Esos centros siguieron un esquema de desarrollo no muy diferente al de Santiago. A la ciudad formal, “civilizada”, con la plaza, la iglesia parroquial, la municipalidad, las principales dependencias de la administración, los colegios, el teatro, el hospital y el comercio de más calidad en el centro, sector donde tenían sus casas los integrantes de la elite, se oponían las barriadas de las áreas exteriores, miserables, carentes de los servicios básicos y a menudo, próximas a cementerios o a pequeños establecimientos fabriles.
Las dificultades en el desarrollo de Curicó nacidas del desinterés de los propietarios agrícolas por la vida urbana experimentaron un cambio con la llegada, en 1868, de la vía férrea a la ciudad. Esta no solo dio un fuerte impulso al intercambio comercial y al envío de los productos del agro a Santiago, sino que facilitó el movimiento de las personas, en especial de los peones, que pudieron buscar mejores expectativas en la capital, en Valparaíso o en la emigración. Conocemos con cierto detalle el caso de Curicó en lo relativo a los sectores modestos. Si bien ellos vivían dentro de la ciudad, alzando sus rancheríos en los sitios eriazos —lo que indujo a la dictación de una ordenanza de policía en 1873 que obligaba a los propietarios a cerrarlos con paredes de ladrillo o adobe—, también lo hicieron en la calle Nueva, paralela a la línea férrea, y en la falda del cerro Buena Vista o Condell, donde la Municipalidad daba en arriendo retazos de terrenos para que los pobres construyeran sus ranchos de paja, reproduciendo el hábitat rural245.
Las trabas experimentadas por Talca en su propósito de adquirir una cabal estructura urbana surgieron en buena parte, como en Curicó, del desinterés de los terratenientes por abandonar sus haciendas, tendencia contra la cual habían luchado infructuosamente las autoridades durante la monarquía. Se entiende, sin embargo, esa actitud, tanto por las dificultades para trasladarse ante las manifiestas deficiencias de los caminos, como por la inseguridad de los viajes y por la necesidad de defensa de los predios. Pero no solo los bandidos amenazaban a los fundos y a sus dueños. También bandas como la de los Pincheira, que decían luchar por el rey, aliadas con los indios, hicieron, con sus inesperados ataques, muy difícil la vida en las zonas rurales hasta el decenio de 1830. Conocido es el caso del asalto al fundo “Astillero” en Talca, en 1826, con la captura de la joven Trinidad Salcedo Opazo, hecho que produjo enorme impresión y que fue motivo de inspiración de los pintores Rugendas y Monvoisin. En todo caso, poco a poco las principales familias terratenientes de la zona, como Silva, Donoso, Vergara, Maturana, Concha, Cienfuegos, Ramírez, Opazo, Cruz y otras decidieron radicarse en las ciudades de Talca, Curicó o San Fernando. Ya en 1844 Talca contaba con un liceo, que funcionó como establecimiento de alumnos externos hasta 1845, año en que se creó el internado. Desde 1849 el establecimiento tuvo una biblioteca246. En todo caso, el progreso de Talca fue especialmente notable a partir de la segunda mitad del siglo XIX: iluminación de parafina en 1855 y de gas en 1875; agua potable mediante pilones en varios puntos de la ciudad a partir de 1872; fundación del Club de Talca el 18 de septiembre de 1868; creación del Seminario, por iniciativa del cura y vicario de Talca Miguel Rafael Prado, que abrió sus puertas en 1870; cuerpo de bomberos ese mismo año; inauguración, en 1874, del teatro, construido según los planos del de Quillota. Sin duda que a ese notable desarrollo contribuyó la continuación de los trabajos de construcción del ferrocarril central, que permitieron la recepción en esa ciudad del primer convoy el 15 de septiembre de 1875247. Hacia 1877 la mayor parte de sus calles principales estaban pavimentadas con adoquines y sus veredas, con asfalto. Y desde 1869 esas calles estaban numeradas, según acuerdo de la municipalidad que aceptó la idea del regidor Daniel Barros Grez, para, con ello, “hacer de la ciudad de Talca la única de Sud América que tuviera este sistema propio de los Estados Unidos”248.
Linares contaba en 1840 con 80 manzanas y 21 calles, todas sin pavimentar, aunque las aceras tenían piedras de huevillo y lozas. Había 270 casas con techos de tejas, y ranchos en los suburbios, y en 1843 sus habitantes sumaban poco más de dos mil249. En torno a su única plaza estaba el edificio del cabildo y la cárcel, y a dos cuadras de ella, la Alameda, paseo de cuatro cuadras de oriente a poniente, ornada con cuatro hileras de árboles frondosos. Había solo una escuela pública, sostenida por el municipio, al igual que la cárcel. Dos vigilantes para el servicio diurno y dos serenos para el nocturno eran los cortos elementos destinados a la seguridad pública. Solo a partir de 1872 se iniciaron las obras de mejoramiento en la plaza y en algunas calles, y al año siguiente, con la conversión de la ciudad en capital de provincia, se constituyó la municipalidad. A esta le correspondió aplicar un programa de mejoramiento urbano250.
CONCEPCIÓN Y LA FRONTERA
En el centro-sur del país la evolución de Concepción muestra también la estrecha vinculación existente entre el desarrollo económico y el crecimiento demográfico. Las consecuencias de la guerra de la emancipación, que la dejaron a muy mal traer, eran visibles todavía en 1828, cuando la visitó Poeppig:
Sin observarse los indicios que anuncian en otras partes la vecindad de una gran ciudad, uno se acerca a Concepción y avanza entre una larga fila de ranchos aislados, construidos en parte sobre las ruinas de edificios más bellos. Se alcanza la plaza entre sitios incendiados, llegando así al sector central de una ciudad que se encuentra abierta en todas direcciones. Es sensible el aspecto de la miseria que se cobijó en chozas sucias, entre extendidas ruinas, a través de cuyas ventanas se observan todavía los adornos dorados y las pinturas ennegrecidas por el humo, como restos de tiempos mejores. Han desaparecido sus pobladores, y el odio y afán de destrucción no perdonaron siquiera los árboles frutales plantados por aquellos...251
A las grandes dificultades que experimentó la ciudad para superar las consecuencias de la guerra se agregó el devastador terremoto de 1835, que también arruinó a las ciudades del centro. Sin embargo, el auge cerealista y el desarrollo de la molinería le permitieron iniciar una sostenida recuperación. A lo anterior se unió el comienzo de la explotación del carbón en Coronel, Lirquén, Puchoco, Lota, Curanilahue, Carampangue, Colico y Maquehua, que en ocasiones dio impulso a actividades complementarias, como la fundición y refinación de minerales de cobre traídos del norte, y la fabricación de ladrillos refractarios, de botellas y de vidrios planos. Una vez más, como había ocurrido en Copiapó, La Serena y Valparaíso, la presencia de los extranjeros fue decisiva en el impulso a estas actividades.
La sociedad de Concepción, con estrechos nexos con Chillán y Los Ángeles, estuvo marcada con fuerza por su carácter fronterizo, y conservó en los primeros decenios republicanos el sello militar que la había caracterizado durante la monarquía, sello que estaba dado no tanto por la guerra secular con los indígenas —guerra que en verdad fue imaginada—, sino por la presencia de contingentes militares, de las milicias y de todo el aparato administrativo anexo, cuyos principales integrantes se establecieron en la zona, contrajeron matrimonio con mujeres de la localidad, adquirieron tierras de los indígenas y, exactamente como ocurrió durante la monarquía, se ocuparon de manera preferente de sus actividades agrícolas y ganaderas, lo que habitualmente hacían con el concurso de los soldados de la guarnición. Las familias Rioseco, Cruz, Larenas, Santa María (Escobedo), Benavente, Del Río (Gastetuaga), Lamas, Ojeda, Prieto (Seixas), Bulnes, Freyre de Andrade, Manzano, Vial y Squella, entre