Señales 2.0. Jaume Salinas. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jaume Salinas
Издательство: Bookwire
Серия: Ginesta
Жанр произведения: Сделай Сам
Год издания: 0
isbn: 9788412332292
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negro y lleva un traje oscuro, estampado, de una sola pieza, con cuello blanco y con una cinta de la misma ropa. Está derecha, con las manos recogidas, una sobre la otra, te está mirando con una actitud que no denota ni alegría ni tristeza, pero tiene una media sonrisa dibujada en la cara. ¿Te basta con esta descripción? —le respondí en tono desafiante.

      —Mira, me respondió Enric, si no fuera porque eres mi amigo te diría que te fueras a hacer puñetas, pero como lo eres, sólo te diré que “te lo hagas mirar”. Al mismo tiempo que me decía esto, metió la maldita foto en su cartera y añadió:

      —Bueno, es mejor que lo dejemos aquí. Ya no tengo más tiempo para perderlo en tonterías como ésta. Cuando hayas ido al oculista, llámame y ya quedaremos otro día. ¡Adiós!

      Pasaron unas tres semanas y ese asunto, casi kafquiano, fue quedando relegado a un rincón de mi memoria donde, acto seguido, pasaba a ocupar el cajón del olvido cuando una tarde recibí una llamada. Descolgué el aparato, y antes de poder decir el habitual “Dígame”, oí desde el otro lado del auricular:

      —¿Toni? —Era un tono de voz que me parecía muy familiar, pero por el nerviosismo y la impaciencia que denotaba, en aquellos momentos no acababa de ubicarme. —¿Sí, quién eres? —pregunté.

      —Soy Enric y en primer lugar quiero pedirte disculpas si el otro día quizás utilicé un tono un poco inadecuado. ¿Nos podríamos ver mañana por la tarde en el Zurich de la Plaza Cataluña? Es muy importante y está relacionado con nuestra última reunión. ¿Te va bien a las 7 de la tarde?

      —De acuerdo Enric, mañana a las siete en el Zurich. ¿Me puedes anticipar algo? ¿Te ha ocurrido algo grave? Es que me dejas muy intrigado.

      —Ahora no puedo decirte nada, porque estoy a punto de entrar en una reunión importante. Pero estate tranquilo. ¡Hasta mañana!

      La verdad es que esa llamada aún me dejó más perplejo que la última vez que nos vimos y que realmente casi acaba con nuestra amistad. Estuve recordando su tono de voz por si podía deducir algo más y sólo recordaba que no tenía nada que ver con el utilizado el día de la foto. Más bien escondía algo de ansiedad, como si en nuestro próximo encuentro pudiera aclarar algo que le estaba inquietando. No quise hacer más elucubraciones y volví hacia mi aparato de música que acababa de pararse tras poner un CD recopilatorio de Luis Eduardo Aute.

      Justo cuando marcaban las siete en el reloj del que había sido la sede del Banco Central de la Plaza Cataluña y ahora está ocupado por unos grandes almacenes, llegaba a la cafetería Zurich. Enric había sido más puntual que yo y estaba sentado en una mesa junto a la pared. Llevaba unas gafas oscuras y tan pronto se dio cuenta de mi presencia, se levantó de la silla, se quitó las gafas con la mano izquierda y levantó la derecha para hacerme saber dónde se encontraba; al mismo tiempo, me hacía una sonrisa, medio forzada, medio sincera, de oreja a oreja.

      —¡Hola Toni! —me dijo al mismo tiempo que nos dábamos un fuerte apretón de manos—. Te agradezco que hayas venido. La verdad es que no las tengo todas conmigo, sobre todo desde nuestro último encuentro en el que me mostré demasiado duro y sarcástico contigo.

      —Bueno, no tiene importancia. Un mal día lo tiene todo el mundo —le respondí para suavizar la tensión del momento—. La verdad es que no le di más importancia —añadí mintiendo y utilizando una falsa seguridad que se veía a leguas—. Tú dirás, cuál es la urgencia. Me llamas y me dices que es muy importante que nos veamos y que está relacionado con nuestro encuentro… Espera, déjame que pida una cerveza, porque con este calor estoy sediento.

      Una vez el camarero me trajo la birra y habiendo dado un primer trago largo para intentar matar la angustia que llevaba en la garganta, me quedé mirando a mi amigo a la espera que me desvelara lo que ya me estaba empezando a intrigar demasiado. —¡Tú dirás, soy todo oídos!

      —Verás Toni, la última vez que nos vimos te enseñé una fotografía donde aparecía con Sonia, mi novia. Era una foto que nos habíamos hecho un mes antes, en ocasión de una excursión hecha a Camprodón. No la he vuelto a traer porque me da “yuyu” por el motivo que a continuación te explicaré y que es el motivo que nos hayamos encontrado, por mi parte, con cierta urgencia. El hecho es que esa misma noche, cuando encontré a Sonia, le comenté con tono jocoso y burlesco nuestro encuentro y, la verdad sea dicha, le mostré la fotografía que ya conocía y hice un poco de coña respecto a que según tú, se veía una vieja, a mi lado derecho, detrás de mí. Espera y déjame terminar todo lo que tengo que decir —añadió al ver mi intención de querer interrumpirle—. El caso es que Sonia, que es muy fantasiosa y cree en cosas extrañas, me advirtió muy seria, que a veces estas cosas pasan con las fotografías y que no tenía porque dudar de lo que habías visto, a pesar de que ni ella ni yo la pudiésemos ver. Viendo el tono que tomaba la conversación y como no me quería enfadar con ella lo dejé correr y escogimos una peli para ir al cine después de cenar. Aunque fui dejando el tema de lado, no me pude sacar de la cabeza ni tu seguridad ni la descripción de la presunta vieja que habías visto detrás de mí en esa maldita foto. El caso es que el domingo pasado fuimos a comer a casa de mi madre y no sé cómo, pero el hecho es que salió el tema de la foto y de la vieja que sólo veían tus ojos. No sé por qué, pero me acordaba muy claramente de la descripción que me hiciste de aquella señora mayor. Mi madre me escuchó en silencio y una vez terminé con mi descripción me dijo:

      —Enric, ¿tú te acuerdas de tu abuela Rosario? Era mi madre y murió justo cuando acababas de cumplir los tres años.

      —La verdad es que no mamá. ¿Y qué tiene que ver esto con la foto de las narices? —le respondí yo.

      —Bueno hijo mío, es que por la descripción que me haces se parece mucho a tu abuela. ¿Tú crees que si le enseñaras a tu amigo una foto suya la podría reconocer? —me contestó ella.

      —Mira mamá —le dije en un tono seco—. ¿Me estás diciendo que tú también crees en esta tontería de la vieja de la foto y que además se trata de mi abuela, que por cierto ni me acuerdo de ella?

      Mi madre se limitó a levantarse de la mesa y fue a su dormitorio de donde volvió, pasados unos diez minutos, con una foto que, según me dijo, era la última que le hizo unos cinco años antes de morir (dos o tres antes de que yo viniera a este mundo). Era una foto en blanco y negro y se veía a una señora mayor, de buena presencia y que coincidía mucho con la de tu descripción. El hecho es que la llevo encima y es el motivo de nuestro encuentro. ¿Te importaría darle un vistazo y decirme si se parece o no a la que tú veías en la foto? La verdad es que no entiendo nada ni tengo nada a perder, pero no quisiera que un hecho aparentemente inexplicable llevara a pique nuestra amistad. Te vuelvo a pedir disculpas por mi comportamiento del otro día y, si no te importa, ahora te enseño la foto.

      En un primer momento mostré una cierta perplejidad por la irrealidad del tema y de la situación, ya que tampoco soy muy crédulo con cosas que desafían nuestro mundo lógico y racional, pero la verdad es que a raíz de la vivencia de esa foto, en que sólo yo veía nítidamente a una señora mayor detrás de mi amigo, ya no sabía que pensar.

      —Si tiene que servir para acabar con malentendidos y con una situación cada vez más surrealista, adelante: ¡Enséñamela y salgamos de dudas de una vez por todas!

      Enric no se hizo de rogar y en un abrir y cerrar de ojos tenía la foto de la misteriosa dama en mis manos. En un primer momento no vi nada especial. Era la típica foto de un matrimonio adulto, en blanco y negro, hecha en casa del retratista, típica de finales de los años sesenta o comienzos de los setenta. Los dos estaban de pie y ella le tomaba el brazo derecho a él. Estaban los dos sonrientes (él más que ella) y mirando hacia delante, pero no directamente a la máquina