El castellano andino como variedad social
Por lo menos desde el planteamiento de la categoría de interlecto por parte de Alberto Escobar (1975 y 1978), la reflexión sobre el castellano de los Andes adquirió una dimensión social y no solo regional. Dado que el interlecto englobaba, según Escobar, las hablas castellanas que eran resultado de la adquisición del castellano como segunda lengua por parte de hablantes maternos de quechua y aimara, y que la migración había llevado a muchos de estos hablantes fuera del territorio propiamente andino para asentarse en distintas ciudades de la costa y de la selva, era forzoso para él reconocer en esta entidad lingüística un «dialecto social difundido en todas las regiones del país» y no una variedad regional. Asimismo, como, por lo general, los hablantes del interlecto se ubican «en los estratos más deprimidos por la estructura social», Escobar concluía que este conjunto de hablas «viene a ser algo así como la primera y más amplia capa horizontal de la dialectología del castellano del Perú» (Escobar, A., 1978, p. 32). Identificaba, así, dos hechos sociales básicos en la caracterización de esta entidad lingüística: su extensión geográfica y su delimitación social.
Como hemos visto, el interlecto se define también como una variedad transicional e inestable, ya que sus hablantes «se encuentran en proceso de apropiación del castellano» y terminan avanzando hacia formas populares del castellano regional, o bien hacia soluciones cuasicriollas (Cerrón-Palomino, 2003 [1972], p. 28) similares a la «media lengua» descrita por Muysken (1979) para la sierra de Ecuador o incluso hacia «una suerte de semilingüismo» o competencia lingüística insatisfactoria en la segunda lengua (cf. n. 15). Por otra parte, dado que las soluciones a las que llegan los distintos hablantes son comunes, en gran parte normadas por el funcionamiento de una y otra lengua, Escobar concluye que estamos ante «un sistema complejo», en el que se entiende «sistema» como «mucho más que fruto del contraste» entre dos idiomas y como una entidad socialmente compartida. De estas reflexiones surge una suerte de contradicción en la descripción del interlecto, que termina definido a la vez por la transitoriedad y por la fijeza, así como por su estatus de fenómeno social y por el carácter individual de las soluciones lingüísticas que engloba. ¿Se trata de un sistema transitorio, pero de carácter social, compartido por un grupo mayoritario de hablantes, o estamos ante múltiples sistemas individuales en vías de transformación hacia distintos resultados y, por lo tanto, destinados a no encontrar un cauce común que permita englobarlos como una variedad lingüística? ¿Cuál es, pues, finalmente el estatus de esta entidad lingüística? Posteriormente, el concepto sería retomado y elaborado empíricamente por Anna María Escobar (1994) con el término de «español bilingüe», opuesto a su noción de español andino como variedad materna fruto del contacto lingüístico, oposición que desarrollaré posteriormente.
Existe otra dimensión social en la zonificación propuesta por Alberto Escobar. Se trata de la comprobación clave de que los tipos y variedades descritos en la subsección anterior pueden caracterizarse no solo en términos regionales, sino que, además, internamente, muestran una variación debida a la jerarquización social o lo que el autor denomina el «eje vertical». Para abordar este eje, utiliza las categorías de «acrolecto», «mesolecto» y «basilecto», desarrolladas por la investigación inicial sobre lenguas criollas, donde el acrolecto corresponde a las variedades de mayor prestigio, cercanas al estándar, mientras que el basilecto «se ubica entre los usos dialectales del extremo opuesto». Sin embargo, mientras que estos criterios se utilizan para distinguir usos sociales relativos a diferentes rasgos del «español ribereño», en lo que respecta al «español andino», los resultados son más escuetos y se restringen a dos fenómenos lingüísticos: en primer lugar, Escobar encuentra que las vibrantes muestran una variante asibilada generalizada en los diferentes estratos, pero su ensordecimiento y retroflexión ante pausa caracteriza al basilecto. En Arequipa, identifica una realización levemente africada con pérdida de sonoridad en el acrolecto, mientras que en el mesolecto la vibrante asiblidada «recupera toda su resonancia». En segundo término, para el castellano de los Andes norteños, identifica, para todas las capas sociales, un uso generalizado de /ʃ/ en la formación de hipocorísticos y gentilicios, como en Shanti < Santiago y shilico ‘natural de Celendín’ (Escobar, A., 1978, pp. 51-56).
En la década de 1990, Rocío Caravedo analizó con mayor precisión la dimensión social del castellano andino. Desde un enfoque inicialmente variacionista, inscrito en la sociolingüística cuantitativa laboviana, y a partir de los datos recabados para el Atlas Lingüístico Hispanoamericano, esta investigadora detectó que algunos de los rasgos atribuidos a la variedad andina no se distribuían de manera uniforme entre los grupos sociales, entendidos estos ya no solo como estratos verticales en una jerarquía sino, de manera más amplia, también como conjuntos definidos por categorías como edad, género, etnia y redes sociales. El mantenimiento de la oposición entre /ʝ/ y /ʎ/, por ejemplo —el rasgo más importante para distinguir al «tipo 1» (español andino) y el «tipo 2» (español ribereño) de Alberto Escobar— mostraba no solo variantes generacionales, que ya habían sido señaladas por el propio Escobar, sino también una variación individual, pues «se alternan los dos patrones en el habla de un solo informante, lo que revela la progresiva pérdida de la diferencia» (Caravedo, 1996a, p. 157). En cuanto a las vibrantes, Caravedo señalaba que la presencia de la variante asibilada no se encuentra socialmente estratificada en las zonas propiamente andinas, pero añade que el fenómeno tiende a desaparecer cuando los hablantes se trasladan a la capital, pues este rasgo recibe una valoración social negativa (Caravedo, 1996a, p. 160). De este modo, el tomar en cuenta las consecuencias de la migración puede cambiar dramáticamente la caracterización de un rasgo como prototípico de una variedad. Ello llevará a esta autora a proponer una distinción entre «modalidades originarias» y «modalidades derivadas» del castellano en el Perú; entre las segundas estarían las configuradas a partir del fenómeno migratorio (Caravedo, 1996b).
Una segunda manifestación del carácter social de la variedad andina, según el trabajo de Caravedo, es la valoración relativa que recibe este tipo de castellano en las grandes ciudades de destino de la migración, especialmente Lima. En la ciudad capital, Caravedo encontró que las «modalidades originarias» son estratificadas de manera distinta por el grupo receptor limeño. En esta jerarquía, el español costeño se sitúa en el rango más alto, el amazónico en un lugar bajo, pero sin sobrepasar a la variedad andina, que ocupa el extremo inferior. La investigadora sostuvo que esta afirmación se basó en encuestas desarrolladas en diferentes etapas de la investigación realizada sobre el castellano del Perú para el Atlas Lingüístico Hispanoamericano (sería importante conocer las características del procedimiento, así como el detalle de los resultados cuantitativos). Una precisión es fundamental: cuando se propuso al grupo evaluador costeño jerarquizar una muestra de habla costeña popular frente al habla andina de una persona «con grado sociocultural superior al limeño», la primera siempre obtuvo una valoración más positiva. Esto llevó a la investigadora a concluir que el factor más importante para la diferenciación social a través de la variación lingüística es el geográfico o dialectal, antes que el educativo o el socioeconómico. De este modo, «[l]a diferencia espacial por sí misma actúa de indicador social en la situación de contacto de variedades en la capital» (Caravedo, 1996b, pp. 497-498).
Otro autor que ha trabajado sobre la dimensión social de la variación lingüística en el castellano andino es Juan Carlos Godenzzi. Concentrándose en la ciudad de Puno, tal como Cutts a inicios de la década de 1970, Godenzzi encuentra diferencias entre grupos sociales en distintos aspectos fonético-fonológicos, morfosintácticos y léxicos a partir de un corpus de setenta horas de entrevistas libres, con colaboradores que fueron ubicados en un «campo de posiciones sociales» según su origen étnico, movilidad geográfica, nivel económico y «capital escolar» (Godenzzi, 1987). En su trabajo —que, tal como el de Caravedo, toma muy en cuenta la migración—, Godenzzi determina que la variable étnica desempeña un papel clave en la distribución social de los hechos lingüísticos estudiados, pues la distinción más importante se observó entre residentes en Puno «“venidos de fuera”, los pequeños mistis de tradición