Señales 2.0. Jaume Salinas. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jaume Salinas
Издательство: Bookwire
Серия: Ginesta
Жанр произведения: Сделай Сам
Год издания: 0
isbn: 9788412332292
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has dado prisa en traer el equipaje, con lo lenta que eres a veces. Y ¿de dónde vienes ahora? —añadió medio en broma sin darse cuenta de lo que había pasado.

      Y cuando ya estábamos camino del hotel, mi amiga me preguntó:

      —Oye, ¿a quién me decías que habías visto en el autocar? Perdona que no haya estado por ti, pero ya sabes que con lo de los equipajes me pongo muy nerviosa, ya he tenido un par de experiencias desagradables y no quiero que se repitan.

      —Nada, nada. Una confusión. Creía que había visto a un conocido, pero no ha sido así —respondí al mismo tiempo que me preguntaba qué pensaría de mí si le contase lo que me había sucedido.

      Julia permanecía callada, esperando que su madre hiciese algún comentario más sobre esta experiencia. No obstante, unos segundos después la Sra. Aranzau añadió:

      —Pero esto no es todo hija mía. En cuanto volví a casa después de aquel viaje, tanto como en el siguiente, cuando una semana después vine a verte a Barcelona, un gran pájaro de colores, totalmente desconocido para mí y que no he sabido encontrar en las enciclopedias, se puso en el marco de la ventana del comedor y picoteó el vidrio.

      —¿Y qué piensas de todo esto, madre? —le preguntó la hija. —Pues ahora que me lo preguntas, no lo sé. Ya te he dicho que no creo en “cosas extrañas”, pero sí te diré lo que pensé en aquel momento: “Parece que hay alguien que me quiere proteger”. No me preguntes porqué, pero eso fue lo que pensé.

      Septiembre del 2006.

      La abuela del Turo Park

      Sandra y Mónica son, hoy en día, dos mujeres casadas y con hijos, que están en la plenitud de su vida. El relato que sigue a continuación se refiere al período de su adolescencia, hace ya más de veinte años, cuando el teléfono móvil todavía no era una herramienta fundamental de comunicación ni tampoco el correo electrónico, o los “chats”, o Facebook o el Twitter; cosa que facilitaba más el contacto físico para contarse lo que sólo puede tratarse de forma confidencial, como en el caso que nos ocupa.

      Estas amigas tenían la costumbre de quedar siempre en un mismo lugar, un determinado banco del Turo Park (un pequeño parque con mucho encanto, situado en la parte alta de Barcelona) El banco estaba y sigue estando situado, justamente en la parte sur del lago, una zona bastante apartada en la que se puede hablar con tranquilidad, lejos de miradas indiscretas y de la algarabía que hacen los niños correteando y jugando en otras zonas del parque. A raíz de los hechos que a continuación narraré, nunca más volvieron a aquel rincón, silencioso y solitario.

      Un martes del mes de mayo, poco después de comer, Mónica recibió una llamada de su amiga Sandra que le decía que tenía “cosas” que contarle sobre el pasado fin de semana, pero que no podía contárselas por teléfono porque sus padres estaban en casa.

      —Tú ya me entiendes, ¿verdad? —le dijo Sandra a su amiga, en un tono de complicidad.

      —¡Claro que sí, Sandra! —le respondió Mónica, al mismo tiempo que imaginaba de qué le gustaría hablar. Seguramente, del “último ligue” surgido en la apasionante salida a la disco.

      —¿Te parece quedar mañana a las seis, después de salir del instituto, en el mismo lugar de siempre, en “nuestro banco” del Turo Park? —le propuso Sandra.

      —De acuerdo, pero sé puntual, porque a las siete y media tengo que estar en el Instituto Norteamericano. Ten go examen de nivel y no puedo llegar tarde —le respondió su amiga.

      Al día siguiente, hacía una tarde esplendorosa y tal como habían quedado, cuando aún faltaban un par de minutos para las seis en punto, Mónica estaba sentada en el banco, testigo silencioso de tantas confidencias. ¿Qué le habrá pasado?, se preguntaba, pues recordaba un cierto tono de excitación e inquietud en la voz de su amiga y el hecho de que no le hubiera querido adelantar nada por teléfono, le daba un cierto aire misterioso al encuentro.

      Habían pasado casi diez minutos y Sandra aún no había aparecido.

      —Vaya, ya empezamos como siempre. Quedamos a una hora y siempre acaba llegando tarde. ¡A ver qué excusa me pondrá hoy! —se dijo para sí misma, al tiempo que contemplaba las aguas tranquilas del lago.

      —¿Te has dado cuenta qué tarde más preciosa hace? —escuchó de repente.

      Mónica giró su cabeza hacia la derecha y vio que aquella pregunta se la hacía una señora muy mayor, que estaba sentada junto a ella en el banco, al mismo tiempo que una sonrisa le llenaba de luz su cara. No entendía cómo había llegado allí, ya que estaba totalmente segura que el banco estaba vacío cuando llegó y no había visto llegar a nadie. En ese momento comenzó a fijarse mejor en aquella mujer, que si bien por un lado parecía mucho mayor que su abuela, por otro, su voz y la energía que desprendía dificultaban el ponerle una edad determinada. Igual podía tener casi setenta como pasar de los ochenta largos. De cara redonda y con el pelo corto, de color gris, unos ojos vivos de color azul y con muchas arrugas al lado de los ojos, las famosas “patas de gallo” propias de personas que ríen con facilidad. El resto de la cara la tenía lisa y bien cuidada. No llevaba ningún tipo de maquillaje, pero tampoco le hacía falta, ya que su piel se veía tersa y brillante. Vestía de una forma sencilla, pero con personalidad. Una blusa de color marfil, con los dos botones superiores desabrochados, falda lisa de color marrón y una chaqueta de punto sin abrochar, que permitía ver un collar de perlas de río, que le daba un cierto aire de distinción. De pronto, recordó que se había dirigido a ella, pero no recordaba el porqué.

      —¿Perdone, qué me dice señora? —le respondió Mónica. —Que si te has fijado en la tarde más maravillosa que hace —repitió aquella mujer.

      —Sí, le respondió la chica. Si se mantiene este tiempo pronto podremos ir a la playa —añadió Mónica con un tono amable y jovial.

      —¡Ay la juventud! ¡Qué etapa más maravillosa de la vida! Una época en la que crees que el mundo está a tu alcance, pero que muchas veces el mismo impulso y las ganas de vivir te impiden disfrutar de las cosas maravillosas que nos ofrece la vida, porque no te das cuenta de ellas. Por ejemplo, ¿te has fijado qué flores más bonitas hay en el estanque?, y ¿te has fijado que el canto de los pájaros es una exaltación al renacimiento de la vida en esta época del año?

      Mónica estaba en silencio y le siguió la conversación, no sólo por educación sino porque todo aquello que le contaba la mujer le parecía interesante ya que, anteriormente, nunca le había prestado atención. Por primera vez se dio cuenta que los nenúfares estaban a punto de florecer, que un grupo de cotorras llamativas pasaban volando hacia una palmera mientras un ruiseñor soltaba su hermoso canto; escuchó como una rana croaba al mismo tiempo que unas golondrinas, las primeras que se veían ese año, volaban a ras del agua, seguramente para pillar alguna mosca o algún mosquito, y vio como el sol se reflejaba de una forma especial sobre el lago provocando una luminosidad espectacular. Contempló también, medio sorprendida, como los peces del estanque hacían extrañas piruetas, algunas de ellas saltando fuera del agua. Era como si de repente, otro mundo se abriera ante sus ojos.

      —Sí que es bonito todo esto —se dijo a sí misma en una voz a medio tono.

      Era como si por primera vez hubiera visitado ese lugar que teóricamente, se sabía de memoria.

      De pronto, recordó que el motivo por el que estaba en aquel lugar era verse con su amiga Sandra y aún no había aparecido. Miró el reloj y se dio cuenta que eran las siete menos cuarto. ¡Había pasado casi una hora y había perdido la noción del tiempo! Tenía la sensación que no habían transcurrido ni cinco minutos desde que aquella señora se había dirigido a ella. ¿Dónde estaba su amiga?

      —Dispense señora, pero la tengo que dejar. Tengo que ir a llamar a una persona y tengo el tiempo justo —le dijo Mónica a aquella mujer, que no dejaba de mirarla sonriente.

      —Vete hija. Y recuerda lo que te he dicho. ¡Casi nunca nos fijamos en la cantidad de cosas hermosas que nos ofrece la vida gratuitamente!

      Mónica