Por su aspecto, vestimenta y ademán sombrío, en este islote deshabitado parecía un Robinson en la isla de Juan Fernández. Era doctor en derecho y en ciencias naturales de la Universidad de Berlín, conocía a fondo varios idiomas y la literatura antigua; era, además, buen químico, físico, carpintero, ensayador y músico. Trajo consigo bastante capital, un montón de libros griegos y latinos, obras de filosofía de Kant y Schleiermacher, un buen gabinete de química, un valioso piano y herramientas de diversa clase. […] Le cayó en gracia la Isla del Rey por sus bosques y porque estaba deshabitada. Se construyó allí una casita, taló un trozo del bosque […] Tenía allí también un jardincito, porque estaba igualmente fuerte en jardinería281.
Se ha calculado la estructura profesional de los inmigrantes de Valdivia del periodo 1850-1875, que arroja un 45,1 por ciento de artesanos; un 28,5 por ciento de agricultores; un 13,4 por ciento de comerciantes, un 8,3 por ciento de funcionario e intelectuales, y un 4,7 por ciento de otros sin precisar282.
El proceso colonizador, que originó variadas proposiciones sobre la mejor forma de llevarlo a cabo, fue, desde el punto de vista administrativo, un modelo de improvisación. El gobierno desconocía algo tan obvio como la localización y la extensión de las tierras fiscales en que aspiraba a establecer a los inmigrantes. Y lo que suponía que eran tierras de esa naturaleza eran de propiedad de particulares. Esto, como era evidente, debía entorpecer el establecimiento de los colonos, lo que en efecto ocurrió. Pero la historiografía, sobre la base de las afirmaciones de Vicente Pérez Rosales contenidas en sus amenísimos y poco confiables Recuerdos del Pasado, adoptó el punto de vista de este:
Los especuladores, que solo buscan la más ventajosa colocación de sus caudales, solo vieron en la futura inmigración la feliz oportunidad de acrecerlos, y sin perder momentos, comenzaron a hacerse de cuantos terrenos aparentes para colocar colonos se encontraban en la provincia.
Siguiendo el ejemplo de estos caballeros, muchos vecinos, más o menos acaudalados de la provincia, hicieron otro tanto, sin acordarse de que esta ansia de lucro mal entendido y prematuro, cavaba, al lado de los cimientos que la ley había echado para alzar sobre ellos el asilo de los inmigrantes, una fosa que debía desplomar por completo el edificio y las risueñas esperanzas que el buen sentido fundaba en ella283.
Sin embargo, un examen detenido del problema permite llegar a la conclusión ya anticipada: fueron la desidia burocrática y la absoluta ignorancia que existía en Santiago sobre la zona austral las que dificultaron los primeros pasos de la colonización germana284. El propio Pérez Rosales confirmó esa ignorancia con inigualable candor:
Ni yo ni los hijos del norte sabíamos a punto fijo lo que era entonces la dichosa provincia de Valdivia, salvo la vulgar creencia de que era grande, en extremo despoblada y que llovía en ella 370 días de los 365 de que consta el año; y tanto era así, que en los momentos de emprender el viaje acababa de recibir del señor Ministro don Jerónimo Urmeneta un oficio en el que me decía que habiendo sabido con sentimiento que en la provincia no se daba el trigo, creía llegado el caso de decirme que le parecía conveniente comenzar a tomar medidas prudenciales para la traslación de los inmigrados al territorio de Arauco285.
A los 245 alemanes llegados en 1851 se agregaron en los años siguientes nuevos grupos, de manera que en 1857 sumaban dos mil 519. No obstante los comprensibles desencuentros entre los inmigrantes y los valdivianos, producto de las profundas diferencias culturales entre unos y otros, las consecuencias del proceso fueron notables. La ciudad, construida en el codo formado por el río Calle Calle, estaba rodeada de lagunas que, convertidas más adelante en humedales, comenzaron a ser rellenadas a partir de 1846. Por tener la calidad de terrenos fiscales, fueron rematados, admitiendo viviendas de particulares286.
Un informe de Pérez Rosales, intendente de Valdivia y encargado de la colonización en Llanquihue, elevado al ministro del Interior el 10 de diciembre de 1852 se refiere a los progresos de la ciudad: arreglo de calles, cierre de solares, reforma de la “parte que miraba al río”, que estaba “cubierta de ranchos andrajosos e inmundos”, con el trazado de una “hermosa calle, que será en un año más la más interesante de Valdivia”; remate de los médanos al censo de cuatro por ciento, con la obligación del nuevo propietario de desecarlo en el plazo de cuatro años; iluminación de las calles con faroles, arreglo del cuartel de artillería y de la botica de la ciudad. Advirtió que por falta de recursos poco se había podido hacer en materia de educación, salvo la “inesperada adquisición” para el colegio de Rodulfo Amando Philippi, “antiguo director de la Escuela Politécnica de Cassel”. Observó Pérez Rosales en su informe que durante el invierno se había trabajado en los caminos a Osorno y a Reloncaví, haciendo notar que en el último “han figurado hasta 500 hachas a un mismo tiempo”. Le anunció al ministro su pronta partida a la “naciente Colonia de Llanquihue”, y concluyó así su informe:
Antes de regresar dejaré fundadas las tres ciudades necesarias de que he hablado a US. en mis notas anteriores. La primera al norte de la Laguna [de Llanquihue] y en el acabo del camino de Osorno, con el nombre de “Muñoz Gamero”; la segunda en el sur, donde parte el camino a Reloncaví, con el nombre de “Varas”; y la tercera en el remate de este en el seno, y que debe ser el puerto de la Colonia y la principal salida de los puertos [productos] de Osorno, con el de S.E. el señor Presidente de la República. Espero que estos nombres no serán alterados287.
Ya en 1854 se contaron en Valdivia 208 edificios nuevos y más de 300 refaccionados, así como fábricas de ginebra, cerveza —Carlos Anwandter la estableció en su propia casa en 1851 y a partir de 1858, y ya en manos de sus hijos, inició un sostenido desarrollo, con la venta del producto en el centro y norte del país288—, ladrillos, lozas, curtiembres, molinos de harina, aceite y sidra, y sierras de agua. En 1867 Vidal Gormaz aludía a la existencia en Valdivia, de “seductora belleza”, de hoteles, paseos públicos, un liceo, varios colegios, biblioteca, hospital y dos clubes. Del Club Alemán, fundado en 1853 por Carlos Anwandter, que pronto llegó a contar con 140 miembros, dependían una escuela, una sociedad gimnástica y una sociedad de música289. Las casas particulares, aunque eran de madera, presentaban “un aspecto elegante y alegre: en el techo se emplea una teja especial de forma triangular y [de] hierro galvanizado en vez del alerce, de que solo se hace uso en los trabajos interiores”290. La sostenida renovación urbana de Valdivia, que alcanzó a las plazas, a los edificios públicos y a las iglesias, y a la que obligaron incendios, huracanes e incluso un tornado en 1881 —que arrasó el centro de la ciudad, con casas particulares, la iglesia mayor y la intendencia—, fue en gran parte obra de constructores y artesanos alemanes altamente calificados291. Hacia 1870 se daba cuenta de la existencia en Valdivia de una imprenta que publicaba el periódico Eco del Sur dos veces a la semana, cuatro hoteles y dos cafés292. La integración de los recién llegados fue bastante rápida, como lo pudo comprobar un viajero alemán en 1859:
A pesar de que procedían de diversos países de Alemania, los germanos se comportaban muy solidarios en la vida pública y en la sociedad, y jamás tuve oportunidad de conocer en la América del Sur una ciudad donde predominara la concordia como en Valdivia293.