El castellano andino norperuano. Luis Andrade. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Luis Andrade
Издательство: Bookwire
Серия: Colección Estudios Andinos
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789972429347
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2001 y 2011).

      Rivarola señaló que las consecuencias de estos estudios en la investigación del castellano en el Perú «han sido muy importantes, en el sentido de haberse activado, por una parte, los estudios de situación de lenguas en contacto, tanto sobre interferencias en el habla de bilingües […] como sobre adquisición y uso lingüístico en dicha situación» (Rivarola, 1986, p. 26). En este capítulo quiero plantear que un efecto no buscado del florecimiento de la lingüística andina en su aproximación al castellano peruano fue, al mismo tiempo, una reducción del interés por describir y conocer las variedades correspondientes a zonas no quechuahablantes ni aimarahablantes, por el peso que cobraron, en el espacio académico y simbólico, el quechua y el aimara como lenguas indígenas «mayores» del Perú. Por ejemplo, Cerrón-Palomino afirmaba, en 1972, que ambas eran las más importantes entre las lenguas vernaculares peruanas, «no porque sean “superiores” o “más perfectas” que las demás, sino por el papel que ejercieron en nuestra historia como vehículos de culturas más avanzadas y por su resistencia ante la lengua oficial, sostenida a lo largo de más de cuatro siglos» (Cerrón-Palomino, 2003 [1972], p. 26).

      En ese contexto se produce un vuelco importante en el examen del castellano peruano. Los trabajos empezaron a observar con particular énfasis, como señalaba Rivarola (1986, p. 26), los fenómenos de transferencia e «interferencia» en el habla de las zonas bilingües. Un estudio emblemático en ese sentido fue el de Anthony Lozano (1975), quien postuló la existencia de una base sintáctica quechua en diferentes tipos de frases nominales del castellano de la sierra surcentral, en particular, en las frases posesivas. Aunque la propuesta fue objeto de discusión y crítica (Pozzi-Escot, 1973; Rodríguez Garrido, 1982; Godenzzi, 1987, p. 138), el enfoque expresaba bien una tendencia opuesta a la subvaloración académica previa de los efectos del contacto con las lenguas indígenas en la configuración de los castellanos americanos, postura representada, en el ámbito regional, por Lope Blanch (1982 y 1986). Algunos trabajos pronostican en esa etapa, incluso, que el destino del castellano en los Andes residía en la formación de una «lengua criolla» o «cuasi criolla», una lengua que «estrictamente hablando, no es ni español ni quechua; es, si se quiere, ambas cosas a la vez: español por su sistema léxico y su morfología y quechua o aimara por su sintaxis y semántica» (Cerrón-Palomino, 2003 [1972], p. 28), un resultado paralelo al que Pieter Muysken había descrito como la «media lengua» del Ecuador (Muysken, 1979)13. Posteriormente, dicha visión, aplicada al castellano de los Andes, fue revisada por su propio autor (Cerrón-Palomino, 2003 [1981], pp. 75-76), al contar con datos más copiosos y exhaustivos. Con el desarrollo reciente del estudio de pidgnis y lenguas criollas, los trabajos sobre el castellano peruano adquirieron renovado interés, pero este estaba concentrado en la influencia que los idiomas andinos estaban ejerciendo en una supuesta reformulación radical del sistema castellano. Se trataba de una suerte de «desquite» de las lenguas indígenas sobre el castellano (Cerrón-Palomino, 2003 [1995], p. 218) o, como José María Arguedas lo había formulado décadas atrás, al observar a sus alumnos de Sicuani, de un «sitio» casi militar, de una toma del castellano, que terminaba siendo transformado en sus esencias hasta convertirse en un castellano con la «sintaxis destrozada» y en cuya «morfología íntima», se reconocía «el genio del kechwa» (Arguedas, 1986 [1939], p. 33)14. Desde un enfoque pedagógico, que era el otro gran punto de partida para el estudio del castellano peruano en la época, esta visión tomaba la forma de un énfasis marcado en el contraste entre las normas regionales y la «norma nacional» (Pozzi-Escot, 1972). Por ese entonces Alberto Escobar (1975, p. 11) hablaba, no sin cierta ironía, de la «querella entre la llamada norma nacional versus las normas regionales».

      Fue en este marco que surgió la segunda propuesta de división dialectal del castellano peruano. A fines de la década de 1970, Alberto Escobar postuló, casi reflejando en lo geográfico las intuiciones previas de Benvenutto Murrieta (1936), que el castellano del Perú se podía dividir en un primer conjunto dialectal que llamó «ribereño», subdividido, a su vez, en el castellano del litoral norteño y central, y en la variedad amazónica; y un segundo conjunto que denominó «andino», conformado por el «castellano andino propiamente dicho», el «castellano altiplánico» y la variedad del litoral y los Andes occidentales sureños. Esta división —en gran medida tributaria también de los postulados estructuralistas de Rona (1958 y 1964)— se fundamentó sobre todo en criterios fonético-fonológicos, complementados secundariamente por consideraciones morfológicas, sintácticas y léxicas. A esta zonificación se superpone, según Escobar, un «dialecto social», que, siguiendo a Wolfram (1969), denominó «interlecto», y que definió como «el español hablado, como segunda lengua, por personas cuya materna es una de las dos lenguas amerindias de mayor difusión en el país, o sea el quechua y el aymara, y se encuentran en proceso de apropiación del castellano» (Escobar, A., 1978, pp. 30-31). Los hablantes de esta variedad social serían bilingües, por lo común sucesivos y siempre subordinados, que pueden avanzar, en su apropiación del castellano, hacia formas del castellano regional, o bien hacia la suerte de «lengua criolla» o «cuasicriolla» quechua-castellano propuesta inicialmente por Cerrón-Palomino (2003 [1972]); o bien hacia un tipo de «media lengua», como la definida por Muysken (1979); o, por último, «se congela[n] en una suerte de semilinguismo», este último descrito como «el tipo de “competencia lingüística insatisfactoria”, observado especialmente en individuos que desde su infancia han tenido contacto con dos lenguajes, pero sin suficiente o adecuado entrenamiento o estímulo en ninguno de dichos idiomas» (Escobar, A., 1978, pp. 31-32, n. 2)15. Es de resaltar la importancia que Escobar atribuye al concepto de interlecto en su propuesta de zonificación, pues lo describe en detalle antes de la propuesta dialectal propiamente dicha. Posteriormente, su hija, la lingüista Anna María Escobar (1990, 1994 y 2000), profundizó la investigación empírica sobre este planteamiento mediante su división entre «español andino» y «español bilingüe», concepto este último paralelo al de interlecto. En un artículo publicado en 2011, ella postula, de manera más precisa, algunos rasgos que se encuentran únicamente en el «español bilingüe» (2011, pp. 328-329).

      A la propuesta dialectológica de Alberto Escobar, que conforma el capítulo segundo de su influyente libro Variaciones sociolingüísticas del castellano en el Perú, le siguió un capítulo sobre grados de bilingüismo, otro sobre la aceptabilidad de oraciones del castellano andino entre maestros de diferentes regiones educativas del país y, finalmente, una discusión sobre la naturaleza del «castellano de Lima» a partir de un estudio exploratorio sobre actitudes lingüísticas. De este modo, el libro en su conjunto es ilustrativo de la fuerza que iban cobrando, desde finales de la década de 1970, dos enfoques en el estudio del castellano peruano: la atención puesta en el bilingüismo, por un lado, y la «dialectología social», especialmente el estudio de las actitudes hacia las lenguas y variedades, por otro. Terminada la década, surgieron algunos intentos de aplicar los conceptos de la dialectología clásica a áreas geográficas específicas, sobre todo en estudios léxicos como los de Alcocer Martínez (1981 y 1988) sobre la provincia de Canta16, pero el foco ya estaba puesto en un área distinta: el estudio de las relaciones entre el lenguaje y la sociedad, y el fenómeno de las migraciones hacia las principales ciudades de la costa y sus reflejos en el campo lingüístico.

      Expresa bien estas tendencias el trabajo de Rocío Caravedo, desarrollado desde principios de la década de 1980, con un énfasis inicial en la variación social en el uso de distintos segmentos fonético-fonológicos en la ciudad de Lima (Caravedo, 1983, 1987a y 1987b). El artículo que presentó al Manual de dialectología hispanoamericana (Alvar, 1996) sobre el castellano del Perú empieza así:

      En la presentación de los aspectos más relevantes del español del Perú parto de una concepción sociolingüística de la dialectología. Quiero decir que, si bien el objeto de la dialectología es estudiar la variación de una lengua a partir de la coordenada espacial, esta variación no puede ser sino de naturaleza social […]. Parto […] de una concepción amplia de la sociolingüística, según la cual la naturaleza del lenguaje se define como social, independientemente de que la variación se distribuya o no de modo heterogéneo según los grupos sociales. Desde un punto de vista conceptual, en razón de lo dicho, la dialectología es en sí misma de carácter sociolingüístico. Las diferencias que se observan a partir de las áreas geográficas involucran tipos de comunidades, vale decir, tipos