—No se moleste, yo iré. Gracias.
Me adentro en el elevador. Llevo un dedo al panel táctil situado junto a las puertas, toco el indicador del cuarto piso y el cubículo me conduce al pasillo de habitaciones de la familia Scott. Camino hacia el cuarto de Carlos con la ilusa esperanza de encontrarlo dentro. La puerta de la habitación también posee un identificador dactilar.
—Usuario reconocido: Alicia Robles. Acceso autorizado. Puede pasar.
Soy la única persona además de Sara en tener acceso a la habitación de Carlos, su mayor refugio. En una de las paredes hay fotografías en 3D de su infancia, de su adolescencia y hasta el presente. En la mayoría de las fotos aparezco junto a él. Fui su fiel compañía y escape de la absorbente realidad en la que crecimos. Él lloraba sobre mi hombro con frecuencia, abrumado por la presión y por el vacío que sentía por ser hijo de un gobernador y un futuro líder del país.
Arkos es una poliarquía liderada por hombres, cada uno de ellos cumple una función específica. Como los puestos en la gobernación son hereditarios, los hijos de los gobernadores son instruidos desde niños para efectuar su cargo correspondiente a futuro. El padre de Carlos es el vocero de gobierno: su función consiste en ser la imagen y la voz de los líderes. Tiene gran influencia en la toma de decisiones en la Cúpula. En el futuro, cuando él muera o ya no esté capacitado para seguir a cargo, Carlos tomará su lugar.
Tal como imaginaba, mi prometido no está en su habitación. Quiero creer que se encuentra en Libertad o en cualquier lugar lejano al Sector G. Me siento sobre su cama —en la que hemos compartido uno que otro momento íntimo— y saco mi teléfono celular del bolsillo.
—Llamar a Carlos —ordeno. El teléfono detecta el comando.
—Lo siento, Alicia. Carlos no tiene su teléfono móvil encendido —anuncia la voz inteligente del dispositivo—. Vuelve a intentarlo en unos minutos.
¡Todavía apagado! Voy a matarlo.
Le envío un mensaje de voz.
—Carlos, estoy en tu casa. ¿Dónde estás? Regresa apenas escuches este mensaje. Te advierto que, si no estás muerto, yo misma te mataré cuando vuelvas.
Salgo de la habitación y me topo con la señora Scott en el pasillo. Luce tan elegante y jovial como de costumbre; viste ropas costosas y trae maquillaje sutil. No hay arrugas ni marcas de edad en su cara. Se ha sometido a tantas cirugías faciales y corporales que no se ve como una mujer que bordea los cuarenta años.
—¡Alicia! Te estaba buscando. —Me sonríe. No veo imperfecciones en su rostro al hacerlo—. ¿Dónde está Carlos? Sara me dijo que llegaste sin él.
—Así es, él… —Pienso en alguna mentira convincente—.
Él está de compras en Libertad. Acabamos de hablar por teléfono. Me dijo que viene en camino, y ya sabe lo terrible que es el tráfico terrestre a esta hora.
Por más que intento sonar convincente, puedo adivinar que ella no se traga mi mentira. Conoce a su hijo como a la palma de su mano; sin embargo, prefiere vivir engañada. Sabe de todos los problemas de Carlos, pero es demasiado obstinada para hacer algo al respecto.
—¡Y que lo digas! —Emite una risa forzada—. De no ser por el aeromóvil, me tomaría años regresar a casa desde el hospital. A propósito, ¿cómo te encuentras para el día de las reproducciones sexuales? ¿Preparada?
¿Preparada? No lo estoy, pero no voy a confesárselo. Por una parte, quiero que el día de las reproducciones obligatorias llegue cuanto antes, para acabar de una vez con la eterna espera del momento en que mi libertad sea sepultada y no tener que preocuparme tanto del futuro o esperar una oportunidad que venga a cambiarlo todo. Por otro lado, espero que ese día nunca llegue.
—Estoy lista para cumplir con mi deber civil —miento. Esbozo una sonrisa.
—Me hace muy feliz oírlo. —Ella sonríe también—. Ya eres parte de esta familia, Alicia. No puedo esperar a que mi nieto esté entre nosotros. ¡Serás la mejor madre del mundo!
Mis ojos se cristalizan al pensar en mi futuro bebé. ¿Podré ser la madre que aquella criatura necesitará? ¿Podré quererlo incluso si fui obligada a concebirlo? Aunque me negara a pensar que podría ser una mala madre, la posibilidad siempre estará.
Me aterra imaginar que podría ser como Cassandra Scott o como mi propia madre.
—Señora Scott, si no le importa, llamaré a Carlos de nuevo.
—Adelante, no te quito más tiempo. Y ya sabes: si necesitas consejos, apoyo o información sobre el día de las reproducciones sexuales, aquí estaré para ti.
—Muchas gracias.
La señora Scott entra en su cuarto y yo me encamino de regreso al elevador con intención de salir a los jardines traseros de la mansión. Necesito un poco de aire fresco.
En el exterior, me siento sobre una de las fuentes de agua situadas en medio del extenso y bien cuidado jardín. Algunas gotas heladas salpican sobre mi cabello, pero no me importa mojarme. A mi alrededor hay árboles, plantas artificiales, cámaras de vigilancia y guardias de seguridad. Algunos me ven y sonríen al pasar, otros ignoran por completo mi presencia. Están ensimismados en cumplir su propósito: proteger la mansión.
Olvido por un momento lo que sucede en mi vida y miro el cielo. Intento captar alguna estrella más allá del halo de luz proveniente de Libertad, pero resulta complicado. Incluso la luna es difícil de ver con la iluminación de la gran ciudad.
Diviso solo una estrella. Algunos mitos de la sociedad pasada aseguraban que las estrellas podían cumplir anhelos inmateriales, siempre y cuando fueran deseados con todas las fuerzas posibles. Si bien soy un poco escéptica al respecto, nunca está de más intentar.
Cierro los ojos y pronuncio las palabras en mi mente:
«Deseo ser feliz».
El teléfono vibra en mis manos minutos después de pedir el deseo, es una llamada de Carlos. Bajo su nombre, las palabras «llamada privada» aparecen en la pantalla. ¿Cómo ha hecho eso?
—¡Por fin! —exclamo al contestar—. ¿Dónde diablos te metiste?
—¿Alicia? —Oigo una voz masculina desde el otro lado. Su tono es diferente al de Carlos.
—¿Quién eres? —pregunto, asustada—. ¿Dónde está Carlos?
—Mi nombre es… Cristián —anuncia el sujeto—. Verás, encontré inconsciente al futuro gobernador en medio de una calle del Sector G. Lo traje a mi casa, cargué la batería de su móvil y llamé al último número registrado, que es el tuyo. Creo que deberías venir por él al G, no quiero meterme en líos.
Debe estar bromeando. No puedo ir al Sector G… tampoco dejar a Carlos en casa de un extraño.
—¿Sigues ahí? —inquiere Cristián.
—Sí, aquí estoy. Envíame tu ubicación, iré por él.
—Acabo de enviarla. Te estaré esperando.
El teléfono emite un sonido apenas recibe la ubicación. Corto la llamada del desconocido y disco el número de la única persona confiable que podría ayudarme: Aaron.
—Lo siento, Alicia. Aaron no tiene su teléfono móvil encendido. Vuelve a intentarlo en unos minutos.
Qué extraño, él no suele apagarlo. Supongo que tendré que enfrentar esto sola.
Me interno en la mansión y me dirijo a la salida. Finjo mi mejor expresión casual. Si el señor Scott se entera de que Carlos está inconsciente en el Sector G, mi prometido se meterá en graves problemas. Puede que lo encierren en algún sanatorio de Arkos, y lo que menos quisiera en el futuro es tener un esposo ausente.
Por desgracia, me topo con el gobernador Scott en el vestíbulo principal de la mansión.
—Buenas