Prohibidos. Matías García. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Matías García
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013133
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El niño que corre tras el balón mira en todas direcciones, pero no logra detectar de dónde provienen los gritos.

      La puerta del cuarto se abre de golpe.

      —¿Qué haces? —pregunta el secuestrador al entrar—. ¡No grites!

      Ignoro su petición y continúo llamando por ayuda a viva voz. Mi captor me empuja de vuelta contra la cama, se lanza sobre mí y cubre mi boca con sus manos. Me esfuerzo por intentar golpearlo con las piernas, pero su peso me somete por completo.

      —¡Deja de gritar! —insiste él.

      Me muevo lo mejor que puedo. Lucho por quitármelo de encima y emitir algún sonido que pueda ser oído en el exterior.

      —Si no te tranquilizas, tendré que dormirte otra vez. —Él saca de su bolsillo el objeto plateado que me dejó inconsciente hace horas. Este emite un ruido eléctrico que me eriza la piel con solo escucharlo.

      Decido guardar silencio y no oponer resistencia.

      —¿Gritarás otra vez? —inquiere.

      Niego con la cabeza.

      Bernardo —o David, sea cual sea su nombre— quita su mano de mi boca con lentitud. Nuestra proximidad me incomoda de mil maneras. Su cara está justo en frente de la mía y siento su respiración de cerca, lo que me acalora e inquieta al mismo tiempo.

      —¡Quítate! —le exijo.

      Él se pone de pie. Me apunta con el objeto en todo momento.

      —¿Qué rayos es eso? —pregunto.

      —Es… es un aturdidor eléctrico. Como su nombre lo indica, sirve para provocar un efecto de aturdimiento que puede…

      —Ya sé para qué sirve —interrumpo—. Lo aprendí cuando me pusiste esa mierda en el cuello, Bernardo. ¿O debería llamarte David?

      Apunto con la cabeza al dibujo de la pared. Mi captor lleva una mano a sus ojos y se lamenta por su error.

      —Sabía que tenía que quitar ese dibujo —resopla—. En efecto, mi nombre es David.

      —¿Dónde estoy? ¿Vas a matarme?

      —¿Matarte? —Ríe—. No seas ridículo, no soy un asesino.

      —Pero sí un secuestrador, y haré que te pudras en prisión por raptarme.

      Puedo notar con la escasa luz de la habitación que David se ha estremecido.

      —Perdóname por secuestrarte —implora—. No quería que las cosas iniciaran de este modo. Cuando me di cuenta de lo que hacía, ya estabas atado sobre mi cama. Juro que no soy una mala persona.

      —Por supuesto que te perdono. —Finjo voz compasiva—. Es más, debería agradecerte.

      —¿Agradecerme?

      —¡Claro! Siempre quise ser secuestrado, se siente increíble. Vamos, hazme dormir otra vez. Fue mi parte favorita.

      —Como quieras —asiente en tono de burla y acerca el aturdidor eléctrico a mi cuello.

      —¡Alto, no lo hagas!

      David ríe como si esta situación fuese de lo más divertida.

      —¿Por qué te ríes? —pregunto, enfadado.

      —Porque en vez de mostrarte aterrado como un niño, actúas desafiante y sarcástico —responde—. Estoy seguro de que sabes que tengo el control de la situación y que podría hacerte lo que yo quisiera sin que nadie se enterara.

      Su voz suena tenebrosa. El temor vuelve a apoderarse de mí.

      —No tengas miedo —pide al advertir mi expresión—. Ya te dije que no te haré daño. Voy a dejarte ir una vez que termine de contarte todo lo que necesitas saber.

      —Entonces, ¿podrías desatarme?

      —¿Intentarás atacarme? —inquiere.

      —No.

      —¿Intentarás escapar?

      —No —aseguro.

      —¿Intentarás…?

      —¿Puedes desatarme de una maldita vez? —le pido, exas-

      perado.

      David sonríe y saca una navaja de su otro bolsillo. La hoja brilla ante la exigua luz que se filtra por las rendijas de la persiana.

      —Date la vuelta —ordena.

      Obedezco. Él corta la cuerda.

      Es mi momento de escapar.

      —Sabía que podríamos entendernos —dice—. ¿Te gustaría beber algo?

      Vuelvo a darme la vuelta, llevo un puño a su rostro y lo golpeo con la mayor de mis fuerzas. Me duele más a mí de lo que ha de dolerle a él, pero me da la oportunidad de tener un poco de ventaja para huir.

      Corro fuera de la habitación. Hay una escalera al fondo del pasillo, la que bajo con tanta desesperación que por poco caigo de bruces al suelo.

      —¡Espera! —grita David a mis espaldas, pero no me detengo.

      Todo está oscuro aquí abajo. Me las ingenio para encontrar la puerta de salida. Al dar con ella e intentar abrirla, un identificador dactilar de bloqueo emite la orden característica de siempre.

      —Toque el identificador —ordena. Sé que no servirá de nada, pero hago el intento de todas formas—. Usuario no reconocido. Salida denegada.

      Golpeo la puerta metálica una y otra vez, totalmente frustrado. Al darme la vuelta, veo que David se aproxima a mí con el aturdidor en mano. Puedo apreciar con la débil luz de la primera planta que su labio inferior está sangrando.

      —Por favor, solo quiero que conversemos —ruega.

      —No tengo nada que hablar contigo.

      —Sabes que eso no es cierto, hay mucho que debes saber.

      —Déjame ir de una vez, maldito terrorista enfermo. Haré que pagues por esto.

      —Suficiente, tú me obligaste. —David acerca el aturdidor a mi piel con tal rapidez que no logro esquivarlo.

      Esta vez no caigo dormido, sino que me desplomo contra el suelo y quedo paralizado de los pies a la cabeza. No puedo mover ninguna parte de mi cuerpo a excepción de los ojos.

      Arruiné todas mis posibilidades de huir.

      David enciende las luces de la primera planta con el comando de voz correspondiente. Estamos en una estancia increíble, o eso logro ver con mi limitada visión. A diferencia del exterior, cada detalle y rincón aquí dentro es agradable a la vista. Una pantalla gigante se alza en la pared lateral, muestra un increíble paisaje artificial de unas montañas cubiertas de nieve que lucen tan reales que no parecen simples imágenes virtuales.

      —Y agradece que puse el aturdidor en modo paralizador —espeta mi captor—, o dormirías unas cuantas horas más.

      La parálisis acaba. Me encuentro amordazado, sentado y amarrado contra una silla en medio de la estancia. Ahora que veo con mayor claridad, descubro que las ventanas de la casa están protegidas con persianas blindadas de acero, razón por la que todo lucía oscuro a luces apagadas.

      Una puerta metálica con identificador, ventanas protegidas, objetos aturdidores y de protección… ya no me cabe duda de que David es una persona peligrosa.

      Él instala una silla en frente de la mía. Le dirijo una mirada cargada de cólera.

      —Aaron, pronto entenderás que solo quiero tu bien.

      Trato de esbozar algún insulto en respuesta, pero con la cinta en mi boca resulta imposible.

      —Te