El odio y la clínica psicoanalítica actual. Carmen Gloria Fenieux. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Carmen Gloria Fenieux
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789569441561
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masiva, es que se presenta en la comunicación a través de las ecuaciones simbólicas (Segal, 1957). Estas ecuaciones son pensamientos concretos que aparecen como producto de la incapacidad de diferenciar claramente el sí mismo del objeto.

      Bion describe que las características que predisponen a la psicosis son: una preponderancia de impulsos destructivos en que aun el impulso a amar es convertido en sadismo; un odio a la realidad interna y externa y a todo lo que pueda despertar conciencia de la misma como son las funciones incipientes de la propia personalidad, el cual está unido a una hipersensibilidad, a un pánico al dolor mental y a la esperanza de que no pensar, no sentir, no aceptar los problemas que plantea la vida, sobre todo los emocionales, brindará un alivio transitorio.

      El autor demostró que esta clase de personalidad posee la tendencia a romper en partes muy diminutas lo que duele, lo que se teme; lo que devendría en un pensamiento elaborativo que esta personalidad usa de manera expulsiva, alejando de sí mismo partes y funciones muy valiosas de su personalidad. Además, menciona que en las personalidades psicóticas las relaciones de objeto son frágiles, prematuras y contienen matices absurdos. La parte psicótica hace referencia a un estado mental que se manifiesta en la conducta, en el lenguaje y coexiste con una parte no psicótica.

      Además de los factores constitucionales asociados a la intolerancia a la frustración, al odio y la envidia, el predominio de las partes psicóticas está asociado a la falta de reverie de la figura materna; es a través de la función continente de la madre, que el bebé puede integrar sus propios contenidos psíquicos. En este contexto, la mente de la madre, con la capacidad de recibir, contener y transformar las ansiedades y temores del bebé, funciona como un vínculo.

      Con toda seguridad Bion amplió el horizonte teórico y práctico de los vínculos, convirtió esta noción en un punto de anclaje de su importante investigación y extendió el concepto cuando planteó magnitudes negativas de los mismos. El autor eligió postular tres tipos de vínculos: amor (L), odio (H) y conocimiento (K), con las valencias negativas de −K, −L y −H.

      De acuerdo a Bion, los ataques al vínculo se originan en lo que Melanie Klein llamó ‘fase esquizoparanoide’ (1946). Este periodo, como sabemos, está dominado por relaciones con objetos parciales, de ahí que las relaciones de objeto parcial no se establecen con las estructuras anatómicas, sino con la función; no con la anatomía, sino con la fisiología; no con el pecho, sino con la alimentación.

      Ataques al vínculo, menciona Bion, son también sinónimos de ataques al estado receptivo de la mente del analista, originariamente de la madre. La capacidad de introyectar es transformada por la envidia y el odio del paciente en una avidez que devora su mente. De la misma manera, un estado apacible se transforma en −H, esto es, se transforma en indiferencia.

      El vínculo que nos ayuda a comprender y tratar la psicosis o sus estados y núcleos es el vínculo en −K, que está determinado por la envidia como depósito de todo lo bueno, significativo o valioso. Es el ataque al conocimiento y al crecimiento y se efectúa desde un superyó de moralidad vacía, desde la arrogancia y la superioridad, en la cual se devalúa cualquier objeto nuevo que promueva el desarrollo y el cambio.

      Otra idea central que propone Bion apunta a que el ataque se dirige no solo al mundo externo y los objetos que contiene, sino que también ataca nuestra capacidad para experimentar la realidad tal como es. La idea de que el paciente utiliza ataques destructivos en todo lo que tenga la función de unir un objeto con otro es de gran valor clínico, ya que nos lleva a tomar en cuenta el campo dinámico y todas las fuerzas y fantasías que provienen de la vida misma.

      De las muchas avenidas teóricas que pudieran seguirse, he decidido presentar una viñeta clínica con el objetivo de brindar una experiencia singular acerca de una vicisitud, me refiero a los ataques al vínculo y al odio con el que Diana se relaciona y que también predomina en sus relaciones objetables, especialmente en la relación de pareja. Me limitaré a trazar específicamente el concepto del odio en Diana sin adentrarme a una exposición total del caso. Invitemos a Diana a la escena para intentar comprender algunos de estos planteamientos.

      Cuando llega al consultorio, Diana, una mujer de 32 años de profesión arquitecta, me deslumbró con los recursos intelectuales que poseía. Dueña de una gran capacidad de reflexión, gran conocedora de autores del psicoanálisis y convencida que el psicoanálisis es el mejor camino para garantizar un bienestar emocional. Todos estos atributos, me conquistaron de inmediato. Al ser recomendado por una persona muy valiosa para ella, aceptó trabajar cuatro sesiones semanales en el diván a pesar de la distancia geográfica en la ciudad. Simultáneo a esta alegría de trabajar con una paciente tan rica en contenidos, desde un inicio me hizo sentir como si estuviera en un examen. Varios colegas le habían brindado altas recomendaciones de mí, pensé entonces que este factor pudo haber contribuido a mi sensación de “tener que ser la analista perfecta”.

      Durante el primer año y medio de trabajo, el clima se desarrolló en un ambiente armonioso, ella trabajaba en el diván, era muy puntual, pagaba a tiempo, traía sueños y casi en las cuatro sesiones de la semana hacía referencia a la experiencia analítica en otro país con un colega, afirmando que le había ayudado muchísimo. “Sin él, no sería lo que soy” solía expresar. Al escuchar su historia de origen, coincidía plenamente en esta afirmación. Diana habitaba un mundo de mucha angustia de tipo persecutoria en la que imperaba la envidia y fantasías de destrucción, que coloreaban las sesiones. En ocasiones me pedía referencias bibliográficas sobre psicoanálisis con el argumento de que deseaba entender más. Me confesó en una sesión que, para poder dormir, necesitaba leer por lo menos unas líneas sobre psicoanálisis. Yo entendía este relato como si el psicoanálisis cumpliera una función de chupón, de pacificador, evocando la imagen de una bebé dormida sobre el pecho de una madre (de un libro). En algunas sesiones, Diana lograba tener una narrativa tan exitosa que provocaba en mí el siguiente pensamiento “sin duda podría ser una gran analista”.

      Observaba también, en esta mujer de fácil trato, pero de difícil acceso, el desarrollo de un sistema “evacuativo” en el cual, a través del mecanismo de identificación proyectiva, expulsaba partes de su mundo interno. Gradualmente se fue desarrollando un sentimiento ambiguo en el que ella no podía tolerar percibirme como un objeto bueno; su voracidad le hacía demandar más tiempo, más atención, más interpretaciones para sistemáticamente destruir todo lo que recibía; a esas grandes construcciones analíticas les seguía destrucción. Diana en ocasiones consideraba mis intervenciones inadecuadas y “demasiado intelectuales”. Mi sensación era que con la mano derecha escribía y con la izquierda borraba lo que escrito.

      Una de las verdaderas paradojas que encontraba en ella era que buscaba de manera ansiosa y repetida un tratamiento, cambió de analista varías veces y terminó con todos de manera prematura. Estas experiencias la dejaron con sentimientos de decepción y de resentimiento cada vez mayor. Recordaba de manera frecuente todos los análisis previos, decía que simplemente los dejó porque no cumplían con lo que ella esperaba, me decía: “una de ellas era agradable, pero tenía un exceso de empatía. Otra era buena persona, pero no era análisis, fue una especie de coaching. Otro me quedaba muy lejos de mi casa”. De todos estos colegas, solo uno era preservado como el “único que le había sido útil”, se refería a esta experiencia como “mi analista me decía”. Me llamaba la atención que no decía “mi exanalista”, ya que habían pasado diez años desde el termino de ese proceso, “oficialmente hablando”. Esta manera de expresarse, me llevó a pensar que, en su mente, ella seguía fusionada en análisis con él. Esta fantasía se rompió de manera violenta cuando, se enteró de una triste noticia: el “analista bueno” había fallecido. Ella se quedó paralizada con esta noticia, le fue imposible llorar. Todo parecía indicar que la incapacidad de elaborar un duelo la colocó en una posición vulnerable ante mí. Se inició entonces una demanda mayor y una exigencia hacia “los resultados del análisis”. Sesión tras sesión me provocaba y me exigía que yo aceptara que ella debía ser medicada porque, en su opinión, el análisis no era suficiente. En ocasiones, se automedicaba con Ravotril y con antidepresivos y estaba molesta porque no lograba que yo le diera el “visto bueno” en el uso de los mismos. Asociaciones posteriores demostraron que mis interpretaciones eran constantemente fragmentadas