Universos en expansión. José Güich Rodríguez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José Güich Rodríguez
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789972454899
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avances de la cartografía, durante la Ilustración del siglo XVIII, convierten al planeta en un algo cada vez más tangible y concreto para el hombre común, superando de este modo supersticiones y creencias erróneas en torno de los continentes y los países alejados, que poco a poco se transforman en realidades que deben ser estudiadas y dominadas por el sistema hegemónico capitalista alimentado desde Inglaterra. Esta, gracias a sus agresivas políticas externas, largamente había reemplazado al Imperio español en el control de las rutas de navegación, en el tráfico de los bienes y en la acumulación de riquezas, sobre la base de la expoliación de las culturas y pueblos víctimas de la colonización. Eso parece haberlo anticipado Moro doscientos años antes, en los albores de la dominación que ejercería su isla sobre el mundo, al imponer sus patrones y estructuras a un orbe que poco a poco se hacía más pequeño. No es casual, entonces, que la sociedad creada por Moro también se ubique en una ínsula de localización indeterminada y sea un reflejo inverso de su propia sociedad. Y solo en el siglo XVII, luego de la Revolución de Cronwell, se produciría el tránsito hacia el parlamentarismo y a una disminución del poder del monarca, que la misma actitud de Moro ante las pretensiones de Enrique VIII también anunciaría con su consecuente ejecución.

      Es evidente, por lo tanto, que, a comienzos del siglo XIX, todo estaba dispuesto para que aquel pensamiento utópico nacido de las inquietudes de un humanista inglés de la primera mitad del XVI diera paso a la ampliación de las fronteras. Ya no sería el dominio terrestre el muro infranqueable, sino que esta se extendería hacia el tiempo:

      Ciertamente, el desplazamiento espacial conserva su valor como uno de los rasgos de la utopía; sin embargo, el centro de la atención del relato se mueve hacia una reflexión sobre las relaciones que el presente establece con el pasado y el futuro, ofreciendo diferentes vías de desarrollo para las narraciones de CF. El descenso al interior de la tierra o la exploración de regiones ignotas se convirtieron en alternativas para imaginar el pasado terrestre en obras como Viaje al centro de la tierra (1864) de Jules Verne, The Lost World (1912) de Arthur Conan Doyle, y las narraciones del mundo de Pellucidar de Edgar Rice Burroughs (1914). En contraposición al viaje subterráneo, la conquista del espacio exterior se constituyó en el motivo por excelencia para efectuar una indagación en el futuro de los seres humanos. (Cano, 2006, p. 65)

      Naturalmente, ya no se trata de los sueños extravagantes de Luciano o Cyrano de Bergerac, sino de una problemática más compleja y anclada definitivamente en el horizonte de la ciencia, convertida en legado del racionalismo y en el sustento brindado a las ficciones por las leyes de la naturaleza; que serán utilizadas no solo para contextualizar las historias, sino para hacerlas verosímiles a partir de un conjunto de postulados irrebatibles y de cumplimiento irrestricto. Tales son las premisas que guiarán las novelas de Verne, De la Tierra a la Luna y Alrededor de la Luna, que hacia la segunda mitad del siglo XIX ya no se parecen en nada a los intentos anteriores por situar acciones fuera del planeta. Aunque estas transcurren bajo una serie de referencias contemporáneas y se recurre a tecnología existente en la época del autor, el valor de estos libros y otros, como los de Wells, consiste en otorgarle solidez a los usos posibles de las máquinas en la construcción de una nueva etapa para la humanidad. En ese sentido, y como el mismo Cano (2006) también considera, la teoría de Darwin acerca del origen de las especies y el evolucionismo instaló otra experiencia cognitiva en torno de la realidad.

      No obstante, en algún momento, ese optimismo inicial cederá el paso a una concepción sombría y escéptica respecto de la materia, lo que es visible en el último Verne o en casi toda la producción de Wells. Lorca (2010) asocia estos fenómenos a la Revolución Industrial, que también es un factor de gran importancia en la formación de un nuevo tipo de sociedad; y, por ende, de una reconfiguración tanto de los estratos que la integran como del rol del ser humano. Este proceso determinará el progresivo reemplazo de la mano de obra por la producción en serie y la tecnificación. Asimismo, propiciará el abandono del campo; a tal punto que las ciudades se verán transformadas por el ascenso de una nueva clase, la obrera, antagónica de la burguesía propietaria de las fábricas. Lugar donde labora esta masa de asalariados bajo deplorables condiciones y sin ningún tipo de beneficio o seguridad social, conceptos ubicados aún a muchas décadas y que solo se plasmarán en los primeros tramos del siglo XX. Aun así, los artefactos empiezan a cubrir territorios más visibles e introducirse en el género que, a esas alturas, va camino a una adultez condicionada por las circunstancias económicas:

      Desde su creciente rol como centro del proceso productivo, la máquina ingresa y se asienta en el imaginario social y el horizonte literario. La CF pronuncia entonces un presagio a través del protagonismo de maravillosas maquinarias: el desarrollo científico y tecnológico le depara al hombre capacidades incrementadas y nuevas aptitudes en su relación con el ambiente, con el universo material y con los organismos vivos, con todos los seres concebibles (…) Todo este conjunto, la primera tentativa de la CF, configura un movimiento centrífugo del imaginario tecnológico: la ciencia y la tecnología tienden el alcance corporal y sensorial hacia el exterior, hacia el entorno del hombre y su más allá. (Lorca, 2006, pp. 31-32)

      El argentino enfatiza en la visión del progreso de la especie que los primeros cultores modernos del género desarrollaron con ciertos atisbos de ingenuidad o confianza en la posibilidad de que la especie sea capaz de un crecimiento no solo material, sino ético, de un cambio de conciencia que lo llevara a otro nivel. En resumidas cuentas, las máquinas constituyen instrumentos que, proyectados hacia una etapa posterior de la evolución, representarían un salto cualitativo para los seres humanos; quienes podrían disponer de mucho tiempo libre, luego de satisfacer sus necesidades prácticas, para la reflexión y el cultivo del espíritu, mientras que los artefactos se encargan de las labores más tediosas o peligrosas. Semejante entronización de la tecnología como instrumento del progreso desempeña una función significativa en el planteamiento de Lorca.

      La utopía proyectada en un tiempo venidero, más o menos lejano, y en los desplazamientos a otras dimensiones, que en realidad habla del presente —según la analogía de Suvin—, también puede ser altamente escéptica y desconfiada. Amis (1966, p. 104) lo destaca cuando se refiere a autores posteriores, quienes ya no creen que los avances técnicos y científicos garanticen semejante paso en la historia de la humanidad. En su estudio fundador, el inglés sostiene que, por una marcada tendencia de su tiempo, los autores de CF más representativos —como el Bradbury de Fahrenheit 451— describen sociedades embrutecidas por las proezas materiales traducidas en las máquinas; que forman un entorno ambiguo y amenazante, el cual llega a desnaturalizar y deshumanizar a la misma especie. Estamos, en consecuencia, ante una categoría que empezó a incubarse a fines del siglo XIX y los inicios del siglo XX —la Primera Guerra Mundial fue un acontecimiento determinante en su gestación—: la antiutopía o, como prefieren denominarla varios autores, distopía, a la que también pertenecen obras de la trascendencia de Un mundo feliz, de Huxley; 1984, de Orwell; o La naranja mecánica, de Burgess. En estas novelas, ubicadas en un futuro indeterminado, la libertad se ha visto reducida a grados demenciales. El individuo, que vive bajo el control de estados totalitarios, ha perdido su esencia bajo la férula de sistemas que utilizan artefactos de gran sofisticación para ejercer su dominio brutal sobre todas las esferas de la actividad humana.

      Por último, Jameson (2009) concentra su atención en el desarrollo del pensamiento utópico y sus realizaciones. Este crítico norteamericano de filiación marxista se interesa por la CF en tanto considera a la utopía, anclada con firmeza en la tradición iniciada por Moro en el Renacimiento, como una expresión de aquel género preexistente a su propia definición como tal. Así lo sostienen casi todos los autores que hemos comentado al abordar la historicidad de esta narrativa antes de que se propusiera un vocablo definitivo para conceptualizarla. Su estudio de amplio espectro, ya mencionado (Arqueologías del futuro. El deseo llamado utopía y otras aproximaciones de ciencia ficción), se ha convertido, junto al de Suvin, en una fuente obligatoria para la búsqueda de una poética suficientemente flexible: una caracterización del género que no se aparte de las condiciones de su producción en un marco ideológico o político, y que no obvia la dimensión estética de los textos. Ello queda explicitado a inicios del capítulo quinto, titulado “El gran cisma”:

      Si