Al parecer, un suceso que impresionó vivamente a Aliosha fue la llegada de sus dos hermanos, a quienes no había conocido hasta entonces. Con su hermano Dmitri Fiódorovich, a pesar de ser el último en llegar, se entendió antes y mejor que con su otro hermano (de padre y madre), Iván Fiódorovich. Aliosha había mostrado un enorme interés en conocer a su hermano Iván, pero el caso es que éste llevaba ya dos meses viviendo allí y, a pesar de que se veían con bastante frecuencia, seguían sin intimar: Aliosha era poco hablador y parecía estar siempre esperando algo, avergonzado por algo, mientras que Iván, cuyas largas y curiosas miradas advirtió al principio su hermano, pronto dejó incluso de pensar en él. Aliosha se dio cuenta con cierta turbación. Atribuyó el desinterés de Iván a la diferencia de edad y, en particular, de formación. Pero también pensó otra cosa: tan escasa curiosidad e interés por él tal vez obedeciera, en el caso de Iván, a alguna circunstancia de la que no tenía noticia. Tenía siempre la vaga sensación de que Iván estaba ocupado en algún asunto importante, estrictamente personal, de que deseaba a toda costa alcanzar algún fin, presumiblemente alguno muy difícil, y que por eso mismo no tenía tiempo para estar pendiente de él, y ésa debía ser la única causa de que lo mirara con aire distraído. También se preguntaba Aliosha si no habría cierto desprecio por el cándido novicio por parte del ateo bien informado. Sabía perfectamente que su hermano era ateo. Aliosha no podía sentirse ofendido por tal desprecio, si es que existía, pero de todos modos esperaba, con un desasosiego que ni él mismo acertaba a explicarse, que su hermano intentase un mayor acercamiento. El otro hermano, Dmitri Fiódorovich, se refería a su hermano Iván con el más profundo de los respetos, hablaba siempre de él con especial veneración. Con su ayuda conoció Aliosha todos los detalles del importante asunto que había unido en los últimos tiempos a sus dos hermanos mayores, creándose entre ellos un vínculo tan estrecho como llamativo. Las entusiastas manifestaciones de Dmitri en relación con su hermano Iván resultaban especialmente significativas para Aliosha, teniendo en cuenta que, en comparación con Iván, Dmitri era un hombre escasamente instruido y que, puestos el uno al lado del otro, formaban una pareja tan opuesta, lo mismo en personalidad que en carácter, que seguramente habría sido imposible imaginar a dos individuos menos parecidos.
Precisamente en aquel tiempo se celebró la entrevista o, mejor dicho, la reunión de todos los miembros de esa familia mal avenida en la celda del stárets, reunión que ejerció una extraordinaria influencia sobre Aliosha. El pretexto fue, en realidad, una falacia. Las discrepancias entre Dmitri Fiódorovich y su padre, Fiódor Pávlovich, con respecto a la herencia y la valoración de los bienes habían llegado por entonces, al parecer, a un punto insostenible. Sus relaciones se habían deteriorado y se habían vuelto insoportables. Fue Fiódor Pávlovich quien, por lo visto, había dejado caer, medio en broma, la idea de que deberían reunirse todos en la celda del stárets Zosima y, aun sin recurrir a su mediación directa, llegar a pesar de todo a alguna fórmula de entendimiento más aceptable, ya que además la dignidad y la personalidad del stárets podrían ejercer cierta influencia conciliadora. Dmitri Fiódorovich, que nunca había estado con el stárets y ni siquiera lo había visto, pensó, naturalmente, que lo que querían, en cierto modo, era intimidarlo con su presencia; pero, como él mismo se reprochaba, en su fuero interno, sus frecuentes salidas de tono, especialmente destempladas, en las discusiones que venía teniendo con su padre en los últimos tiempos, aceptó la invitación. Conviene señalar, por cierto, que Dmitri no residía en casa de su padre, como Iván Fiódorovich, sino que vivía por su cuenta, en el otro extremo de la ciudad. Se dio la circunstancia de que Piotr Aleksándrovich Miúsov, que se encontraba por aquel entonces entre nosotros, secundó con particular entusiasmo la idea de Fiódor Pávlovich. Aquel liberal de los años cuarenta y cincuenta, librepensador y ateo, ya fuera por aburrimiento, ya por un frívolo afán de diversión, desempeñó un papel excepcional en este asunto. De pronto sintió deseos de ver el monasterio y conocer al «santo». En vista de que continuaban sus viejos litigios con el monasterio y aún se arrastraba el pleito relativo al deslinde de sus respectivas propiedades, así como a ciertos derechos de tala en el bosque y de pesca en el río y esa clase de cosas, se apresuró a declarar, valiéndose de ese pretexto, que él también desearía llegar a un acuerdo con el padre higúmeno[27]: ¿no sería posible poner fin de forma amistosa a sus diferencias? Como es natural, a un visitante con tan nobles intenciones podrían recibirlo en el monasterio más atentamente, con más deferencia, que a un simple curioso. Es posible que, en virtud de todas estas consideraciones, en el monasterio procuraran apremiar al stárets enfermo, que en los últimos tiempos apenas abandonaba su celda y hasta se negaba a recibir, a causa de su enfermedad, a los visitantes habituales. En definitiva, el stárets dio su consentimiento y se señaló una fecha. «¿Quién me puso por juez o partidor sobre vosotros?»[28], se limitó a decirle a Aliosha, con una sonrisa.
Al enterarse de la entrevista, Aliosha se sintió muy confuso. Si había alguien entre los litigantes, entre quienes participaban en la disputa, que pudiera tomarse en serio aquella reunión, ése era, sin duda, su hermano Dmitri y solo él; los demás acudirían con propósitos frívolos y hasta puede que ofensivos para el stárets; así era como lo veía Aliosha. Su hermano Iván y Miúsov irían movidos por la curiosidad, acaso de lo más zafia, y su padre, probablemente, en busca de alguna escena chusca y teatral. Oh, sí, Aliosha, aunque no decía nada, ya conocía bastante a fondo a su padre. Insisto en que este muchacho no era ni mucho menos tan ingenuo como se creía. Esperó con angustia la llegada del día señalado. Indudablemente, deseaba de todo corazón que todas aquellas desavenencias familiares se zanjaran de un modo u otro. No obstante, estaba aún más inquieto por el stárets: temblaba pensando en él, en su fama, temía las posibles ofensas, especialmente las burlas sutiles y corteses de Miúsov y las orgullosas reticencias del docto Iván; así se imaginaba él el encuentro. Quiso incluso correr el riesgo de prevenir al stárets, de comentarle algo acerca de las personas que podían presentarse, pero, después de pensárselo, no dijo nada. Tan solo la víspera del día señalado hizo saber a Dmitri, a través de un conocido, que lo quería mucho y que esperaba de él que cumpliera lo prometido. Dmitri se quedó pensativo, pues era incapaz de recordar que le hubiera prometido nada; se limitó a responderle por carta, asegurando