El odio y la clínica psicoanalítica actual. Carmen Gloria Fenieux. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Carmen Gloria Fenieux
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789569441561
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del yo y del objeto. Lo más importante en esos momentos era que la dependencia total del objeto (de la transferencia) era negada a través de la omnipotencia. Cuando le recordaba algún insight obtenido en alguna sesión, lo negaba y me retaba diciendo: “a ver, ¿lo grabaste como para demostrar que me dijiste eso? ¿Cómo me lo compruebas?”, riéndose de manera muy irónica.

      Diana esperaba obtener lo inalcanzable y al mismo tiempo, no podía disfrutar de lo posible, permanecía esperando que el árbol de olmos le diera peras. Tampoco podía disfrutar de la sombra y de la dura y apreciada madera que el olmo, que por ser un árbol muy frondoso y corpulento nos puede brindar. Estaba atrapada en lo que Kancyper (2006) llamó memoria del rencor.

      Es posible observar en este material que la mayor parte del tiempo Diana estaba comunicándose desde la parte psicótica de su personalidad, la que había dominado su vida desde el inicio. Era frecuente que dijera “soy hija de una madre esquizofrénica y un padre con rasgos de carácter narcisista, eso me hizo ser agresiva, ¿qué esperabas? ¿Puras alegrías?”.

      Considero que esta catástrofe de vida tan temprana no solo la condenó a un desarrollo anormal muy alejado del desarrollo neurótico, sino que también provocó que padeciera una sensación dolorosa y amenazante de aniquilación inminente. Ella lograba acceder a un saber muy primitivo de que estas experiencias la dejaron con secuelas emocionales que la limitaban y la hacían vivir en agonía. Establecía vínculos que parecía lógicos, casi matemáticos, pero no eran emocionalmente razonables, como consecuencia, los vínculos que perduraban tenían características perversas, crueles y estériles.

      Estas dolorosas experiencias me hacían sentir que tenía que tener muy presente la advertencia de Margaret Little (2017) respecto a que podemos observar transferencias neuróticas y no neuróticas durante el transcurso de la misma sesión. Dos dimensiones coexistentes de funcionamiento se desplegaban en diferentes grados y se requería reconocerlos y aprehenderlos en la totalidad de su compleja dinámica. En una misma sesión, tenía la impresión de estar frente a distintas configuraciones, podía trabajar y asociar un sueño, por ejemplo, pero después destruía las interpretaciones que ella misma había realizado de manera exitosa. En ese momento, yo entendía las expresiones de odio como el aferramiento a un objeto interno de una manera implacable. El vínculo de odio (−H) la unía a ese objeto con la fuerza de un rencor antiguo.

      Diana ejercía conductas crueles con el ambiente y las racionalizaba diciendo que, por las heridas narcisistas, edípicas y fraternas y por los daños traumáticos externos que pasivamente había experimentado, ella era así, “sádicamente inteligente”.

      En una sesión, Diana inició la sesión nuevamente quejándose de su esposo, tuve la intuición de que ella estaba tratando de convencerme de que él realmente era un ser humano detestable y así se lo hice saber. Le comenté que parecía que deseaba convencerme de que lo mejor era divorciarse de él “porque no servía”. Mi intención era invitarla a reflexión sobre una conducta repetitiva de descarga y de destrucción que estaba condensada y desplazada en él, pero mi observación, para mi sorpresa, despertó tanto enojo que Diana amenazó con suspender el tratamiento. Suspendió la sesión unos minutos antes del final. Regresó a la siguiente sesión acusándome de falta de empatía, de ser fría y estaba convencida que yo tenía que pedirle una disculpa por mi “estupidez”. Las siguientes sesiones continuaron en la misma queja, mis esfuerzos por conversar reforzaban el funcionamiento esquizoparanoide en el que el pensamiento era “si no estás conmigo, estás contra mí”.

      Así fue por varias sesiones, pocas veces me había sentido tan impotente, tan frustrada, “no era eso lo que quise decir” quería gritarle, pero me fue muy útil convocar a Winnicott (1947) y recordar la importancia de reconocer el odio hacia el paciente; antes de él, Sandor Ferenczi (1932) ya había planteado el sentimiento negativo del analista al paciente. Sin duda, la clínica con pacientes difíciles les permitió escribir acerca de estos temas, con los cuales, en esos momentos, me fueron de gran ayuda y me hicieron pensar que tal vez Diana prefería odiarme con el fin de negar la dependencia que sentía hacia mí, así que decidí guardar silencio y esperar. Ella mostraba, según me parecía, la combinación de curiosidad, arrogancia y pseudoestupidez que Bion describe en pacientes que no toleran el reconocimiento de su intensa avidez y envidia. De hecho, sus intentos de aprehender todo lo que estaba en mi mente, eran extremadamente ávidos y ella evidenciaba una intensa envidia de mis contribuciones, las desmentía categóricamente en su totalidad, exceptuando cualquier afirmación en la que yo hubiera “acordado” plenamente con sus afirmaciones de indignación justificada. Le señalé también que parecía que, si no pensaba idéntico a ella, mi destino era la basura. Agregué lo doloroso que debía haber sido vivir sintiendo que tenía que adivinar lo que la madre esperaba de ella.

      Mi persistente y consistente análisis de la repetición de la transferencia de la relación interna con sus figuras rechazantes gradualmente hizo impacto y comprendimos que ella había pagado un precio muy alto por no ser idéntica a la madre. Diana recordó ciertos momentos en los que tendría cuatro, cinco años de edad, donde se negó a obedecer a la madre; recordó que de manera firme le gritaba que ella no tenía que vestirse como la madre quería, eran recuerdos que podríamos calificar de “autónomos”.

      Como respuesta, la madre le escupió en la cara. En otra ocasión, en que ella tenía cinco años de edad, la madre la sacó al jardín para que durmiera con los perros; agregó que era frecuente que “la congelara”, es decir, no le dirigía la palabra durante semanas hasta que Diana tenía que disculparse, aunque no fuera culpable. El relato era una réplica exacta de mi sentir, solo que ahora ella era la madre y yo era Diana.

      La relación con esta paciente me demandó estar permanentemente atenta a mi registro contratransferencial. En ocasiones, quería negar la frustración y el odio que me hacía sentir, estaba consciente que, si me privaba a mí misma de ese sentimiento, estaba privando a Diana del uso de la expresión de este. Winnicott (1947) nos recuerda que para el paciente es indispensable que el analista pueda odiar, ya que solo así él podrá tolerar su propio odio. A mi mente venía el siguiente párrafo de Winnicott:

      Existe una inmensa diferencia entre los pacientes que han vivido experiencias satisfactorias en la primera infancia, experiencias que puedan descubrirse en la transferencia, y aquellos otros pacientes cuyas experiencias han sido tan deficientes o deformadas que el analista tiene que ser la primera persona en la vida del paciente que aporte ciertos puntos esenciales de tipo ambiental. (1947, p. 273)

      En este tiempo de análisis, tres años después del inicio de las sesiones, empecé a diferenciar los ataques a la función vinculante de los ataques a los objetos. Diana recordaba que cuando era pequeña, no sabía cuál era el estado emocional que la madre iba a expresar porque sus emociones eran desproporcionadas e impredecibles. Entendí entonces que cuando el dolor psíquico se volvía inmanejable, Diana recurría a cortar las funciones del Yo como la percepción, la memoria (no se acordaba más que de lo negativo) y/o la atención como un intento de preservar el pequeño pedazo de Yo, que le ayudaba a organizarse.

      Quedaban entonces dos preguntas: ¿El Yo de Diana tenía que defenderse de un sentimiento de destrucción interna que, desde Bion, podemos llamar ‘sentimiento de aniquilación’? o ¿debíamos de hablar de un Yo que odiaba desde una identificación? ¿Será que Diana se identificaba con esa “madre esquizofrénica” y se convertía en la madre que la devaluaba y yo en la pobre niña asustada, con miedo a sus ataques?

      A través de la reversión de la perspectiva (Bion, 1957), ella intentaba colocarme en una posición de una niña arrinconada, incapaz de discutir ni de conversar.

      Pensar la función vinculante del odio, y en tanto vinculante, también libidinal (H), me ayudó a transformar los embates que recibía cuando el ataque se condensó en el género. Era el primer análisis que tenía Diana con una mujer y en ocasiones me reclamaba que no sentía avances: “Tal vez por ser mujer, esto es más lento”, me decía; para Diana nada que viniera de una mujer podía ser bueno, así que yo tendría que pagar un precio muy alto. En este relato, apareció un recuerdo, me dijo: “Cuando supe que estaba embarazada, el doctor se equivocó y me dijo que iba a tener un hombre, pensé que la noticia era terrible porque los peores homicidas