Dicho proceso puede explicarse por la convergencia de varios fenómenos: la instalación de muchas familias de Valparaíso en la vecina Viña del Mar e, incluso, en localidades interiores, como Limache; el lento y continuo desplazamiento de otras hacia Santiago, debido a la convicción de que allí se tomaban las decisiones que de una u otra manera importaban a las actividades desarrolladas en todo el país, proceso al cual contribuyó en gran medida el fácil tránsito entre la capital y el puerto gracias al ferrocarril, y el surgimiento de nuevos centros de desenvolvimiento económico en los territorios ocupados por Chile como consecuencia de la guerra del Pacífico y en la frontera araucana tras la pacificación. Y no puede ignorarse que el surgimiento de comunicaciones marítimas regulares pudo haber influido en la pérdida de importancia del puerto como emporio del Pacífico. Antes, por consiguiente, de que se produjera la inversión del tráfico marítimo por la apertura del canal de Panamá, Valparaíso había comenzado a experimentar un visible freno demográfico y una pérdida relativa de su importancia como centro comercial.
Es esclarecedor el examen de los efectos producidos en la evolución de Valparaíso por la construcción del ferrocarril a la capital. El primero fue la consolidación de Viña del Mar, primero una pequeña estación con “hermosos jardines” y una “excelente posada servida por un matrimonio inglés”205, que dio paso a un pueblo creado espontáneamente a partir del arriendo de lotes de la hacienda de ese nombre por su propietaria, Dolores Pérez de Álvarez, y desarrollado de manera sostenida desde que el yerno de aquella, José Francisco Vergara Echevers, iniciara en 1874 la venta de solares206. La existencia de una estación lo convirtió, primero, en un suburbio de Valparaíso —así calificaba el cónsul británico en el puerto en 1895 a lo que llamaba Población Vergara207—, y, a continuación, en un lugar de veraneo de fácil acceso para los habitantes de Santiago. El terremoto de Valparaíso de 1906, que produjo enormes destrucciones en el puerto, dejó bastante indemne a la vecina Viña del Mar, lo que constituyó un comprensible aliciente para nuevos traslados hacia esta208. También la proximidad al puerto le dio nueva vida a Limache, relacionada con la minería del oro desde la conquista, al igual que Quilpué. La estación ferroviaria de Villa Alemana dio origen a un pueblo, y el yacimiento de calizas de La Calera, situado en las tierras que habían pertenecido a los marqueses de la Cañada Hermosa, en la margen sur del curso inferior del río Aconcagua, permitió el nacimiento de otro pueblo que contó con molinos de harina y desde comienzos del siglo XX adquirió un carácter marcadamente industrial y centro de la industria del cemento.
EL CASO DE SANTIAGO
La capital mantuvo su estructura social casi sin variaciones después de la traumática experiencia revolucionaria. Los viejos núcleos de la nobleza colonial, que habían experimentado notorias modificaciones desde finales del siglo XVII como consecuencia de la llegada de migrantes procedentes de la cornisa cantábrica, de Navarra y del País Vasco, con vinculaciones familiares en numerosos puntos del territorio americano y con una fuerte presencia en el sector mercantil, incorporaron a personas que se destacaron en el servicio de las armas durante la guerra de la Independencia, tanto chilenas como extranjeras y que formaron familias que, por su fácil ingreso a las estructuras de poder, exhibieron una presencia determinante en el país tanto en el campo político como en el social: Ramón Freire, Manuel Blanco, Manuel Bulnes, Joaquín Prieto, Luis José de Pereira, Juan Mackenna, Benjamín Viel, Jorge Beauchef, Vicente Claro y Guillermo de Vic Tupper, entre otros. Las secuelas de esa guerra, que significó para muchos la pérdida de sus bienes, secuestrados y después rematados, permitió el surgimiento de riquezas inmobiliarias de nueva data. Pero también se incorporaron a la elite santiaguina, y muy pronto, los mineros y los comerciantes que habían hecho su fortuna en el norte. Algo similar ocurrió con quienes, a partir del decenio de 1850, encontraron en la agricultura, y concretamente en el cultivo del trigo, una fuente de considerables ingresos. Se suele emplear el término burguesía para referirse a estos hombres nuevos —que no siempre lo eran—, pero no parece adecuada la aplicación a Chile de un modelo social propio de los países europeos y, más específicamente, de Francia. La burguesía y los burgueses son categorías que, difundidas por la historiografía marxista y convertidas en herramientas de uso obligado tras la aparición, en 1913, de la difundidísima obra de Werner Sombart, muestran una marcada ambigüedad al tratar de aplicarlas al sector social alto chileno209. No está de más subrayar que esta supuesta burguesía no aspiraba a oponerse ni a desplazar a las familias provenientes de la nobleza colonial: según los criterios de diferenciación social imperantes durante la monarquía, en general sus miembros no se diferenciaban de los de aquellas. En algunos casos se trataba de familias con pocas generaciones en Chile; en otros, de familias que eran santiaguinas pero habían hecho su fortuna en la provincia; en otros, de extranjeros o hijos de extranjeros avecindados y enriquecidos en provincia; en otros, de integrantes de familias de escaso caudal que, gracias a un afortunado hallazgo minero, habían modificado su situación patrimonial.
Es digno de destacarse el hecho de que durante los decenios iniciales del siglo XIX se sumaron a la elite, sin mayores dificultades, numerosos inmigrantes peninsulares, con el expediente ya indicado de contraer matrimonio con hijas de familias distinguidas. Algunos que participaron activamente como militares en las guerras de la emancipación y se habían casado con chilenas, concluido el conflicto retornaron al país; otros, retenidos como prisioneros, decidieron quedarse en Chile. Fueron los casos, entre muchos, del comandante del regimiento Talavera, Rafael Maroto, casado en 1815 con Antonia Cortés García, de la familia de los marqueses de la Cañada Hermosa, vuelto a Chile en 1847, después de una destacada y criticada actuación en la península, al igual que uno de sus ayudantes, Antonio García y Aro, llegado el mismo año, que se había casado en 1816 con Tadea Reyes Saravia210; del teniente Vicente Fornés, subordinado de García y Aro en Chile y después en España, y casado en 1844 con Isabel García Reyes, hija de su jefe211. Muy llamativo es el caso de algunos tripulantes de la fragata María Isabel, hechos prisioneros al ser capturada esa nave en 1818 por Manuel Blanco Encalada. Varios de ellos se radicaron en Chile y dieron origen a familias extensas y vinculadas a las elites de Santiago y de las provincias. Fue el caso del oficial de la real hacienda Victorino Garrido, casado con Rosa Falcón Ramírez; del médico Juan Miquel, casado en 1823 con Ignacia Rodríguez Zorrilla y Fernández de Leiva, sobrina del obispo de Santiago212; del catalán Francisco Rivas Besa, casado con Nieves Cruz Canales de la Cerda213; del andaluz Manuel Alfonso, natural de Carmona y casado en La Serena con Agustina Cavada y con larga sucesión en La Serena, Ovalle y Santiago214; de Francisco Domínguez Heras, casado primero con Dolores San Roque y después con Tomasa Valenzuela Morán, con dilatadísima sucesión, y de Manuel Valledor Blanco, casado con Josefa Pinto Díaz, hermana del presidente Francisco Antonio Pinto.
Aunque no se perciben cortes en las estructuras sociales como consecuencia de la emancipación, no faltaron quienes, por su condición de realistas —chilenos y españoles— y por las malas experiencias vividas durante la confrontación bélica, abandonaron Chile y se negaron a retornar. Fueron, entre otros, los casos de Ignacia Villota y Pérez