. p. 285.
569Mac Iver, op. cit., en Godoy, op. cit., p. 283.
CAPÍTULO VI
LA POBLACIÓN RURAL Y MINERA