David me quita la cinta con cuidado de no herir mi piel, toca mi cara con suavidad en el proceso.
—Antes de comenzar, quiero que me veas a los ojos y que trates de confiar en mí —suplica—. Mi único propósito es que descubras la verdad de lo que eres, Aaron. No soy malvado.
—Por supuesto que lo eres. Me trajiste aquí contra mi voluntad, me ataste, me amordazaste y…
Ante mi renuencia, él toma mi cara entre sus manos y me obliga a verlo a los ojos. Intento resistirme al comienzo, pero acabo mirándolo sin más.
Definitivamente, hay algo extraño en su mirada.
Tal vez se deba al calor del ambiente. Quizás es la proyección digital de las montañas nevadas de la pared o la sensación de estar en un lugar diferente y mejor que Arkos. Puede que no se trate de nada excepto de la adrenalina y de la excitación de lo prohibido; pero en sus iris pardos percibo algo novedoso y especial. Nunca vi los ojos de otro hombre de una forma tan íntima como esta, tampoco imaginé que hacerlo me provocaría tantas reacciones controvertidas. Me siento acalorado en niveles que me avergüenzan. ¿Por qué sentirlo de cerca me causa estas incómodas sensaciones? Y la pregunta más inquietante: ¿Por qué una parte de mí no quiere apartarse de su mirada?
Tal vez, por más que parezca absurdo, con él experimento algo que nunca logré sentir con otra persona: una conexión.
David mira mis labios, y yo veo los suyos. Están hinchados por causa del golpe que les proferí.
Él se acerca con lentitud y me hace volver de golpe a la realidad.
—¿Qué demonios haces? ¡Aléjate!
—Lo siento, yo… creí que, yo…
Se aleja con las mejillas enrojecidas. Creo que las mías también lo están. Aunque me cueste, debo admitir que me gustó caer hipnotizado por su mirada. Todo parecía diferente. No había enfermedad. No había peligro. No había futuro.
Todo era el presente… pero solo por un instante.
—No vuelvas a hacer eso —exijo.
—¿Hacer qué? —Esboza una sonrisa desafiante.
—No te acerques a mí. No creas que soy como tú.
Su sonrisa desaparece, no me importa. No quiero ser como él. No quiero una miserable vida como la suya. Pronto seré curado.
—No te preocupes, no tengo intenciones de volver a tocarte. —David se vuelve a sentar. Puedo notar que está dolido.
—¿No vas a desatarme?
—Aún no, debo asegurarme de que esta vez sí oirás lo que te quiero decir.
—Como sea —resoplo, cansado de esta insufrible situación.
Él pasa sus manos por la cara.
—No sé por dónde empezar.
—Comienza por revelarme en dónde estoy —le sugiero.
Duda por algunos segundos. Sostiene mi mirada y se dispone a hablar:
—Estás en el Sector G.
CAPÍTULO 6
Alicia
Estoy volando.
Me elevo sobre un mar tan vasto y azul como el cielo. Lluvia cae contra mi cuerpo y, en vez de afectar mi vuelo, hace que me sienta plenamente viva y liberada.
Estoy volando como un ave real, no como una robótica.
Sobrevuelo Sudamérica. Luce sobrecogedora y llena de vida, diferente a cómo la describen los archivos históricos admitidos por el gobierno. Veo selvas, montañas y llanuras; ríos, mares, lagos y bosques; ciudades, pueblos, casas y edificios…
De un segundo a otro, veo gente. Ancianos con arrugas en todo su cuerpo y sonrisas igual de bellas que sus rasgos. Niños que corren de un lado a otro, demasiado contentos para preocuparse de lo que sucede en el mundo. Hombres y mujeres amándose en completa libertad que me demuestran que el cariño es más que una posesión o una obligación.
Soy libre por primera vez. Puedo ser feliz aquí.
El entorno cambia en un abrir y cerrar de ojos: la gente muere y cae en las calles como dominós. Lloran. Corren. El pánico es evidente. No pueden escapar.
Yo tampoco.
Me siento enferma. Toso sangre. Mi cuerpo pesa, me cuesta mantener el vuelo, mi visión se torna borrosa y sudo por todas partes. Algo resplandece en el horizonte: Arkos, el gran refugio de la humanidad. Mi salvación.
La nación se aleja cada vez más a medida que avanzo. Luce inalcanzable ahora que estoy perdiendo las esperanzas de salvarme.
De la nada, pesadas cadenas amarran mis piernas y me arrastran a la superficie con rapidez.
Voy a morir.
Mi llama se apaga.
No soy un ave libre o feliz…
Soy un ave en extinción.
Despierto de golpe, sobresaltada. Ya no vuelo sobre Sudamérica; me encuentro en una minúscula habitación de iluminación tenue y paredes derruidas. Intento ponerme de pie para averiguar en dónde estoy, pero un dolor punzante en la nuca me obliga a recostarme de regreso sobre la cama bajo mi cuerpo.
Miro a mi alrededor. Oigo pasos fuera de la habitación. Una puerta se abre y un joven desconocido entra en el cuarto: tiene un cuerpo fornido y la tez morena. Dos cejas pobladas dominan su frente y le brindan un aspecto rudo y atractivo a la vez.
El chico trae una bandeja de metal un tanto oxidada en sus manos. Esboza una sonrisa al encontrarme despierta.
—Te traje algo de comer. Solo tenía pan integral y suplementos alimenticios, pero será sufi…
—¿Quién eres? —lo interrumpo—. ¿Dónde estoy?
—Estás en el Sector G.
Los hechos retornan de golpe a mi mente: el viaje desde Athenia a Esperanza, el trayecto en taxi hasta la entrada del G, los hombres grotescos que quisieron abusar de mí —recordarlo me provoca náuseas— y el heroico rescate en manos del sujeto que tengo en frente.
—Eres Cristián —anuncio.
Otra débil sonrisa se dibuja en su rostro serio.
—Y tú Alicia.
Asiento. Él me extiende una mano y la estrecho con gusto. No puedo evitar sonreír. Cristián me salvó de sufrir una de las experiencias más repugnantes que podría haber vivido, y puede que haya salvado mi vida de una muerte horrorosa.
—Muchas gracias —le digo.
Parece adivinar a qué me refiero. Se limita a sonreír otra vez como respuesta.
—Deberías comer un poco —sugiere.
—Ahora que lo dices, muero de hambre. —Intento reír, pero el dolor de la contusión me lo impide.
Llevo una mano a mi cabeza: un gigantesco chichón sobresale en mi nuca. Duele incluso con el efímero contacto de mis dedos.
—También traje pastillas antiinflamatorias —informa Cristián.
Mi cuerpo entero podría gritar de alivio. Cristián acerca la bandeja a un mueble que está junto a la cama, sobre el que se encuentra mi teléfono. Lo quito para que pueda dejar la comida; noto en ese momento que el material de la superficie es extraño.
—¿Es