Los hermanos Karamázov. Федор Достоевский. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Федор Достоевский
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9782377937080
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demasiado considerado consigo mismo.

      Desde el primer momento el stárets le desagradó. De hecho, había algo en su rostro que podía disgustar a mucha gente, no solo a Miúsov. Era un hombrecillo bajo, encorvado, con las piernas muy débiles, que no pasaba de los sesenta y cinco años, pero que, a raíz de la enfermedad, parecía bastante más viejo: aparentaba, por lo menos, diez años más. Toda la cara, muy enjuta, por cierto, estaba recorrida por diminutas arrugas, especialmente abundantes en torno a los ojos. Éstos eran más bien pequeños, claros, vivos y brillantes, como dos puntos luminosos. Apenas conservaba unos cabellos grises en las sienes; tenía la barba muy pequeña y rala, en cuña, y los labios, a menudo sonrientes, eran finos como dos hilos. La nariz no era larga, precisamente, sino afilada, igual que el pico de un pájaro.

      «Todo indica que se trata de un alma malvada, de una arrogancia mezquina», pensó fugazmente Miúsov. En general, se sentía a disgusto.

      Un reloj dio la hora, y eso los animó a iniciar la conversación. Era un reloj de pesas, pequeño y barato, y dio las doce en punto, con un toque vivo.

      –Es exactamente la hora en punto —exclamó Fiódor Pávlovich—, y mi hijo Dmitri Fiódorovich sin venir. ¡Pido disculpas en su nombre, sagrado stárets! —Aliosha se estremeció al oír ese «sagrado stárets»—. Yo, en cambio, siempre soy puntual, como un clavo, tengo muy presente que la puntualidad es la cortesía de los reyes[32]

      –Pero es que usted no es rey, precisamente —murmuró de inmediato Miúsov, sin poder contenerse.

      –Pues sí, es verdad, no soy rey. Y figúrese, Piotr Aleksándrovich, eso lo sabía hasta yo, ¡le doy mi palabra! ¡Si es que nunca atino! ¡Reverendo padre! —exclamó con énfasis repentino—. Está usted delante de un bufón, ¡un auténtico bufón! Así me presento. ¡Ay, es una vieja costumbre! Pero, aunque mienta a veces sin venir a cuento, lo hago con la intención de divertir y de ser agradable. Conviene ser agradable, ¿a que sí? Hará unos siete años, llegué a una población donde tenía unos asuntillos y había montado una pequeña compañía con unos mercachifles. Vamos a ver al isprávnik[33], porque había que pedirle alguna cosa y tocaba invitarlo a comer. Total, que sale el isprávnik, un hombre alto, gordo, rubio y mal encarado; en esas situaciones, esos tipos son los más peligrosos: el hígado, es cosa del hígado. Me dirijo a él, ya sabe, con mi desenvoltura de hombre de mundo: «Señor isprávnik, sea usted nuestro Nápravník[34], por así decir». «¿De qué Nápravník me habla?», pregunta. Me di cuenta, en medio segundo, de que la cosa no pintaba bien; aquel tipo estaba muy serio, pero yo seguía en mis trece: «Solo era una broma, quería alegrar a todo el mundo; es que el señor Nápravník es un famoso director de orquesta ruso, y justamente lo que necesitamos, para la armonía de nuestra empresa, es una especie de director de orquesta»… Vamos, que creo que me expliqué bien e hice una comparación adecuada, ¿verdad? Pues va el otro y me dice: «Perdone, pero yo aquí soy el isprávnik y no voy a consentir que nadie haga chistecitos con mi cargo». Dio media vuelta y se marchó. Y yo seguí gritando: «Sí, sí, es usted el isprávnik, ¡nada que ver con ese Nápravník!». «No —me contesta—. Si lo dice usted, seré Nápravník.» Figúrese, ¡todo el negocio se fue al garete! Y siempre estoy igual, siempre. ¡No hago más que perjudicarme a mí mismo con mi amabilidad! ¡No falla! Una vez, hace ya muchos años, le decía yo a un individuo que tenía cierta influencia: «Hay que tener mucho tacto con su mujer»; en el mejor sentido, claro está, en referencia a sus cualidades morales. Pues él va y me suelta: «¿No la habrá tocado usted?». No me pude contener; de repente, pensé: «Venga, vamos a ser amables», y le dije: «Sí, señor, la he tocado». Él a mí sí que me tocó… El caso es que hace ya mucho de eso, así que no me da vergüenza contarlo; pero ¡siempre me estoy perjudicando!

      –Justo lo que está haciendo en este instante —murmuró Miúsov con repugnancia.

      El stárets los estaba observando en silencio, al uno y al otro.

      –¡Por lo visto! Figúrese que eso también lo sabía, Piotr Aleksándrovich, y he tenido incluso el presentimiento de que iba a hacerlo en cuanto me he puesto a hablar, y hasta, ¿sabe una cosa?, he presentido que sería usted el primero en advertírmelo. En estos momentos, cuando estoy viendo que la broma no me sale bien, reverendo padre, los dos carrillos empiezan a secárseme por la parte de las encías inferiores, casi como si tuviera un espasmo; ya me pasaba de joven, cuando vivía de gorra en las casas de los nobles y me ganaba el pan a su costa. Yo soy un bufón de pura cepa, de nacimiento, me pasa como a esos yuródivye, reverendo padre; no niego que pueda haber en mí un espíritu impuro, si bien, en todo caso, de poco calibre: uno más importante habría escogido otra morada, aunque nunca la suya, Piotr Aleksándrovich, pues tampoco es usted una morada importante. Yo, pese a todo, creo en Dios. Solo en los últimos tiempos me han venido las dudas, pero ahora estoy esperando palabras magnificentes. Yo, reverendo padre, soy como el filósofo Diderot. Acaso sepa, reverendo padre, cómo se presentó Diderot el filósofo ante el metropolitano Platón[35], en tiempos de la emperatriz Catalina. Entra y le suelta sin más: «Dios no existe». Al oírlo, el gran prelado levanta el dedo y le responde: «¡Afirma el insensato que no hay Dios en su corazón!». Y aquél, de pronto, se arroja a sus pies, gritando: «Creo, y acepto el bautismo». Y lo bautizaron allí mismo. La princesa Dáshkova[36] fue la madrina, y Potiomkin[37] el padrino…

      –¡Fiódor Pávlovich, esto es intolerable! Usted sabe muy bien que está mintiendo y que esa estúpida anécdota es falsa. ¿Por qué se pone tan pesado? —protestó Miúsov con voz temblorosa, fuera ya de sí.

      –¡Toda la vida he presentido que era falsa! —exclamó con emoción Fiódor Pávlovich—. Pero yo, señores, voy a contarles toda la verdad; ¡perdóneme, gran stárets! Lo último, lo del bautismo de Diderot, me lo acabo de inventar, en este mismo instante, según lo iba contando; es la primera vez que se me ocurre. Lo he añadido para darle más color. Precisamente por eso me hago el interesante, Piotr Aleksándrovich, para resultar más simpático. Aunque la verdad es que a veces ni yo mismo sé por qué. En cuanto a Diderot, eso de «afirma el insensato» se lo habré oído contar veinte veces a los terratenientes de por aquí, viviendo con ellos cuando era joven; también a su tía, Piotr Aleksándrovich, a Mavra Fomínishna, se lo oí contar, por cierto. Toda esa gente sigue convencida, hoy, de que el impío Diderot vino a ver al metropolitano Platón para discutir acerca de Dios…

      Miúsov se levantó: no solo había perdido la paciencia, sino que parecía fuera de sí. Estaba furioso, y era consciente de que así se ponía en evidencia. Realmente, en la celda estaba sucediendo algo inconcebible. En esa misma celda, desde hacía cuarenta o cincuenta años, ya en los tiempos de los anteriores startsy, se solía recibir a los visitantes, pero éstos acudían siempre con profundísima veneración, no de otro modo. Casi todos los admitidos, al entrar en la celda, comprendían que se les estaba haciendo un enorme favor. Muchos se postraban de rodillas y no se levantaban en toda la visita. Muchos de los más «altos» personajes, muchos también de los más sabios, y hasta algunos librepensadores, que llegaban movidos por la curiosidad o por cualquier otra razón, al entrar en la celda en compañía de otra gente o al recibir una audiencia a solas, se imponían como primera obligación, todos sin excepción, la de mostrar un profundísimo respeto y consideración a lo largo de toda la entrevista, tanto más cuanto que allí no se exigía ningún dinero, sino que todo era cuestión de amor y de bondad, por una parte, y, por otra, de arrepentimiento y de deseo de resolver algún complicado dilema del alma o algún trance difícil en la vida del propio corazón. De manera que las bufonadas de Fiódor Pávlovich, que no mostraba ninguna consideración al lugar en el que se encontraba, suscitaron en los presentes, al menos en algunos de ellos, perplejidad y estupor. Los hieromonjes, sin alterar su semblante lo más mínimo, estaban muy pendientes de lo que pudiera decir el stárets, pero parecían dispuestos a levantarse en cualquier momento, como Miúsov. Aliosha estaba de pie, con la cabeza gacha, a punto de echarse a llorar. Le parecía muy raro que su hermano Iván Fiódorovich,


<p>32</p>

L’exactitude est la politesse des rois: frase atribuida al monarca francés Luis XVIII (1755-1824).

<p>33</p>

Jefe de policía de distrito (uiezd, en ruso) en la Rusia zarista.

<p>34</p>

Eduard Nápravník (1839-1916), compositor y director de orquesta checo, si bien desarrolló la mayor parte de su carrera en Rusia, fundamentalmente en San Petersburgo.

<p>35</p>

Platón (Piotr Gueórguievich Levshin, 1737-1812), arzobispo metropolitano de Moscú.

<p>36</p>

La princesa Yekaterina Románovna Vorontsova-Dáshkova (1743-1810) fue una destacadísima figura de la Ilustración rusa; entre otras cosas, dirigió la Academia Imperial de las Ciencias y las Artes y fue la primera presidenta de la Academia Rusa, fundada en 1783.

<p>37</p>

Grigori Aleksándrovich Potiomkin (1739-1791), estadista y militar ruso, amante de Catalina II.