Señales 2.0. Jaume Salinas. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jaume Salinas
Издательство: Bookwire
Серия: Ginesta
Жанр произведения: Сделай Сам
Год издания: 0
isbn: 9788412332292
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Aquella señora mayor ya no estaba.

      Se dirigió a una cabina de teléfono situada en el Paseo Pau Casals, para llamar y averiguar qué había sucedido.

      —Diga —escuchó Mónica al otro lado del aparato, al mismo tiempo que reconocía la voz de la madre de su amiga. —¿Que se puede poner Sandra?, soy Mónica.

      —¿Mónica? ¿Eres Mónica Puig? —le preguntó la madre de Sandra—. ¡Pero si mi hija me ha dicho que había quedado contigo! ¡Ya me ha vuelto a enredar de nuevo! —continuó la madre sin darle tiempo a contestar.

      —¡No! espere, déjeme explicarle —le dijo Mónica—. Estése tranquila que Sandra le ha dicho la verdad. Habíamos quedado a las seis para vernos, pero el caso es que no ha llegado todavía y por eso la llamaba, no fuese que nos hubiésemos confundido de lugar y hora.

      —Pues ahora aún me haces sufrir más, porque mi hija ha salido ya hace más de una hora y ya tenía que haber llegado de sobras. ¡A ver si ahora habrá sufrido un accidente! —añadió con un tono aún más enérgico y con un cierto contenido de angustia. —No se preocupe, señora Mercedes —le dijo Mónica—. Ya verá como todo ha sido fruto de una equivocación sin importancia. Dígale que la llamaré a la hora de cenar y lo aclararemos todo. Buenas tardes —dijo a la vez que colgaba el auricular cuando el aparato ya estaba a punto de tragarse la última moneda.

      Tal como había convenido con la madre de Sandra, poco después de cenar, hacia las diez de la noche, Mónica llamaba nuevamente a su amiga, pero ahora estaba estirada en su cama, dispuesta a pasar un buen rato de charla. Quería aclarar la confusión de la tarde y averiguar cuál había sido el motivo por el que el encuentro no se había producido.

      —¿Sí? —escuchó Mónica al mismo tiempo que reconocía la voz de su amiga.

      —Hola Sandra, soy Mónica. ¿Qué te ha pasado esta tarde que no has venido?

      —¡Mira tía, tienes un morro que te lo pisas! —le dijo Sandra a su amiga, con un tono de voz alto y agresivo. Mónica se quedó casi sin voz, tanto por lo que decía como por el tono que utilizaba su amiga.

      —¿Cómo dices? —preguntó Mónica, con un tono más serio. —¡Que sí bonita, que tienes un morro que te lo pisas! Si no ibas a venir porque tenías que ir a hacer “posturitas” con tu “profe” de inglés para aprobar el examen, habérmelo dicho y hubiéramos quedado para otro momento. Pero el plantón que me has dado no te lo perdono y además, has tenido la cara dura de llamar a mi madre preguntando por mí —dijo como una ametralladora.

      —¿Pero qué tonterías estás diciendo, guapa?, —le respondió Mónica un poco cabreada por el tono de voz de su amiga—. Yo llegué puntual y hasta las siete menos cuarto no me moví del lugar. Es más, estuve charlando todo el rato con una viejecita que estaba sentada en el mismo banco sobre diversos aspectos del parque y del lago.

      —Espera, Mónica, para el carro que no sé de que me estás hablando. ¿Dices que estuviste hablando con una vieja sentada en el banco? Es lo mismo que estuve haciendo yo. Reconozco que llegué diez minutos tarde, pero cuando llegué, tú aún no habías llegado. Me senté y estuve casi una hora charlando con una anciana sobre las mismas cosas que tú. Me fui poco antes de las siete viendo que no venías. Por cierto, de muy mal humor por tu poca palabra.

      —Vamos a ver. ¿Me quieres hacer creer que estuvistes en el mismo lugar que yo y también estuvistes hablando con una vieja de las mismas cosas que yo? ¿Qué te estás burlando de mí? —le respondió Mónica, ahora sí con un tono enojado e igualmente agresivo.

      —No te quiero hacer creer nada, es así. No tengo porque decirte otra cosa. Como te he dicho, yo llegué diez minutos después de las seis y en el banco, donde siempre hemos quedado, no había nadie. Me senté y aún no habían pasado ni un par de minutos cuando me di cuenta que, sin saber de dónde había salido, había una señora muy mayor en el banco, muy simpática por cierto, con la que estuve charlando casi una hora, más o menos sobre los mismos temas que tú me dices.

      Durante los tres minutos siguientes Sandra y Mónica se hicieron preguntas, mutuamente, sobre aquella mujer con la que habían hablado casi una hora y sobre lo que habían hablado, coincidiendo en todo. Se produjo un silencio sepulcral entre las dos chicas que se podía cortar con un cuchillo y que duró un eterno minuto.

      —¿Sandra? —preguntó Mónica, al sentir que aquel angustioso silencio le hacía erizar los pelos de la nuca—. ¿Estás aquí? —añadió.

      —Sí —respondió Sandra, con un tono de voz entre gélido y tembloroso.

      —Mónica —continuó Sandra—, ¿me juras por lo más sagrado para tí, que no me estás engañando? ¿Estás segura de que fuiste al mismo banco de siempre? ¿No estarás confundida?

      —Eso mismo quería preguntarte yo a ti. Mira, esto tiene muy mala pinta. Te propongo una cosa: volveremos a hacer una descripción, pero por escrito, lo más exacta posible, de aquella señora y de todas las cosas que hablamos. Mañana a las seis quedamos nuevamente en el mismo banco y nos intercambiamos los papeles. Si coincidimos, es que algo extraño nos ha pasado, pero si no coincidimos, eso querrá decir que una de las dos miente, con lo que...

      —De acuerdo —le respondió Sandra con decisión—. Mañana nos vemos a las seis y aclaramos lo que pasó.

      Al día siguiente, puntuales como un clavo, las dos estaban en el mismo banco donde deberían haberse encontrado el día anterior. Se intercambiaron los escritos donde habían hecho la descripción de la vieja con la que habían estado en ese mismo lugar, justamente veinticuatro horas antes. Los dos escritos coincidieron punto por punto. También coincidió la temática de la que habían hablado con pequeñas, pero lógicas diferencias. La esencia era la misma: la vida ofrece muchas cosas bonitas, que no nos cuestan nada, para poder disfrutar de ellas.

      No entendieron nunca lo que había sucedido. Mónica y Sandra habían estado en el mismo lugar a la misma hora y habían estado charlando del mismo tema con la misma persona, pero ¡no se habían visto! Se abrazaron emocionadas. Primero, por haber superado el peligro de romper su amistad y segundo, porque se sintieron protagonistas de una vivencia insólita e irrepetible.

      Una vez se calmaron, después de tanta emoción, la alegría propia de su edad presidió la conversación. Eso sí, decidieron que nunca más quedarían en aquel lugar, ni volverían a pasar por allí. A partir de aquella experiencia acordaron que sería mejor citarse en un bar, como hace casi todo el mundo, por ejemplo en la cafetería La Oca (hoy ya desaparecida) de la bulliciosa plaza Francesc Macià, a sólo quinientos metros de aquel lugar.

      Tampoco le quisieron buscar una explicación lógica, porque no la había; más bien lo quisieron olvidar rápidamente. No ha sido hasta ahora, cuando Sandra ha leído una historia similar en un libro cuyo título es ‘Señales’, la que hablaba de una viejecita que se apareció a una pareja cuando caminaban deprisa por una solitaria calle de Madrid, cuando ha recordado a la abuela del Turo Park y ha dado crédito a lo que había vivido, hace ya muchos años.

      ¡Caramba con las viejecitas que aparecen y desaparecen cuando quieren!

      Abril del 2006.

      Despedida desde el autobús

      Hace más de cuatro años que sucedió y parece que sólo hayan pasado diez minutos ¡Está tan vivo el recuerdo que guardo en la memoria!

      Me llamo Sonia, tengo 25 años recién cumplidos y estoy estudiando el último curso de “telecos” en la UPC de Barcelona. Soy natural de una capital de comarca, localidad que está bastante lejos del lugar donde estudio, lo que me obliga a compartir piso con cuatro personas más, dos chicos y dos chicas, todos ellos compañeros de universidad, aunque de facultades diferentes.

      Teóricamente, los fines de semana y en vacaciones vuelvo a mi casa. Digo teóricamente, porque esta situación de alejamiento temporal de casa de mis padres me está ayudando a emanciparme de ellos. La mayoría de fines de semana “paso” de ir a verles, unas veces porque tengo que