Llegué en seguida a Valdivia, que me produjo la sensación de un lugar extranjero, no tanto por los alemanes que la poblaban en gran parte, como por la diferencia de todo lo que se veía respecto a lo conocido en las provincias del centro. Corrían sobre el río alegres vaporcitos y en su tersa superficie se reflejaban casitas de madera y fábricas más grandes, de cervecerías y otras industrias, todas de estilo simple pero denotando nuevas disposiciones que correspondían a la gente también nueva que las ocupaba.
Esos buenos colonos alemanes habían prosperado poco a poco, y sin saberlo habían dado a la ciudad su cierto aire de antiguo villorrio del Rin o del Elba294.
Aunque parte importante de los inmigrantes se radicó en Valdivia, otros se dirigieron al interior, a los pueblos de Osorno y La Unión. El primero tenía, hacia 1840, cinco calles que corría de oriente a poniente, con siete cuadras de extensión, y siete calles de norte a sur, con cinco cuadras de extensión. Ninguna de las calles estaba empedrada. Se contaban 320 casas y 256 sitios abiertos y sin edificar, además de 32 ranchos de paja. Los únicos edificios públicos eran la iglesia parroquial, construida de piedra cancagua, y la municipalidad, del mismo material, con dos dependencias anexas, la escuela y la cárcel295. Ambas se encontraban en la plaza de armas, dibujada por Rodulfo A. Philippi en 1852. Los alemanes construyeron sus casas, también de madera, sobre las ruinas de la antigua ciudad según Paul Treutler, con jardines y huertos provistos de árboles frutales, y pronto la ciudad vio alzarse curtiembres, un molino de trigo y otro de aceite, una botica y varios hoteles, con el infaltable Club Alemán, como lo pudo apreciar el ya referido Treutler al iniciarse el decenio de 1860296.
La villa de La Unión o de Los Llanos tenía en 1846, de acuerdo a la memoria del intendente Salvador Sanfuentes, ocho calles, una plaza principal y 35 casas, más iglesia, casa de cabildo y cárcel. Era, en verdad, un pueblo en formación, y para estimular tal proceso el municipio cedió sitios a los interesados en radicarse. Es posible que el interés de algunos inmigrantes en instalarse en esa villa obedeciera al hecho de que a 20 kilómetros de ella los hermanos Bernardo y Rodulfo Amando Philippi habían comprado el fundo “San Juan de Bellavista”, del que el segundo tomó posesión en 1852. Al contrario de lo ocurrido en Osorno, los alemanes que se instalaron en La Unión no se dedicaron en un primer momento, salvo contadas excepciones, a las actividades agrícolas, prefiriendo la molinería, como fue el caso de Friedrich Grob, las curtiembres, las destilerías de alcohol de grano y la fabricación de cerveza, iniciada en 1852 por Julio Boettcher297. La escasa construcción de casas llamó la atención a Treutler, quien estimó la población de La Unión en 400 habitantes, de los cuales 50 eran alemanes298. En la pampa de Negrón, en Río Bueno, y en las proximidades de la misión de Cudico, al poniente de La Unión, el gobierno radicó a 62 colonos con sus familias.
En 1850 Pérez Rosales salió de Valdivia en compañía de Guillermo Frick para dirigirse a La Unión y Osorno. Desde allí, dejando atrás Los Llanos y siguiendo rumbo sureste, los viajeros se internaron en “un bosque tan espeso, que ni las cartas podía leerse a su sombra”, hasta llegar al lago Llanquihue. Pérez Rosales encargó a un indígena que rozara el bosque, que ardió durante tres meses299. Los terrenos así desbrozados, planos y de gran calidad, se prestaban especialmente para la agricultura, por lo que numerosos colonos pudieron radicarse en la margen norte del lago. La construcción de un camino hasta la ribera norte del lago Llanquihue fue muy dificultosa, por lo pantanoso del terreno, por lo que fue necesario “plancharlo”, es decir, cubrir los sectores más peligrosos con troncos de árboles tendidos transversalmente y con la parte superior canteada. La ocupación de las márgenes del lago debía resultar más fácil desde el mar, y más concretamente desde el lugar denominado Melipulli, excelente rada y varadero en el seno de Reloncaví. En 1852 se construyó allí un galpón y pronto llegaron 44 matrimonios de alemanes, con 212 personas. En 1853 se fundó en ese lugar Puerto Montt, y allí comenzaron a arribar los buques con inmigrantes. El ímprobo y sostenido trabajo de estos, en un sector cubierto de espesos bosques, pronto comenzó a dar frutos. Ya hacia 1870 el pueblo tenía 800 casas, todas de madera y de solo un piso, alumbrado de faroles de parafina, una plaza donde estaba la Intendencia y la parroquia, y otra con el hospital y la capilla protestante, una plaza de abastos, dos paseos públicos y tres calles principales paralelas al mar, rectas, anchas y bien niveladas, y con sus aceras cubiertas con tablones de alerce300. Así describió Pérez Rosales la forma de vida de los inmigrantes, una vez consolidado Puerto Montt:
Cada casa, por modesta que sea la fortuna de quien la habita, posee, aunque en pequeña escala, todas las comodidades de que sabe proporcionarse el europeo; en todas reina el más prolijo aseo, y, a falta de mejor ornato, no hay una que no exhiba, tras las limpias vidrieras de sus ventanas a la calle, grandes macetas de flores escogidas. Sus amueblados, hechos todos con maderas del país y por ebanistas de primer orden, son cómodos y lucidos al mismo tiempo. En Puerto Montt no se comprende que pueda nadie edificar sin designar ante todas cosas el lugar que puede ocupar el jardín. En todos ellos, alternando con las flores y las legumbres tempraneras, se ven árboles cargados de frutos cuya posibilidad de cultivo solo ahora comienzan a creer realizable los envejecidos moradores de los contornos. Molinos, curtidurías, cervecerías, fábricas de espíritus, excelentes panaderías, artesanos para todos los oficios y, en general, cuantos recursos y comodidades tienen asiento en las grandes ciudades, salvo el teatro y la imprenta, existen en aquella población modelo que, por un rasgo que le es característico, persigue como crimen la mendicidad301.
No resultó fácil la construcción del camino de Puerto Montt al lago Llanquihue, por la densidad del “tupido bosque de árboles corpulentos” y por los humedales que hacían muy fatigoso el tránsito de las cabalgaduras. Fue preciso, entonces, “planchar” la senda. Ya en 1859 se le pudo dar un ancho de 10 a 15 metros, y se concluyó de plancharla en toda su extensión de 36 kilómetros. A Mariano Sánchez Fontecilla, intendente de Llanquihue desde 1865, le correspondió la tarea de reformar la vía y convertirla en un camino ripiado302. De esta manera, pocos años después unas 80 carretas de cuatro ruedas permitían transportar los productos de los colonos del lago hacia Puerto Montt, que en 1869 recibió 54 buques. A partir de 1851 se fueron instalando algunos inmigrantes en el seno suroeste del lago, que aumentaron en los años siguientes y formaron un pequeño caserío, que tomó el nombre de Puerto Varas, dado a uno de los tres distritos en que en 1859 fue dividida la subdelegación de Llanquihue303. Con la construcción de un vapor en 1872 para el servicio de carga y pasajeros se logró establecer un sistema de comunicación entre Osorno y Puerto Montt, gracias a la construcción del camino, a partir de 1851, desde la primera de esas ciudades hasta Puerto Octay, que debió haberse llamado Muñoz Gamero304.
LAS CIUDADES DE CHILOÉ
La sostenida tendencia de las autoridades de la monarquía a impulsar la fundación de ciudades en América, que en Chile alcanzó especial fuerza en el siglo XVIII, no se replicó en Chiloé, donde se fundaron seis pueblos durante todo el periodo indiano. De ellos solo uno, Castro, alcanzó el título de ciudad, y los cinco restantes, el de villa: San Miguel de Calbuco —originalmente un fuerte—, San Antonio de Chacao, San Antonio de Carelmapu, San Carlos de Chonchi y San Carlos de Ancud. Es posible que tal escaso desarrollo obedeciera a que después de la rebelión indígena de 1598-1604