Filosofía de la educación. Carlos Rojas Osorio. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Carlos Rojas Osorio
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789587149432
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      En el primer grado de abstracción la inteligencia separa (o abstrae) las cosas de la materia individual. Las cosas existen individualmente, pero además existen en la unidad real de materia y forma, como había explicado Aristóteles. En el proceso de abstracción captamos la forma de las cosas sin su materialidad. Dejamos de lado las características individuales de las cosas y reparamos solo en las características comunes o universales. Así, todos los cuerpos tienen extensión, masa, forma o figura. Estas cualidades son percibidas por los sentidos. Prescindimos de la materia individual, pero atendemos a la materialidad de todo cuerpo. En este nivel de abstracción se ubican las ciencias de la naturaleza y la filosofía de la naturaleza. Son las ciencias de lo directamente material, aunque no individualizado.

      En el segundo grado de abstracción la inteligencia pasa a otro nivel de profundidad. Ahora prescindimos de las cualidades sensibles de las cosas y retenemos solo su aspecto cuantitativo. La cantidad que hemos obtenido es un puro valor formal, no físico; es el número y las formas geométricas. En este nivel de abstracción se ubican las ciencias matemáticas. En el primer grado de abstracción todavía necesitamos la cooperación de los sentidos; en cambio, en el segundo se trata de un conocimiento más inteligible que sensible. En este nivel el objeto es conocido por la inteligencia como algo cuantificable, divisible, mensurable y numerable.

      En el tercer grado de abstracción prescindimos de lo sensible y de lo cuantitativo, pero aún queda algo. Queda el objeto como ser, como existencia, como sustancia. Retenemos la idea trascendental de los seres, el hecho de ser y su esencia. Es en este grado último de abstracción donde podemos averiguar por el ser en cuanto ser. No ya el ser material o sensible, ni cuantitativo, sino el carácter de ser y de ser algo. En este tercer grado de abstracción se ubica la metafísica, la cual no estudia un ser determinado (ni lo sensible, ni lo vivo, ni lo humano), sino lo que es común a todo ser. Aristóteles incluyó también en la metafísica el estudio de un ser especial: Dios. La metafísica aristotélica, como también la tomista, es por ello ontoteología, como bien ha dicho Heidegger.

      El maestro, o sobre la educación

      En todo ser humano hay un germen de ciencia. Los primeros principios son razones seminales, y

      cuando de estos conocimientos universales la mente es conducida a que conozca en acto lo particular, lo que antes era conocido sólo en potencia y de un modo casi universal, es cuando se dice que alguien logra saber.54

      El saber preexiste en quien aprende como una potencia activa (no solo pasiva). Esto se muestra por el hecho de que un ser humano puede adquirir el saber por sí mismo.

      Tomás de Aquino distingue entre saber por invención y saber por enseñanza: el saber por invención ocurre cuando la razón llega por sí misma al conocimiento, mientras que el saber por enseñanza se da cuando la razón es ayudada desde el exterior. El arte actúa de modo análogo a la naturaleza: “El que enseña conduce al otro a saber lo desconocido, tal como alguien mediante la invención, se conduce a sí mismo al conocimiento de lo desconocido”.55 La enseñanza se hace por medio de signos, es decir, por medio del proceso discursivo de la razón. De este modo un ser humano enseña a otro, y “es su maestro”.

      Igualmente, el saber se hace por demostración, la cual parte de principios evidentes (lo contrario de esto sería una opinión). Lo que se sigue de los principios primeros es cierto. El conocimiento de los primeros principios es una luz que Dios infunde en nosotros; por eso se puede decir que Dios enseña y es nuestro maestro (con la diferencia de que Dios enseña en lo interior, y el hombre en lo exterior). Conocemos por el proceso demostrativo, que parte de los principios evidentes; el signo es solo un medio de conocimiento. “El conocimiento de los principios y no el de los signos, es el que produce en nosotros la ciencia de las conclusiones”56 (esta es una tesis que habíamos constatado en San Agustín). Según Tomás de Aquino, la enseñanza se hace a partir de un saber preexistente, y de ahí se crea en el discípulo un saber semejante al del maestro. El maestro ayuda a la luz de la razón a perfeccionarse, “mediante lo que exteriormente se propone”.57

      En cuanto a la sabiduría, para Tomás de Aquino esta consiste en la posesión de las formas inteligibles. El maestro describe las formas inteligibles mediante signos (las palabras), y el discípulo las recibe por medio de la enseñanza. El entendimiento agente acoge esos signos y los descubre al entendimiento posible:

      El hombre que exteriormente enseña no infunde la luz inteligible, sino que es causa, en cierto modo, de la especie inteligible, en cuanto que nos propone algunos signos de las intenciones inteligibles, que nuestro entendimiento recibe de aquellos signos y los guarda en sí mismo.58

      Es necesario que el maestro ame al discípulo, lo cual es fundamental en el desarrollo de la vida del estudiante. Se trata del amor de benevolencia o amor de amistad.59 El maestro es amigo del discípulo (socius carissimus). Para ello es necesario formar a los maestros, y no solo instruirlos. La educación es comunicación del saber, pues el conocimiento no es propiedad privada de nadie y el saber pertenece a todos. Su discípulo Guillermo de Tocco nos dice que Tomás enseñaba con cerebro y corazón:

      Con cerebro dio a entender con profundidad, claridad, orden, brevedad, fuerza integradora, con un “modus discendi compendiousus, apertus, et facilis”. Enseñar con el corazón desde el amor de benevolencia. Así lo describe G. de Tocco: “Penetración para comprender, capacidad para retener, método y facilidad para aprender, sagacidad para interpretar, y gracia abundante para expresarse”.60

      El maestro enseña a pensar y razonar. “El discente tiene que ser activo y digerir lo oído, creando y aplicando vitalmente lo que oye y crea. Con ello, el de Aquino se hizo eco del aforismo educativo: Non schola, sed vitae”.61 Como para San Agustín, el modelo del maestro y del discípulo es para Tomas de Aquino el maestro por excelencia: Jesús, “Maestro interior que ilumina al exterior”.62 La luz del espíritu divino se derrama sobre el maestro. El maestro debe practicar las virtudes intelectuales que Tomás aprendió de la ética de Aristóteles: Inteligencia, o intuición de los primeros principios; Ciencia, o hábito de las conclusiones que se siguen de los principios; Sabiduría, que juzga los primeros principios. Entre las virtudes éticas, la justicia es la virtud fundamental de la convivencia social. Y la educación debe hacerse en la justicia y por la práctica de la convivencia social. Decir la verdad es un principio ético de la educación.

      Tomás de Aquino distingue la mera curiosidad, que busca descubrirlo todo, de la studiositas, el estudio ordenado y prudente. Además, el aprendizaje debe ser tan alegre que parezca un juego; Tomás denominó a esto último eutrapelia, que significa jovialidad. Cuando la educación no es jovial, es agreste y desagradable (duri et agrestes).

      El maestro es un agente artificial unívoco que se limita a ofrecer al discípulo la materia de la ciencia dispuesta de tal manera que el discípulo pueda elaborar la ciencia por sí mismo, utilizando la luz de su intelecto.63

      Conclusiones

      Tomás de Aquino define un equilibrio nuevo entre razón y fe. Las verdades supremas que deben ser enseñadas ya se conocen por revelación divina; estas verdades conciernen a la salvación del alma. A la inteligencia humana concierne el conocimiento de la esencia de las cosas del mundo sensible. Y en ese conocimiento del mundo empírico la razón y los sentidos pueden desenvolverse libremente. Desde luego, no puede haber contradicción porque en última instancia Dios es el autor de ambas formas de la verdad, la que viene de la fe y la que viene de la razón. Como en Agustín, el maestro interior sigue siendo el divino maestro, el principal; pero Tomás de Aquino concede mayor importancia al educador humano que la que le concede el obispo africano. Si hay un mundo sensible que la inteligencia y la experiencia puede conocer, también hay una tarea educativa que el maestro despliega en ese amplio orbe del conocimiento humano.

      La filosofía escolástica continuó su desarrollo y se enseñaba en las universidades europeas de la época. Pero poco a poco tiende al estancamiento y a las meras disputas verbales sin calar en el enigma de las cosas. Duns Scoto y Guillermo de Ockham mantuvieron vivo el espíritu creativo, pero el nominalismo ockhamista hace cada vez más mella en la ya encanecida escolástica. El rey Luis XI prohíbe

      en 1474 la enseñanza de los modernos, que son los nominalistas.