Prohibidos. Matías García. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Matías García
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013133
Скачать книгу
es casi veinte años mayor que yo, luce tan galante y jovial como Carlos. Pensar que tengo en frente a uno de los encargados de hacer cumplir el sistema de reproducción obligatoria me produce un inevitable rechazo. Él será mi suegro en el futuro, y aún no logro confiar del todo en sus discutibles actitudes.

      —¿Vas de salida? —pregunta—. Creí que pasarías la noche con Carlos.

      —Él está de compras en Libertad, nos encontraremos allí. Señor Scott, ¿podría alguno de sus pilotos llevarme a la ciudad en aeromóvil?

      —Claro. José está en la entrada, dile que le he ordenado llevarte a donde sea que vayas.

      —Muchas gracias. —Sonrío con timidez.

      El señor Scott es de ese tipo de personas capaces de intimidar solamente con la mirada. Percibo que esconde maldad y ambición bajo su faceta de hombre carismático. Pasar tanto tiempo con esta familia me ha servido para descubrir verdades que los demás habitantes de la nación ni siquiera imaginan.

      Recuerdo el atentado de hace horas en el Congreso. Aprovecho el encuentro con el gobernador para preguntar al respecto.

      —Señor Scott, quería saber…

      —Alicia, ya te he dicho que puedes llamarme Abraham —interrumpe—. Tienes la mayoría de edad, y pronto seré tu suegro.

      —Disculpe, se… Abraham. Aún no me acostumbro.

      —Ya lo harás. —Me sonríe con lo que adivino como malicia—. ¿Qué es lo que deseas saber?

      —Quiero saber sobre el atentado del Congreso.

      La expresión cordial de su rostro se esfuma en un parpadeo.

      —Todo está bajo control —afirma—. No hay nada de qué preocuparse.

      —No quiero sonar pesimista, pero no ocurrían atentados terroristas desde hace más de diez años. Me preocupa que vengan más preparados que antes.

      —Si pudimos controlarlos entonces, ¿qué te hace pensar que no lo haremos ahora? —Enarca una ceja—. Alicia, nuestro gobierno puede controlarlo todo. Confía en tus gobernadores. Podemos ser un poco duros y crueles en el acto, pero la seguridad de nuestro país es lo primordial para nosotros. Haremos lo que esté a nuestro alcance con el fin de mantener la paz en la nación, así tengamos que usar la fuerza extrema.

      «La fuerza extrema». No me gusta el tono con el que pronuncia esas palabras.

      —Si me disculpas, hay un grupo de caballeros esperándome en la sala de juegos —dice con una sonrisa obviamente forzada—. Te veré luego.

      Me guiña un ojo y se pierde en el pasillo. Me siento intimidada a más no poder. Desearía no tener relación alguna con él.

      Nunca podré confiar en Abraham Scott.

      —Llévame a Esperanza, por favor.

      José, chofer y piloto de la familia Scott, realiza unos cuantos ajustes en el aeromóvil antes de despegar.

      —¿A Esperanza? —inquiere, ceñudo—. Con todo respeto, ¿no cree que es tarde para viajar tan lejos a solas?

      —No te preocupes, tengo amigos esperándome. —Intento sonar convincente—. Carlos también estará. Tú sabes: fiesta en la costa, cosas de jóvenes.

      —Entiendo. —José ríe y eleva el aeromóvil.

      Abandonamos los campos cercanos a Athenia y sobrevolamos Libertad. La gran Ciudad se ve mucho más impresionante desde las alturas que en tierra. Las luces de los edificios y de los rascacielos lo iluminan todo en cientos de colores brillantes y de neón, y algunas de las edificaciones poseen gigantescas proyecciones holográficas y en 3D que muestran anuncios de empresas, de corporaciones y de productos varios.

      Hay algunas aeronaves volando por el cielo nocturno. A diferencia del día, la noche arkana es colorida y pintoresca. No obstante, con las decenas de patrullas protectoras que vigilan, que controlan y que recorren las calles, casi nadie sale de sus casas por la noche. El último toque de queda fue revocado hace siete años y, como nadie quiere uno nuevo, la gente en nuestro país opta por salir en secreto o en situaciones de extrema urgencia.

      Esta es una situación urgente. Tengo que ir por Carlos antes de que se meta en el peor embrollo de su vida.

      Desde las alturas de Libertad puedo verlo todo: las casas de los suburbios, los edificios alrededor del Central Park —inspirado en aquel parque de la nación preguerra llamada Estados Unidos, y una de las pocas áreas de la ciudad con árboles reales en gran cantidad—, la torre Arkana, el Hospital General, la aterradora prisión de Libertad y muchos otros puntos clave de la ciudad, así como la edificación que más destaca entre todas: la Cúpula.

      La casa de gobierno de la nación se alza en el centro de la capital. Su estructura y su arquitectura son las más complejas e innovadoras de Arkos, y la construcción es tan grande que podría caber una innumerable cantidad de casas en su terreno. La seguridad del lugar es exagerada en comparación con la mansión Scott: drones de vigilancia vuelan de un lado a otro, asentamientos militares de los protectores rodean las entradas y una torre de control vigila y controla cada espacio desde las alturas. No hay modo de hacer caer la Cúpula. No hay modo de que los terroristas puedan vencer a los gobernadores.

      José aplica mayor velocidad al salir del espacio aéreo de Libertad.

      —Estaremos en Esperanza en media hora —anuncia.

      Contemplo por la ventana cada una de las ciudades a nuestros pies: Andrómeda, Nueva Madrid, Unión… En diferentes circunstancias, este sería un viaje fantástico. Estoy demasiado tensa para disfrutarlo.

      ¿Cómo llegaré al G? Si bien cuento con la ubicación que me envió Cristián, no me atrevo a ir sola. Podría pedirle a José que me lleve, pero me delataría con Abraham al regresar a la mansión. No puedo correr más riesgos de los que ya estoy corriendo.

      Diviso el mar a la distancia. Nos acercamos a Esperanza. A diferencia de Libertad y de otras grandes ciudades, no hay rascacielos ahí. Los edificios son pequeños, las casas son sencillas y las calles carecen de iluminación en exceso. No suelo recorrer dicha ciudad. Las pocas veces que la he visitado han sido en compañía de Aaron, quien ama Esperanza de una forma inefable.

      —¿En dónde quiere aterrizar? —me pregunta José.

      —En el borde costero.

      Descendemos cerca del muelle. La costa de Esperanza no es tan navegada o explotada como las bahías de Nueva Dubái o de Cenit, en donde el mar es la mayor atracción turística y la gente rica sale por las noches sin miedo a los protectores.

      —Ya puedes irte, José —le digo al bajar del aeromóvil—. Llamaré a mis amigos y les pediré que pasen por mí.

      —¿Está segura? ¿No prefiere que me quede con usted hasta que ellos lleguen?

      —No es necesario, se encuentran cerca. —Sonrío lo mejor que puedo para persuadirlo.

      —Bien. —Me mira a ojos entrecerrados—. Si presenta algún contratiempo, no dude en llamarme.

      —Lo haré. Muchas gracias, José.

      El aeromóvil se aleja por el cielo nocturno y quedo a solas en medio del balneario. Hay algunas personas alrededor, pero pronto se habrán ido. Todos los locales están cerrando y apenas hay cámaras de vigilancia aquí en comparación con el resto de las ciudades del país.

      Estoy sola y tengo frío. Tengo miedo.

      Carlos va a pagar por esto.

      Camino por las calles en busca de alguna estación de transporte público. Debí pedirle a José que me dejara en una. Es una suerte que no haya traído un bolso conmigo, o sería blanco fácil para los ladrones. Lo único que traigo es mi teléfono móvil.

      Miro